

Por: Gustavo Figueroa. Fuente: Agencia Pressenza.
(Imagen de Gustavo Figueroa)
La deshumanización, a través de los medios de comunicación, como política de Estado, para beneficio extractivo foráneo (y local).
Cuando le conté a Matías, mi amigo, que daba clases de informática y que era comunicador social, no lo podía creer. Su primera respuesta fue una carcajada. “No sabías ni buscar una palabra en el buscador y ahora das clases”, me reclamó. Y se volvió a reír. No es para menos. Mi generación (la nuestra) no nació con la computadora en casa. Tampoco, en mi caso, tuvimos computación en la secundaria. De hecho, 22 años después de toparme por primera vez con una computadora de escritorio, me tocó trabajar con cinco cursos distintos dentro de un secundario y descubrir que ninguno de mis alumnos sabía usar un correo electrónico, aunque sí podían interactuar con las aplicaciones del celular; es decir, que hasta los nativos digitales se comunican a través de recetas informáticas procesadas.
Está demás decir que esta limitación trasciende las franjas etarias. Es una estadística generalizada. Y se profundiza en zonas rurales, pero esto no es excluyente. Me refiero a que existe, hace varias décadas, un profundo avasallamiento cultural tecnológico y un limitado conocimiento de este lenguaje por parte de la sociedad en general de la Argentina, pero no por ello deberíamos afirmar que este fenómeno tiene una raíz racial o que aísla o discrimina según las distinciones étnicas. Sería una locura argumentar esto. Imagínense la voz de un producto tecnológico guiado por inteligencia artificial (IA) argumentando: “¡No respondo a comandos que ejecuten ‘negros’ e ‘indios’”! O carteles en las puertas de las tiendas de computación con la leyenda: “No se vende tecnología a negros e indios”.
Alguien podría afirmar con cierto criterio que no estamos muy lejos de eso.
Sin embargo, es sabido que la imposición de un producto de mercado se produce por fuera de la voluntad de la ciudadanía, como objetivo empresarial: crear una necesidad, independientemente de que la sociedad la posea. Puede ser una gaseosa, un televisor led de 65 pulgadas o un celular con resolución HD. ¿Quién podría andar, en la actualidad, sin un celular, aunque sea con la pantalla o el pin roto, un cargador de otra marca, una carcasa envuelta en cinta negra para que no se desarme? ¿La gente de los barrios (incluso de las zonas rurales más alejadas de la urbanidad) elige por propia voluntad el uso de aparatos tecnológicos o su uso está supeditado a la necesidad de estar comunicados con familiares, realizar trámites, tener un mínimo de contacto con el resto de la población?
¿Los elementos de tecnología y los “indios” son representaciones contrapuestas? ¿Son parte de un mismo correlato cronológico? ¿O son anacronismos? ¿Quiénes dicen o a quién le conviene pensar que ambas figuras pertenecen a distintas épocas, y que por lo tanto no podrían estar juntas en un mismo relato? ¿Estos, en su interrelación, son inverosímiles?
¡Los “indios” representan el pasado, y la tecnología el futuro! ¡Los “indios” atrasan, la tecnología es el progreso! ¡Los “indios” mienten, los soldados (representantes de la patria) dicen la verdad! ¡Los “indios” roban y usurpan, los terratenientes invierten y empoderan el país! ¡Los “indios” color café son extranjeros, los empresarios de ojos azules son locales! Estas sentencias constituyen algunos de los mitos que se refuerzan constantemente en Argentina, pretendiendo desembocar en un mismo cauce: beneficiar la voz y la posición del vencedor, la historia del colono. ¡Una vez más! Como si se tratara de una actualización de Windows, la plataforma digital de la mentira.
A una parte de la ciudadanía le molesta e incomoda la presencia de personas con piel de color oscura. Peor aún, le revuelve el estómago pensar que alguien de estas características pueda interactuar con un aparato de última tecnología. Portar un iPhone, manejar un Jeep, filmar con una cámara Canon. Para ellos, la única forma de obtenerlo es habiéndolos robado. Imaginen un indio que sea rapero, DJ, o que conduzca un canal de televisión. Les da un ACV, un derrame cerebral, mínimo una arritmia en el centro del corazón.
La contradicción existe y es real: las nuevas tecnologías representan la materialización del extractivismo. Cada máquina que se produce fue elaborada con alguna forma de extracción de energía de la tierra. Es por eso que las abuelas sabias mapuche, advierten “aléjense de la tecnología”. Pero esa advertencia no quita la posibilidad de que en la ciudad se deba estar sometido a la interacción con las mismas o que, por ejemplo, las personas deban formarse en las distintas áreas de la comunicación para contrarrestar estos sospechosos mitos comunicacionales.
“El hombre de los binoculares”, twitteó Patricia Bullrich, el pasado 17 de febrero de 2024. “Detuvieron en Bariloche al famoso mapuche de los binoculares del caso Maldonado”, replicó el diario Perfil. “Detuvieron al ‘mapuche de los binoculares’, el líder de la toma en Villa Mascardi”, tituló Clarín.
El mensaje se replicó, casi con el mismo titular, velozmente, en otros medios amigos: Infobae, La Voz del Interior, La Brújula 24, Los Andes, La Gaceta, El Observador.