lunes 17 de febrero de 2025 - Edición Nº2266

Cultura | 13 nov 2024

El dolor del recuerdo.

El asesino de la avenida Eusebio Ayala

El sol impactaba con las colinas. Escombros de luces cálidas encantaban a los vacíos ojos de humanos suicidas, y los pasajeros no sonríen, cada uno está de luto. Cargan penas en sus rostros, se burlan de quien practica el ingenuo arte de sonreír.


Por: Rodrigo Colman Valdovinos

El sol impactaba con las colinas. Escombros de luces cálidas encantaban a los vacíos ojos de humanos suicidas, y los pasajeros no sonríen, cada uno está de luto. Cargan penas en sus rostros, se burlan de quien practica el ingenuo arte de sonreír. Algunos piden monedas en silábicas expresiones, otros piden un abrazo mudo, y la exigencia es que los sorprenda para que asuste a la cobardía que los prohíbe ser auténticos.

Chiperos se cruzan en las hediondas esquinas, se saludan con una pequeña reverencia y mirándose a los ojos, se alientan. Niños desnudaban sus futuros en forma de dulces a amargados pasajeros Un cuadro pútrido se dibuja en la ventana, bolsas de basuras vuelan descontroladas y chocan con las llantas de vehículos ostentosos.

Estoy en el infierno y me pudro lentamente a la velocidad con la que me masacra la ventana con sus verdades. Una cruz cuelga de uno de los espejos, le juzga al chofer, él no se da cuenta, dejó de creer desde que su madre falleció, la única luz de su oscura vida.

El llanto de las ambulancias lo molesta, recuerda la manera en cómo su madre se escapó de la vida. Odia al doctor, odia a la enfermera que trató a su madre con indiferencia. Recuerda su expresión de hartazgo mientras no soltaba el móvil, al atraso del doctor que se excusó con el tráfico mientras sus ojos rojizos indicaban una resaca de lunes.

Los baches, las quejas, los bocinazos de choferes apurados y motociclistas que se escabullen como ratas en el asfixiante espacio sobrante entre los vehículos. El recuerdo de la sonrisa de su madre, la sirena, los bocinazos de una señora con lo que casi choca. La lágrima que niega brotar.

Y el insistente grito de un señor que solicita bajarse en un lugar en la que no puede parar. Lo trajo en sí. Observa en los costados, el paisaje estaba ardiendo, lo vi en su mirada, son los ojos de un hombre que no pudo pagar los medicamentos de su madre.

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