

Por: Tito Oses. Fuente: Agencia Pressenza
(Imagen de Wikipedia)
Nos reunimos no para celebrar triunfos, sino para confrontar una de las preguntas más oscuras de la historia humana: ¿Qué habría ocurrido si el fascismo, encarnado en Adolf Hitler, hubiese triunfado en su guerra de exterminio y dominación? No es un ejercicio de mera ficción, sino una advertencia eterna sobre los abismos a los que puede conducirnos el odio, la indiferencia y la complicidad.
Imaginemos un mundo donde las fuerzas del Eje hubiesen conquistado Europa, extendido su Reich hasta los Urales, sometido África y, quizás, incluso amenazado las costas de América. Un mundo donde la Solución Final no fue interrumpida, donde las cámaras de gas consumieron no solo a millones de judíos, romaníes y disidentes, sino que se normalizaron como herramienta de «purificación». Donde la eugenesia nazi, con su obsesión por la «raza aria», hubiese reescrito la biología humana mediante un Estado que decidía quién merecía vivir y quién no.
1. La muerte de la libertad y el surgimiento del Homo Totalitarius
En este mundo alterno, la libertad no sería un derecho, sino un delito. Los principios ilustrados de Kant, Voltaire y Rousseau —la autonomía del individuo, la razón crítica— habrían sido sustituidos por el culto al Führer, donde la verdad es lo que el Estado decreta. La filosofía misma se habría convertido en un instrumento de opresión, como advirtió Hannah Arendt: en el totalitarismo, el terror no es un medio, sino un fin en sí mismo.
El «hombre nuevo» nazi no sería un ser pensante, sino un engranaje de una máquina dedicada a la expansión eterna. La educación no formaría ciudadanos, sino soldados y fanáticos. La ciencia, desprovista de ética, serviría para perfeccionar armas, manipular genéticas y borrar culturas. ¿Qué arte sobreviviría? Solo el que glorificara el poder, mientras Picasso, Kafka y Chaplin serían relegados a cenizas en bibliotecas prohibidas.
2. La uniformización del mundo y la muerte de la diversidad
Hitler soñaba con un imperio de mil años, pero ese imperio habría sido un desierto espiritual. Las culturas indígenas, las lenguas minoritarias, las religiones no cristianas o no instrumentalizadas habrían sido erradicadas. Europa, convertida en un mosaico de estados títere, habría perdido su riqueza multicultural. En África y Asia, el colonialismo nazi —aún más brutal que el de sus predecesores— habría explotado recursos y personas bajo el disfraz de un «darwinismo social» llevado al extremo.
El resultado no sería un orden estable, sino una paradoja: un régimen basado en la guerra permanente no puede existir sin enemigos. Pronto, la maquinaria nazi habría vuelto su mirada hacia sí misma, purgando a sus propios líderes en una espiral de paranoia, como ya ocurrió en las noches de los cuchillos largos. La utopía totalitaria contiene las semillas de su propia destrucción.
3. ¿Y la resistencia? El fuego clandestino de la humanidad
Pero incluso en la noche más oscura, chispas de humanidad persistirían. En sótanos secretos, se leerían libros prohibidos. En guetos y campos, se compartirían historias de esperanza. Como escribió Victor Frankl en El hombre en busca de sentido, incluso en el horror hay espacio para la dignidad: «Al hombre se le puede arrebatar todo, salvo su actitud ante la vida».
La resistencia no sería solo armada, sino existencial. Cada gesto de bondad, cada palabra de verdad, sería un acto de rebelión. Pero, ¿cuánto tiempo puede sostenerse la luz frente a un sistema diseñado para apagarla? Ahí yace la tragedia: en este mundo, la resistencia estaría condenada a la marginalidad, y su recuerdo sería borrado por los archivos del Reich.
4. Lecciones para nuestro presente: nunca más es hoy
Este ejercicio no es macabro, sino necesario. Nos recuerda que el triunfo del nazismo no fue imposible; dependió de batallas que pudieron terminar de otra manera. Y aunque Hitler perdió, su fantasma persiste en quienes aún creen que la democracia es débil, que los derechos humanos son negociables, y que algún grupo es «inferior».
La derrota del nazismo no fue solo militar, sino moral. Nos enseñó que la civilización es frágil, y que requiere vigilancia constante. Como dijo el filósofo Karl Popper: «La libertad no puede ser defendida solo por las instituciones, sino por ciudadanos que valoren la libertad más que la comodidad».
Hoy, ante los autoritarismos emergentes, las retóricas de exclusión y los discursos que normalizan el odio, debemos preguntarnos: ¿qué mundo estamos construyendo? Porque la historia no es lineal, y cada generación debe elegir entre el humanismo y la barbarie.
Conclusión: La memoria como antídoto
Hitler no ganó la guerra. Pero en cada época surgen quienes buscan revivir sus ideales con nuevos disfraces. Frente a ellos, nuestra respuesta debe ser clara: recordar a las víctimas, honrar a los resistentes y, sobre todo, no permitir que el miedo nos convierta en cómplices.
Porque en la lucha entre la luz y la oscuridad, no hay neutralidad posible. Y como escribió Primo Levi, superviviente de Auschwitz: «Sucedió, por lo tanto puede volver a suceder. Esa es la esencia de lo que tenemos que decir».
Que este mundo hipotético nos sirva no para el terror, sino para la acción.
*Tito Oses es un cantautor, actor, pintor y cineasta costarricense, con estudios en Derecho y actuación, una de las figuras más destacadas del medio.