Del 25 al 31 de Mayo las Naciones Unidas observan la Semana Internacional de Solidaridad con los Pueblos de los Territorios No Autónomos.
Cuando se crearon las Naciones Unidas en 1945, 750 millones de personas, casi una tercera parte de la población mundial en aquel entonces, vivían en territorios que no eran autónomos y permanecían bajo la órbita de las potencias coloniales. Desde entonces, más de 80 antiguas colonias han obtenido su independencia.
En la actualidad, quedan 17 Territorios No Autónomos en todo el mundo, donde viven casi 2 millones de personas. Por lo tanto, el proceso de descolonización política aún no ha concluido.
Con la única excepción del Sahara Occidental, el mayor de todos y el único situado en el continente africano, el resto son territorios insulares, nueve de los cuales se ubican en el Caribe y el Atlántico, seis en el Pacífico y uno, Gibraltar en Europa.
Once poblaciones se encuentran aún bajo la égida de Gran Bretaña, tres de los Estados Unidos de América, dos de Francia y uno de Nueva Zelanda, denominadas por Naciones Unidas como “potencias administradoras”.
Estos territorios, que todavía no han alcanzado su plena autodeterminación política, son remanentes de la violenta época colonial, que durante más de cinco siglos transfirió incontables riquezas del Sur al Norte, trazando el mapa de desigualdad mundial actual.
El último Territorio No Autónomo en cambiar de estatus fue Timor-Leste, que en 2002 se convirtió en el primer nuevo Estado soberano del siglo XXI, después de estar durante tres años administrado por las Naciones Unidas, tras la dominación de Portugal, Indonesia – apoyada por los Estados Unidos de América – y una cruenta guerra de liberación que costó millares de vidas humanas.
Más allá de los esfuerzos de los organismos internacionales por permitir a los pueblos su autodeterminación formal para lograr la descolonización proclamada como objetivo por Naciones Unidas, muchas de las nuevas naciones emancipadas políticamente, aún siguen siendo expoliadas por sus antiguos mandantes.
Para comenzar a compensar, al menos mínimamente, semejante inmoralidad, se hará necesario ante todo un proceso de reparación, nivelando las condiciones de vida de todos los seres humanos en el planeta.
Asimismo, el reconocimiento de la riqueza de la diversidad y el fortalecimiento cabal de sus múltiples expresiones, dará lugar a una creciente descolonización cultural, abriendo la puerta a un nuevo escenario futuro, la Nación Humana Universal.