martes 17 de junio de 2025 - Edición Nº2386

Internacionales | 17 jun 2025

Abran los ojos, Gaza no es una guerra.

Gaza. El genocidio como colonialismo del siglo XXI

09:00 |Esto no es una guerra. No hay dos ejércitos. No hay campo de batalla. Hay aviones. Y hay niños. Gaza no es un frente. Es un encierro. Una jaula. Una celda sin techo, sin agua, sin salida. Y desde el cielo caen bombas como si fueran argumentos.


Por: Mauricio Herrera Kahn. Fuente:Agencia Pressenza

(Imagen de Rafael Edwards)

“Algunas tierras se roban por petróleo. Otras por oro. A Gaza la están matando por existir.”

Abran los ojos, Gaza no es una guerra

Esto no es una guerra. No hay dos ejércitos. No hay campo de batalla. Hay aviones. Y hay niños. Gaza no es un frente. Es un encierro. Una jaula. Una celda sin techo, sin agua, sin salida. Y desde el cielo caen bombas como si fueran argumentos. Desde los tanques se disparan misiles como si fueran derecho. Y desde los gobiernos se levanta un silencio que parece neutro, pero huele a pólvora.

Dicen que es un conflicto. Pero un conflicto no arrasa hospitales. Un conflicto no deja sin brazos a bebés recién nacidos. Un conflicto no entierra 55.000 cuerpos en dos meses. Eso no es un conflicto. Eso tiene otro nombre. Y todos lo sabemos.

Gaza no es el campo de batalla del siglo XXI. Es el espejo. Es la prueba final de cuán lejos puede llegar el colonialismo cuando se disfraza de defensa. Es la excusa de la “seguridad” usada para legitimar el exterminio. Es la perversión de la historia, porque el pueblo que fue perseguido en Europa, persigue hoy a otro hasta borrarlo.

¿Y el mundo? Calla. Calla porque Israel factura. Calla porque Estados Unidos manda. Calla porque Europa no quiere problemas. Y cuando las grandes potencias callan, los pueblos mueren solos. Como Gaza.

El colonialismo no murió, cambió de uniforme

Nos enseñaron que el colonialismo había terminado. Que ya no existían imperios. Que las banderas extranjeras se habían ido. Nos mintieron. El colonialismo no murió. Se actualizó.
Cambió los barcos por drones, las cadenas por bloqueos, los virreyes por embajadores. Hoy no necesita plantar una bandera, le basta con instalar una base militar. No necesita esclavos, con clientes basta. No necesita conquistar, basta con financiar.

Y si alguna nación se atreve a resistir, entonces comienza el relato. “Son terroristas”. “Son inestables” “ Son un peligro para la paz”. La misma voz que usaron en Argelia, en Vietnam, en El Salvador, en Irak… Ahora la repiten para Gaza. Con la voz pausada de CNN, con la complicidad editorial de diarios que lloran por Ucrania pero bostezan por Palestina.

Israel no coloniza con discursos religiosos. Coloniza con check-points, con apagones eléctricos, con vallas electrónicas, con hambre. Y cuando eso no basta, bombardea. Ese es su modelo de ocupación. Su manual de “seguridad nacional”.

¿Y qué dice la ONU? Lo de siempre: “llamamos al cese de hostilidades”. ¿Y qué hace Europa? Se declara “preocupada”. ¿Y qué hace Estados Unidos? Aprieta el botón para enviar más municiones. No hay nada más colonial que el silencio cuando el ocupante tiene aliados.

Gaza, el laboratorio del colonialismo tecnológico

Gaza no es solo una tragedia. Es un experimento.Un ensayo general para la guerra del futuro. Una prueba piloto donde se combinan drones de última generación, inteligencia artificial y reconocimiento facial sobre una población sin refugio, sin derechos, sin salida. Cada bombardeo es una “muestra de eficacia”. Cada muerte civil, un “daño colateral calculado”. Cada escuela destruida, una oportunidad para vender más armas. Porque Gaza no es solo Gaza. Gaza es la vitrina. El show-room de la industria militar israelí.

Israel exporta experiencia. Exporta algoritmos que predicen comportamientos. Exporta tecnologías de vigilancia que “funcionan”, porque han sido probadas en el terreno. ¿Y cuál es ese terreno? Un millón de niños palestinos. Que no eligen. Que no votan. Que no disparan. Pero que sirven, en silencio, como blanco de precisión.

Lo llaman “tecnología defensiva”. Pero lo que están haciendo es otra cosa, usar a Gaza como campo de entrenamiento. Convertir a cada edificio en ruina, a cada cuerpo en dato, a cada barrio arrasado en una métrica de eficiencia militar.

Los mismos sistemas que se venden a gobiernos autoritarios en todo el mundo para controlar a sus pueblos… se validan primero en Palestina. ¿Y después? Después van a las ferias de defensa en París o Dubái. Aparecen en catálogos. Se ofrecen con videos. “Probados en combate real”, dicen. Gaza es el “combate real”.

El apartheid digital. Es una enfermedad. Gaza bajo vigilancia total

Hay lugares donde la opresión se ejerce con botas. En Gaza, se ejerce con cámaras. Con satélites. Con reconocimiento facial. Aquí el ocupante no necesita estar presente, por favor ya lo ve todo. Israel ha convertido a Gaza en el campo más densamente vigilado del planeta. Cada rostro, cada movimiento, cada llamada, cada respiración digital, queda registrada. No es seguridad: es control. No es monitoreo, es apartheid digital.

El algoritmo decide. Quién vive, quién muere. Quién es “objetivo legítimo”, quién es “presunto militante”. Y la decisión no la toma un juez. La toma una base de datos. La justicia ahora se programa.

Las familias palestinas viven bajo una nube invisible. No pueden moverse sin ser rastreadas. No pueden comunicarse sin ser intervenidas. No pueden dormir sin saber si mañana su casa estará. Es el apartheid versión 2.0, pero sin muros físicos, con fronteras invisibles. Sin soldados en cada calle, con drones en cada cielo. Sin tribunales, con software. Y todo financiado con contratos millonarios de “innovación” y “ciberseguridad”.

¿Quién compra esta tecnología? Gobiernos autoritarios. Empresas privadas. Estados democráticos que necesitan “orden”. La ocupación ya no es un acto militar, es un producto exportable. ¿Y Gaza? Gaza es la prueba de que, en este siglo, se puede exterminar a un pueblo sin mover un soldado. Solo basta una cámara. Y una justificación.

Israel. Ocupación , saqueo y exterminio

Israel no está defendiéndose. Está ocupando. Y lo ha hecho durante décadas, con impunidad, con apoyo financiero, con cobertura diplomática y con una narrativa internacional diseñada para justificar lo injustificable. Ocupó tierras. Bloqueó ciudades. Racionó el agua, la electricidad, el acceso a medicamentos. Y cuándo Gaza resistió, la acusaron de terrorismo.

Pero ¿qué haría cualquier pueblo encerrado, humillado, asfixiado? Lo mismo que hicieron los franceses contra los nazis. Lo mismo que hizo Mandela contra el apartheid. Lo mismo que hizo Israel contra el Imperio británico. Resistir.

Lo que Israel llama autodefensa, el derecho internacional lo llama crímenes de guerra. Lo que Israel llama “daños colaterales”, el derecho humanitario lo llama masacres sistemáticas. Lo que Israel llama “neutralizar objetivos”, la humanidad lo llama genocidio.

Y mientras tanto, ¿qué hace Israel con los territorios que arrasa? Los vacía. Los limpia. Los revende. Las tierras palestinas terminan en manos de colonos ultra ortodoxos, de inmobiliarias israelíes, de consorcios internacionales. Los olivares quemados se reemplazan por autopistas. Las ruinas se transforman en resorts. Es la vieja receta del colonialismo, destruir al nativo, vender la tierra.

Pero esta vez hay cámaras. Esta vez hay redes. Esta vez hay archivos.Y aunque muchos gobiernos prefieran mirar a otro lado, los pueblos del mundo están mirando de frente.

El silencio internacional: colonialismo con corbata

No todos los crímenes se cometen con armas. Algunos se cometen con silencios. Con abstenciones. Con comunicados tibios. Con conferencias inútiles y gestos diplomáticos. Eso es hoy la comunidad internacional frente a Gaza, una cumbre de hipocresía bien planchada.

Europa, que se desgarra por Ucrania, guarda luto privado por Palestina. Estados Unidos, que invoca la libertad en cada discurso, financia cada misil que cae sobre una escuela. La ONU, que una vez se soñó garante de la paz, ya no sirve ni para frenar una excavadora. Y América Latina, dividida, temerosa, atrapada entre su moral y sus acuerdos comerciales.

El colonialismo moderno no necesita tropas. Solo necesita este tipo de silencio. El que justifica con tecnicismos. El que condena con matices. El que espera el momento adecuado… mientras mueren 200 niños por semana.

¿Dónde están los países que se alzaron contra el apartheid en Sudáfrica? ¿Dónde están los artistas, los premios Nobel y los intelectuales que claman por la humanidad cuando conviene? Hay gobiernos que no callan porque ignoran. Callan porque hacen negocios. Callan porque tienen miedo. Callan porque han decidido que Gaza no vale tanto como un tratado de libre comercio o una licitación en Tel Aviv. Y así, con cada día que pasa, el silencio se vuelve cómplice.Y la comunidad internacional deja de ser testigo… para convertirse en socia.

El nuevo colonialismo. De Argelia a Gaza

El colonialismo no terminó. Solo se maquilló. Cambió de traje, de mapa y de excusa. Pero sigue aquí, en Gaza, con los mismos gestos de siempre, ocupar, arrasar, reescribir.

Argelia fue ocupada por Francia durante 132 años. El general Bugeaud decía en 1841 que “para dominar a los árabes hay que destruir sus campos, quemar sus aldeas y cortar sus suministros”. Suena familiar.

En Kenia, el Imperio Británico confinó a los kikuyus en campos de concentración, donde más de 100.000 personas fueron torturadas y miles murieron. Todo en nombre de la civilización.

En el Congo Belga, bajo el rey Leopoldo II, se estima que murieron más de 10 millones de africanos, mutilados, azotados, asesinados por no recolectar suficiente caucho. Era “progreso”.

En Palestina hoy, los métodos han cambiado, pero el principio es el mismo. Un pueblo con historia, cultura y derecho, convertido en obstáculo. Una tierra reducida a botín. Una identidad transformada en amenaza. Israel ha retomado el manual colonial con precisión quirúrgica. Asentamientos ilegales, como los colonos franceses en Argelia. Mapa cambiante, como los británicos en Palestina en 1917. Cercos, muros y zonas “militarizadas”, como los bantustanes del apartheid sudafricano. Propaganda sobre la “barbarie palestina”, como hacían los holandeses contra los javaneses en Indonesia. La misma lógica. El mismo desprecio. Solo que hoy lo llaman “seguridad”.

Y las potencias que antes dominaron el mundo ahora aplauden o callan. Francia, que tardó décadas en pedir perdón por Argelia, vende armas a Israel. Alemania, que no ha resuelto su culpa histórica, la traslada con cheques, drones y blindados hacia Gaza. El Reino Unido, maestro de ocupaciones, observa desde su escaño como si no supiera lo que es despojar.

Mientras tanto, Palestina resiste. Como resistieron los vietnamitas. Como resistieron los namibios, los sudafricanos, los indios, los egipcios, los bolivianos. Con piedras, con memoria, con dignidad. Gaza no es la excepción. Gaza es la prueba. La prueba de que el colonialismo sigue vivo, solo que ahora se justifica con palabras nuevas como, “defensa ”, “derecho a existir”, “combate al terrorismo”. Pero bajo esas palabras se esconde la misma lógica siniestra que es que invadida palestina vale menos que una pared israelí. Un niño palestino muerto no genera minutos de silencio. Una ciudad arrasada no activa el Consejo de Seguridad. Y mientras el mundo repite que ya no hay colonias, Gaza arde… como ardería cualquier tierra ocupada.

Gaza, el espejo del mundo colonial

Gaza ya no es solo una ciudad. Es una pregunta. Una herida que camina. Una verdad que el mundo no quiere mirar. Es la prueba de que el colonialismo no fue vencido, solo fue reconfigurado.

Gaza no produce armas, pero vive bajo bombas. Gaza no tiene marines, pero sobrevive entre drones. Gaza no tiene bancos internacionales, pero paga con su sangre los intereses del poder global. Gaza no es libre… porque la libertad molesta cuando nace en cuerpos morenos, empobrecidos y rebeldes.

Hoy, ser palestino en Gaza es ser huérfano del derecho internacional. Es caminar sobre ruinas y seguir llamando “hogar” a lo que fue una casa. Es enterrar hijos sin que la ONU se inmute. Es morir… mientras Europa debate si condenar o justificar.

Y mientras Gaza se desangra, las democracias occidentales escriben columnas opinando si la masacre es proporcional. Israel no responde por las muertes, responde con más muerte. No explica, no lamenta, no repara. Solo arrasa y lo llama victoria.

Pero Gaza no está sola. Está llena de mártires, de poetas, de niños que dibujan lo que jamás debieron ver. Está llena de dignidad. Y aunque no lo digan los periódicos, el mundo empieza a entender que el genocidio no es una respuesta. Es una firma. La firma de un poder que ya no necesita esclavizar sólo le basta con borrar.

Los pueblos del mundo no olvidarán Gaza. Porque Gaza ha revelado el nuevo rostro del colonialismo que ya no lleva casco, lleva traje. Ya no impone idioma, impone misiles. Ya no se llama Imperio, se llama “democracia en defensa propia”.

Pero hay algo que no pueden borrar, que la dignidad no se destruye con bombas. Se puede aplastar un barrio. Pero no se puede destruir una causa que arde en los ojos de quienes aún creen que la vida de un niño palestino vale lo mismo que la de un niño en París. Y que la dignidad, por más asqueada que esté, camina descalza, entre escombros… y nunca se rinde.

Cuando la historia pida cuentas

Un día la historia despertará. Mirará hacia Gaza y preguntará dónde estaban los pueblos, las voces, los gobiernos, las conciencias. Y no habrá respuesta limpia. Quedarán las cifras del horror.
Los nombres enterrados bajo cemento. Los niños que no tuvieron infancia. Los hospitales convertidos en escombros. Las madres que buscaron justicia en medio del polvo y la metralla.

Y también quedará esta vergüenza global. Porque el mundo no puede decir que no supo. Porque el silencio no fue ignorancia, fue complicidad. Porque en cada país hubo un canciller que calló, un diario que desvió la vista, una organización que midió sus palabras para no incomodar al poder.

Gaza ha sido el laboratorio del colonialismo moderno. No con espadas ni crucifijos, sino con drones, propaganda y veto diplomático. El genocidio ya no usa uniforme, usa traje, pantalla y lenguaje técnico. Pero mata igual. Mata más.

Y si el pueblo palestino sobrevive (y resistirá, como siempre), será no por las instituciones que lo traicionaron, sino por su propia dignidad inquebrantable. Porque aún en medio del fuego, hay quienes siguen enseñando el nombre de su tierra a sus hijos. Porque en cada piedra que se levanta, hay una memoria que no acepta ser borrada. Que este epílogo no sea un cierre. Sino un grito. El grito de los que no aceptan la impunidad como destino. El grito de los que no olvidan.

El grito de los que aún creen que, aunque todo esté perdido, decir la verdad… sigue siendo un acto de resistencia.

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