sábado 14 de junio de 2025 - Edición Nº2383

Internacionales | 13 jun 2025

Chile; La Memorias No se Toca.

La heredera del silencio o la señora de las dos caras: Evelyn Matthei

Chile no es solo un país, es también una herida. Y esa herida aún sangra cuando escucha ciertas voces, cuando ve ciertos gestos, cuando se enfrenta a ciertos nombres. Evelyn Matthei es uno de esos nombres. No por ser mujer, ni por ser conservadora, sino por lo que representa, la continuidad de una historia que no ha pedido perdón, que no ha hecho justicia y que ahora pretende, además, gobernar.


Por: Mauricio Herrera Kahn. Fuente:Agencia Pressenza

Evelyn Matthei

El país que no puede olvidar

Chile no es solo un país, es también una herida. Y esa herida aún sangra cuando escucha ciertas voces, cuando ve ciertos gestos, cuando se enfrenta a ciertos nombres. Evelyn Matthei es uno de esos nombres. No por ser mujer, ni por ser conservadora, sino por lo que representa, la continuidad de una historia que no ha pedido perdón, que no ha hecho justicia y que ahora pretende, además, gobernar.

Matthei no es cualquier candidata. Fue ministra de Pinochet, hija de un general de la Junta, defensora pública de los criminales de la dictadura, negacionista de los crímenes de lesa humanidad y promotora de un discurso punitivista que coquetea con la barbarie. Su candidatura no es un salto al futuro, es un salto al pasado con luces de neón.

Un país que se ha esforzado por reconstruirse desde la democracia no puede entregar su presidencia a una figura que justifica las muertes del ’73 como “inevitables”, que considera reversible la clausura de Punta Peuco y que propone reinstaurar la pena de muerte en un país que fue torturado, ejecutado y desaparecido por su propio Estado.

Hay algo más profundo aquí que un programa de gobierno o una estrategia de campaña. Lo que se juega con Matthei no es una elección, es la memoria, es el alma de Chile.

De la dictadura al maquillaje democrático

Evelyn Matthei no apareció en la política por mérito ciudadano ni por liderazgo social. Llegó desde arriba, desde el corazón de las Fuerzas Armadas y del poder dictatorial. Su padre, el general Fernando Matthei fue parte de la Junta Militar. Mientras otros guardaban silencio, ella tomaba el micrófono para defender lo indefendible. Fue ministra del Trabajo de Pinochet en 1990, mientras el país trataba de emerger, a tropezones, de una dictadura sangrienta.

Su biografía política no está escrita en papel, está tatuada en los diarios de la transición, ha defendido a militares violadores de derechos humanos, ha banalizado la represión y ha justificado las muertes del Golpe de Estado como una especie de “daño colateral” de la historia.

Matthei ha hecho todo lo posible por convertir su pasado en anécdota y su presente en marketing. Alcaldesa de Providencia, gestora de plazas limpias y campañas de orden, apareció en matinales, tocó el piano, cocinó en ferias, mientras evitaba hablar del país real, el que aún llora por sus desaparecidos, el que aún busca justicia en causas cerradas, el que aún sobrevive con pensiones miserables que ella ayudó a consolidar.

Hoy se presenta como pragmática, moderna, casi liberal. Pero ese disfraz no aguanta más de 24 horas. Basta una crisis, un micrófono en caliente, una frase sin libreto, para que vuelva a aparecer la Matthei original, la que insulta, la que impone, la que amenaza, la que no duda en retroceder décadas con tal de ganar los votos del miedo. Una candidatura con memoria negada no puede gobernar un país con memoria viva.

Un presente peligroso, el retorno de lo más oscuro

Quien escuche a Evelyn Matthei hoy puede confundirse. Puede creer que es una política tradicional, de carácter fuerte, pero razonable. Pero basta repasar sus últimas declaraciones para ver que lo que ofrece no es firmeza, es extremismo con corbata.

En plena campaña, Matthei propuso reinstaurar la pena de muerte, como si esa medida no contradijera los tratados internacionales firmados por Chile, como si no fuera una bofetada a la memoria de un país que ya vio al Estado matar impunemente a su propio pueblo. Dijo que “las muertes eran inevitables” durante el golpe de Estado. Esa frase no es un lapsus, es doctrina, es ideología, es una justificación abierta del terrorismo de Estado.

No contenta con eso, respondió al anuncio de cerrar Punta Peuco (penal donde cumplen condena los violadores de derechos humanos) con otra frase reveladora: “No cuesta nada revertirlo”. Esa liviandad con la que se ofrece a revertir avances en memoria, justicia y reparación la inhabilita moralmente para presidir la República. Porque gobernar Chile no es administrar una alcaldía. Es cuidar la democracia que tanto costó recuperar.

Matthei no se enfrenta a Kast. Compite con él por el mismo electorado. Por eso no lo critica. Por eso no lo confronta. Por eso lo imita, lo sigue y a veces lo supera. La diferencia es que ella lo hace vestida de moderación, con las luces de matinales aún pegadas en la piel.

¿Puede un país herido confiar en alguien que banaliza el crimen de Estado y ofrece más castigo en vez de más justicia? No. Porque gobernar Chile exige responsabilidad histórica. Y Evelyn Matthei nunca la ha tenido.

El poder que la rodea, obediencia, blindaje y financiamiento

Evelyn Matthei no está sola. Nunca lo ha estado. Su candidatura no surge de la ciudadanía ni de un movimiento social. Es una operación política armada desde arriba, sostenida por tres pilares fundamentales, partidos obedientes, medios complacientes y empresarios con intereses muy concretos.

Los partidos de ChileVamos (UDI, RN y Evópoli) se alinearon sin chistar. No hubo primarias reales, ni debates de ideas. La proclamaron por aclamación. ¿Por qué? Porque no buscan una líder con proyecto, sino una administradora del modelo que les da poder y beneficios desde hace cuatro décadas. Matthei es la garantía de que todo siga como está, AFP intactas, salud privada, impunidad militar, bajos impuestos para los más ricos.

Los medios de comunicación, salvo contadas excepciones, la tratan con guante blanco. Se indignan cuando grita, pero no cuando justifica la represión. Aplauden sus frases de orden, pero callan ante su pasado dictatorial. La muestran tocando el piano, no firmando decretos en la dictadura. Le perdonan lo que nunca perdonarían en una mujer de izquierda.

Y el gran empresariado… ese sí que no disimula. Matthei es su candidata ideal, pro mercado, anti reforma, férrea opositora a cualquier redistribución del poder económico. Los mismos que financiaron las campañas de Piñera, los que lloraron cuando Allende nacionalizó el cobre, hoy la quieren en La Moneda para blindar sus privilegios y reprimir cualquier intento de cambio.

No es casual que tenga a su disposición un ejército de senadores, diputados, alcaldes y asesores. Lo que está en juego con Matthei no es su carácter, es el control del país por parte de los mismos de siempre. Y eso, más que un peligro, es una amenaza directa a la democracia que estamos tratando de reconstruir.

El país que podría volver

Cuando Evelyn Matthei propone la pena de muerte, cuando relativiza las violaciones a los derechos humanos, cuando promete “revertir” el cierre de Punta Peuco, no está improvisando. Está adelantando el país que quiere construir. Un país más autoritario, más clasista, más represivo. Un país para unos pocos, y vigilado para el resto.

No es solo ella. Es el proyecto que la acompaña. Es la nostalgia de una élite que nunca pidió perdón, pero sí pidió silencio. Una élite que quiere que olvidemos lo que pasó y que al mismo tiempo premia a quien lo justifica. Esa élite está empujando a Chile de vuelta a la lógica del miedo, del castigo, del enemigo interno.

Un país gobernado por Matthei no es un país moderno. Es un país que le entrega el poder a una figura que no cree en la reparación, ni en la justicia transicional, ni en los límites éticos del poder. Sería un país donde los poderosos vuelven a escribir la historia, esta vez con corbata, redes sociales y piano.

Chile no necesita orden a cualquier precio. Necesita justicia con memoria. No necesita mano dura sin alma, sino decisiones con humanidad. Y eso no está en el proyecto de Evelyn Matthei. Nunca lo ha estado.

La memoria no se toca

Chile no puede permitirse olvidar. No puede elegir, en nombre del orden o del marketing, a una figura que representa todo lo que intentamos dejar atrás. Evelyn Matthei no puede ser presidenta porque su candidatura no es neutra, es una amenaza disfrazada de experiencia, una restauración envuelta en piano y sonrisa.

Los pueblos no sólo se destruyen por golpes o bombas. También se destruyen cuando normalizan el olvido, cuando premian el negacionismo, cuando convierten la impunidad en programa de gobierno. Y eso es exactamente lo que ofrece Matthei, un país donde la historia se acomoda, donde la justicia retrocede y donde la mano dura vuelve con aires de legitimidad.

Decir no a Matthei no es una consigna.
Es una declaración de principios. Es decir, no volveremos atrás. No olvidaremos a los muertos. No negociaremos con quienes justifican el horror. No daremos el poder a quienes lo usaron para aplastar al pueblo.

Porque la memoria no se toca. Y la democracia no se entrega. Ni por votos, ni por encuestas.

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