

Por: Agencia InnContext
Erik llegó a la Argentina en 2018, a los 33 años, con una licenciatura en Ingeniería del Petróleo y una década de experiencia en la industria. También trajo un tesoro invaluable: la resiliencia. Esa fortaleza se volvió clave cuando, de manera inesperada, tuvo que abandonar su país.
Hasta entonces, llevaba una vida estable: casa propia, auto y un buen salario. Entendió que “hay que ser emocionalmente fuerte”, y con convicción, afirma: “Un día te vas a caer, pero es obligatorio levantarse”.
Tuvo que salir de su país solo , dejando atrás a su familia con la esperanza de reencontrarse con su esposa e hija una vez que lograra establecerse. “Entendí que, en esta experiencia, hay personas a las que quizás nunca vuelva a ver”. Durante la conversación, evoca el profundo dolor de perder a su madre sin haber podido despedirse. Sin embargo, el apoyo de sus amigos locales le permitirá avanzar. “Los argentinos son muy solidarios, tienen una gran empatía”.
No perder el sentido del humor es fundamental en la cultura venezolana. "Siempre encuentro un chiste, es algo de mi país. Aunque la estemos pasando mal, yo me voy a reír para seguir en movimiento". Su actitud lo ayudó a integrarse y construir nuevas redes. Incluso, en 2020, su primer contacto con ACNUR fue a través del programa Potenciar, donde ayudó con capacitaciones a jóvenes sobre inserción laboral.
Sus primeros meses en Argentina estuvieron marcados por la incertidumbre, pero también por encuentros que dejaron huella. "Al principio daba clases, pero las horas no eran suficientes para cubrir un salario. Entonces, mi supervisor –mendocino–, me dijo: '¿Sabes qué? Yo no quiero que te vayas, me voy yo. Te dejo mi puesto'. Así fue como pasé de instructor a coordinador".
En el proceso, se divorció de su esposa, lo que retrasó aún más el reencuentro con su hija, que tenía nueve años cuando se vio obligado a irse. La pandemia se interpuso y pasaron cuatro años hasta que finalmente pudieron volver a un verso. Aún así, Erik encontró una oportunidad en la adversidad. Al año de su llegada, en Mendoza, fundó SIV Consulting, una empresa de capacitaciones técnicas a empresas ya quienes buscan ingresar al sector petrolero y gasífero, además de vender suministros.
Su motivación era clara: "Es maravilloso pensar que el día de mañana alguien pueda cambiar su vida a partir de lo que nosotros estamos transmitiendo [...] Los jóvenes no están pensando en el futuro sino en cómo conseguir dinero ya. Es fundamental que sepan que la educación es clave".
Para Erik, el desplazamiento es parte de la historia de la humanidad. "Yo tengo una broma que siempre digo: 'No conozco a ningún argentino-argentino'. La mayoría son descendientes de españoles o italianos. Argentina es cuna de migrantes'". Ese sentido de pertenencia lo llevó a adoptar costumbres locales. "Me encanta el mate, pero más que como bebida, como ritual. Lo que representa. Sentarse con amigos, hablar, compartir. También adquirirá dormir la siesta".
Con el tiempo, su empresa se consolidó y empezó a dar frutos. En su primer año, más de 200 personas de Argentina, Bolivia, Colombia, México, Perú y Venezuela recibieron formación. Lo que nació como un pequeño emprendimiento evolucionó en una iniciativa de impacto social. "Las personas migrantes queremos aportar. Con mi empresa, contribuyo a construir un país mejor". Su crecimiento fue tal que, en 2021, logró expandirse y abrir la compañía en su país de origen.
Hoy, Erik es residente permanente en Argentina y ya no piensa en volver. "La muerte de mi madre me hizo visibilizar qué es lo que quiero en la vida. En ese momento pensé: 'No puedo fallarle a ella'". Su nuevo hogar le permitió no solo reconstruir su vida sino también ayudar a otros a hacer lo mismo. “En el camino hay muchas dudas, pero cuando empiezas a ver a las personas que has tocado, empiezas a ver que sí lo has logrado”.
De hecho, de regreso de su última visita a Venezuela, al pasar por el control migratorio en Argentina, el oficial le dijo: “Bienvenido a su casa”. Unas palabras sencillas, pero que le confirmaron lo que ya sentía en su corazón: el viaje había valido la pena.