

Por: Andrés Gaudín
En estos días las multinacionales del petróleo y la casta dominante de Guyana, en el norte sudamericano, recuerdan que hace diez años la norteamericana ExxonMobil anunciaba el hallazgo de unos formidables yacimientos que dejaron al país entre los primeros 20 en términos de potencial.
Más allá del desafío de sostener el desarrollo cuando a la vuelta de la esquina acecha la voracidad de los monstruos de la industria, el descubrimiento del bloque marítimo de Stabroek presenta otro problema que pone en estado de alerta a toda la región: las reservas estimadas en 11 mil millones de barriles se encuentran en zona de litigio, aguas jurisdiccionales y un territorio –el Esequibo– y su proyección marítima que, con evidencias sustentables, el vecino Venezuela reclama como suyo.
Hasta ahora el pleito por la soberanía del Esequibo, una franja de casi 160 mil kilómetros cuadrados saturada de riquezas minerales, se dirimía en términos diplomáticos y jurídicos. Pero ahora, el apetito imperial y un gobierno guyanés funcional a esos intereses están llevando las diferencias al terreno menos deseado: el militar. Ante la pasividad de todas las instancias internacionales, los regímenes de EE UU y del presidente Irfaan Ali han ido preparando un escenario bélico que en definitiva, se llegue o no a las armas, apunta a debilitar al gobierno venezolano de Nicolás Maduro. Las ONU, la OEA y la UE no se han manifestado, aunque falsamente se denuncia la violación de aguas internacionales y hasta la construcción de una base militar.
Al margen de las versiones vale ver primero dónde se desarrolla esta historia. Para Guyana, el hallazgo de reservas en el bloque Stabroek marcó el inicio de un nuevo tiempo. Desde 2015 experimenta una expansión productiva que no tiene precedentes. Con datos del Banco Mundial, la Agencia Internacional de Energía señaló que en 2023 la producción media de Guyana fue de 390 mil barriles diarios, que crecerá hasta situarse este año en 720 mil barriles, con picos de 900 mil. El avance no se mide sólo en volúmenes de producción, sino también en su impacto humano. Con una población que apenas supera las 800 mil personas, Guyana ya es el mayor productor global por habitante, superando a naciones como Kuwait. Sin embargo, el 43% de los guyaneses sobrevive en la miseria.
La Universidad Rice de Texas, financiada por los grandes operadores del sector petrolero, aporta datos adicionales. Francisco Monaldi, director del Programa de Energía de América Latina de la casa de altos estudios, dice que lo hallado por Exxon y sus socios –Hess Corporation y la estatal China National Offshore Oil Corporation (CNOOC)– “es petróleo liviano del tipo que Venezuela extrae escasamente, algo particularmente atractivo para Caracas, ya que podría mezclarlo con el crudo extra pesado que explota en la Faja del Orinoco”. Concluye: «De no existir el conflicto lo lógico sería que Guyana le vendiera su petróleo a Venezuela y este lo reexportara».
En estos días el fuego bélico se reavivó irresponsablemente por el gobierno de Georgetown. Ali ha complementado eficientemente la estrategia de EE UU para la región noroccidental sudamericana, que pasa por afianzar el bloqueo económico de Venezuela. En Washington, además de desconocer las elecciones para gobernadores y miembros de la Asamblea Nacional, celebradas en Venezuela el 25 de mayo y ganadas por el oficialismo, el presidente Donald Trump ordenó la deportación de legiones de venezolanos, a los que envía a las mazmorras de Nayib Bukele en El Salvador. Y, lo más grave, con notable incidencia en la economía de Venezuela, adelantó la expiración de la autorización que, por un decreto de franca intromisión, había extendido a favor de Chevron para que explotara y exportara el petróleo venezolano.
Ali cerró el círculo de las denuncias sin pruebas y, el mismo día que Venezuela hacía sus elecciones apeló a un tono marcial para arengar a las Fuerzas desplegadas en el Esequibo. “Quienes buscan amenazarnos deben saber que nuestras tropas de primera línea están listas para defender cada pulgada de nuestro país, respaldados con la sangre de cada guyanés”. El canciller Hugh Todd, ante el parlamento, se valió del mismo léxico guerrero para señalar que “Guyana no se dejará intimidar, no cederá ninguna parte de su territorio”. Al agradecer públicamente las presiones de EE UU contra Venezuela, entendidas como un respaldo a Ali, Todd dijo, para sorpresa, que “el apoyo de nuestros socios externos hará que podamos preservar la soberanía”.
En los días previos el gobierno guyanés había denunciado el despliegue de naves de guerra venezolanas ante una plataforma de prospección de la Exxon. Según Bloomberg, casi un vocero de la administración Trump, así como llegaron, esos buques se fueron. En realidad, nunca existieron. Hasta el servicio de IA de Google lo certificó cuando se le preguntó nombre y características de los navíos. “No hay información sobre un buque patrullero venezolano específico que haya sido identificado como responsable de una intrusión”. Otra vez ante el Parlamento el gobierno metió la pata al decir que Venezuela estaba construyendo una súper base militar próxima al Esequibo. La misma denuncia había sido hecha en abril del año pasado. Esa vez fue la BBC: emitió la falsa noticia, adjudicada a “informes de inteligencia” no precisados.
El auge petrolero trajo riqueza, pero también más desigualdad, destrucción ambiental (ver aparte) y una avasallante presencia extranjera, todo en un país que ya era ofensivamente desigual. Habría que ver, ahora, si podrá sostener su desarrollo sin caer en el drama que conmovió a otras naciones ricas en recursos naturales. Mientras, los camiones chinos de la CNOOC con sus tripulantes y obreros chinos a bordo cargan materiales para construir puentes, islas artificiales y hoteles de lujo en esta nueva Dubai a la que en Georgetown ya conocen irónicamente como la Guyana Saudita. Y, sonrisa gigante, pecho henchido, gesto de nuevo rico, Ali explicó a los 300 pobres, muy pobres, habitantes de Smith Creek, en la frontera con Venezuela, que su gobierno ya prepara la construcción de Silica City, “una ciudad sustentable, naturalmente bella, moderna e innovadora, adelantada a su tiempo”. «
Aunque el hallazgo de la ExxonMobil llegó en 2015, justo cuando en París todos los países del mundo se comprometían a reducir sus emisiones de gases de efecto invernadero a cero absoluto para 2050, la petrolera estadounidense y el gobierno de Guyana no han dado señales de adherir a la lucha contra el cambio climático que ya llegó, que ya está aquí y que cada día da muestras de su devastador efecto. Observación necesaria. Eso de todos los países del mundo es un decir. Diez años después del acuerdo multinacional, EE UU, Irán y lo que queda de la pulverizada Libia no se han dado a recordar aquellos días de la primavera parisina. Exxon y el presidente Ali siguen con su plan de extraer hasta la última gota de las reservas: 11.000 millones de barriles de crudo.
Ali es un novato en el mundo de las trapisondas, hace lo que se le “sugiere” y que cena en la mesa del patrón, como decía Atahualpa Yupanqui en las «Preguntitas sobre dios». Exxon, en cambio, tiene montañas de carpetas en las que acumula demandas por ignorar normas medioambientales. Ya fue cuestionada en Guyana por la quema de gas durante la explotación del petróleo (gas flaring), proceso que emite enormes volúmenes de dióxido de carbono y metano. La demanda se relaciona con Liza Fase 1, el primero de sus tres campos en operaciones. Puesto a trabajar en 2019, la licencia otorgada admite la quema únicamente en emergencias o mantenimiento, pero Exxon registra algo más de 1500 episodios….
Según la organización ambientalista norteamericana SkyTruth, plataforma que emplea satelites para monitorear perjuicios ambientales y datos complementarios del brasileño Instituto Internacional Arayara, Exxon quemó 687 millones de metros cúbicos de gas en la costa de Guyana, liberando a la atmósfera 1,32 millones de toneladas de dióxido de carbono. Ese volumen de CO2 equivale a las emisiones generadas por casi 287 mil automóviles en circulación permanente durante un año y sitúa a Guyana como el segundo mayor emisor de gases de efecto invernadero por flaring.
“Nuestras instituciones, manejadas a su antojo por Ali y su Partido Progresista del Pueblo, han sido capturadas por los intereses extranjeros. ExxonMobil no es la única, sí la más notoria”, denunció la ambientalista Sherlina Nageer, del Movimiento Corazón Verde. Como ocurre en todo el mundo donde el petróleo se adueña de la soberanía de las naciones, Guyana se transforma en un petro-Estado, donde economía, decisiones políticas e instituciones se convierten en apéndice de la industria petrolera. Por eso –dice Corazón Verde– es cada vez más difícil saber dónde termina el Estado guyanés y dónde empieza la ExxonMobil.