lunes 08 de julio de 2024 - Edición Nº2042

Internacionales | 18 mar 2024

Haití, Su historia y entender el presente

La libertad de Haití no puede ser reprimida para siempre

Los servicios estatales se han colapsado. La capital está invadida por bandas. Cientos de miles de personas están desplazadas internamente. Al primer ministro Ariel Henry se le impidió regresar al país mientras hombres armados amenazaban con invadir el aeropuerto internacional. Después dimitió. Los Estados Unidos intentan movilizar una fuerza de intervención militar.


Por: Internacional Progresista.

Los servicios estatales se han colapsado. La capital está invadida por bandas. Cientos de miles de personas están desplazadas internamente. Al primer ministro Ariel Henry se le impidió regresar al país mientras hombres armados amenazaban con invadir el aeropuerto internacional. Después dimitió. Los Estados Unidos intentan movilizar una fuerza de intervención militar.

Pero las preguntas clave rara vez se plantean en los relatos dominantes de la crisis: ¿Qué quiere el pueblo haitiano? ¿Cómo se están organizando? ¿Y por qué se enfrentan a semejante crisis en primer lugar?

Este relato plano de los acontecimientos convierte no sólo al pueblo haitiano, sino también al lectorx u oyente en observadorxs pasivxs o, peor aún, en cómplices activxs. Lleva a lamentar la inevitabilidad de la violencia o a exigir una intervención porque hay que hacer algo. En cualquiera de los dos casos, la narrativa garantiza que habrá poco que impida otra intervención militar respaldada por los Estados Unidos en el Estado caribeño.

Pero si contáramos la historia completa y respondiéramos a esas preguntas clave, esa apatía se convertiría en ira y la conformidad en antipatía.

La crisis de Haití es real. Los servicios básicos están paralizados, a las demandas de cambio se responde con golpes y disparos, y la muerte y el desplazamiento son terriblemente cotidianos. Pero se trata de una crisis externa, no interna. El pueblo haitiano no es especialmente incapaz de autogobernarse. Ha sufrido más de dos siglos de intensos esfuerzos imperiales para destruir su autogobierno y debilitar su soberanía.

En 1791, el pueblo de Haití, principalmente un pueblo esclavizado traído desde África para producir azúcar para el paladar europeo y riqueza para el Imperio Francés, se sublevó, se liberó y dirigió una revolución que sacudió el mundo. El día de Año Nuevo de 1804, formaron la primera república negra del mundo.

En los dos siglos transcurridos desde entonces, la Revolución haitiana ha sido brutalmente castigada con sanciones, invasiones, ocupaciones y repetidos cambios de régimen a manos de las potencias occidentales. Durante 122 años, a punta de fusil, Haití pagó a Francia las deudas de su liberación. En 1915, los Estados Unidos invadieron Haití y lo ocuparon durante 19 años, la ocupación más larga de la historia estadounidense hasta Afganistán. Tras su paso, no sólo dejaron una élite local indiferente, sino también una serie de violentos regímenes títere al servicio de los intereses de los monopolistas estadounidenses.

Pero la revolución haitiana siguió adelante. En la década de 1980, encontró su expresión en el movimiento social de masas Lavalas que llevó al poder al gobierno de Jean-Bertrand Aristide y a su partido Fanmi Lavalas. Durante más de treinta y cinco años, la historia de la política haitiana ha visto cómo el poder del movimiento Lavalas se enfrentaba a los implacables intentos de las élites nacionales y de los militares extranjeros por destruirlo.

Como presidente, Aristide exigió reparaciones coloniales a Francia e implementó reformas que avanzaron hacia la mejora de las condiciones del pueblo haitiano. Por ello, sería derrocado dos veces: en 1991 y, la segunda vez bajo la bandera de las Naciones Unidas, en 2004, cuando la Fuerza de Tarea 2 de Canadá tomó el control del Aeropuerto Internacional Toussaint Louverture mientras los marines estadounidenses secuestraban a Aristide y lo llevaban en avión a la República Centroafricana. También entonces, los líderes estadounidenses y sus colaboradores intentaron atribuir motivaciones humanitarias a sus acciones. Pero un cable de WikiLeaks publicado en 2008 reveló la verdadera motivación del intervencionismo de los Estados Unidos en Haití: impedir que "resurgieran fuerzas políticas populistas y contrarias a la economía de mercado".

Tras ese golpe de Estado, se desmantelaron sistemáticamente las instituciones del Estado haitiano. Las ONG financiadas desde el extranjero ocuparon su lugar, llegando a proporcionar el 80 % de todos los servicios públicos, al tiempo que sostenían la miseria a la que prometían hacer frente y sacaban provecho de ella.

En 2009, el Parlamento haitiano intentó aumentar el salario mínimo a 5 dólares estadounidenses al día. Los Estados Unidos intervinieron en nombre de los intereses de empresas como Fruit of the Loom, Hanes y Levi's, bloqueando el proyecto de ley. Según un funcionario de la embajada de Estados Unidos, la subida salarial era una medida poco realista destinada a apaciguar a "las masas desempleadas y mal pagadas".

Haití lleva sin presidente desde julio de 2021, cuando Jovenel Moïse fue asesinado, presuntamente por un grupo de mercenarios colombianos. Ariel Henry fue nombrado entonces primer ministro por orden de los Estados Unidos. Desde entonces no ha conseguido celebrar elecciones, restablecer el orden ni proporcionar servicios básicos.

Para respaldar a este gobierno impopular e ilegítimo, los Estados Unidos intentaron crear y financiar, pero no dirigir formalmente, una fuerza de intervención extranjera. Kenia fue seleccionada, y su presidente, William Ruto, aceptó encabezar la fuerza.

La inseguridad en las calles de Puerto Príncipe se convertiría en la excusa de Henry, Ruto y Biden. Pero estas bandas no surgen de la nada. Están formadas en gran parte por antiguos, y algunos actuales, policías y militares. Algunos trabajan para sectores de las élites políticas y empresariales de Haití. Sus armas proceden en su totalidad del extranjero, sobre todo de los Estados Unidos y de la vecina República Dominicana. Los Estados Unidos —algo sorprendente para un país que afirma preocuparse desinteresadamente por la seguridad de Haití— siguen rechazando los llamados a un embargo de armas.

Henry se ha ido, finalmente obligado a abandonar el cargo que ocupaba sin ningún mandato democrático. Pero el plan imperialista de los Estados Unidos para Haití sigue en pie: construir un liderazgo local que acoja otra intervención extranjera. La participación de Kenia en esa fuerza se ha visto retrasada por los recientes acontecimientos, pero la voluntad permanece.

Los Estados Unidos siguen pretendiendo enviar africanos a masacrar afrodescendientes a 12.000 kilómetros de distancia, por un módico precio a pagar al presidente keniano. El Tribunal Supremo de Kenia ya ha declarado inconstitucional la intervención, pero su gobierno está decidido a seguir adelante con el plan.

El despliegue de fuerzas policiales kenianas en esta misión en Haití sería una afrenta al espíritu del panafricanismo. Refleja la dependencia de los Estados Unidos de Estados clientes y apoderados para que cumplan sus órdenes. Y amenaza con agravar las ya devastadoras condiciones de vida a las que se enfrentan millones de haitianos.

Lo único que puede detener este ciclo irresponsable y violento de intervención es un movimiento internacional masivo, que combine fuerzas políticas desde la base hasta el ámbito mundial.

Al igual que en Cuba, que está siendo asfixiada por atreverse a trazar su propio rumbo, y en Palestina, donde las bombas, las balas y el hambre tratan de derrotar la esperanza misma de autodeterminación, Haití representa un terreno clave en la guerra del imperialismo contra la humanidad. Cada una de sus derrotas es la nuestra. Por eso la Internacional Progresista está comprometida con la soberanía y la plena liberación de Haití.

Únete a nosotrxs en nuestra oposición a otra intervención extranjera. La libertad de Haití no puede ser reprimida para siempre.

En solidaridad,

El Secretariado de la Internacional Progresista

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