sábado 21 de junio de 2025 - Edición Nº2390

Cultura | 21 jun 2025

Perú; Inti Raymi.

Reflexionando en torno al “Año Nuevo Andino”

09:30 |“Lo que ocurre entre la noche del 20 de junio y la madrugada del 21, guardaría coherencia con el sentido de su matriz cultural (andino-amazónica) en la que todo lo que existe en el “Pacha” (universo) tiene vida, todos somos parte, todos somos sujetos y todo se relaciona con todo”.


Por: Ana María Pino Jordán. Fuente: Agencia Pressenza

(Imagen de accesoperu)

“Lo que ocurre entre la noche del 20 de junio y la madrugada del 21, guardaría coherencia con el sentido de su matriz cultural (andino-amazónica) en la que todo lo que existe en el “Pacha” (universo) tiene vida, todos somos parte, todos somos sujetos y todo se relaciona con todo”.

La escenificación del Inti Raymi (Fiesta del Sol) en Cusco se realiza, desde mediados de la década de los 40’ del siglo pasado, todos los 24 de junio. Al parecer, los promotores de la fiesta combinaron la ocurrencia del solsticio de invierno austral, con la fiesta católica de San Juan Bautista. Lo señalo, porque Ramos Gavilán (1621)(1), entre otros cronistas, consigna que “Esta fiesta de intirayme, celebraban casi por el mismo tiempo, que nosotros celebramos la del CORPUS CHRISTI”.

Sin embargo, en las últimas décadas, en Puno y también en Bolivia, cada 21 de junio, fecha del solsticio de invierno en nuestro hemisferio, se ha hecho costumbre celebrar el “año nuevo andino”. Veamos su coherencia ontológica en la perspectiva de ubicar si esta resignificación le corresponde o si se trata de una folklorización del ritual.

El tiempo en el sentido andino de la vida es cíclico, lo señalan así diversos estudiosos; inclusive Estermann (2006) en su trabajo sobre “Filosofía Andina”, lo refiere como en un presente permanente porque ocurre en un “tiempo-espacio” expresado con un solo término “Pacha”. En el idioma, tanto quechua como aymara, también se expresa la simplificación de “futuro” como “presente progresivo” y ubicado gramaticalmente detrás de nuestros ojos, porque el futuro “no se ve” y es del pasado, que se ubica delante de nuestros ojos, del que tenemos que aprender. Este horizonte de sentido, configura una racionalidad diferente a la del tiempo lineal de la cultura hegemónica (occidental-moderna).

Del mismo modo, sobre la base de esta racionalidad andina, muchos pensadores consideran que la cultura andina, como tantas otras culturas originarias, son culturas de vida.

La vida, para el caso andino, tiene dos momentos: uno fértil y otro infértil, que por analogía se los puede identificar con el ciclo agropecuario en su época de verano (lluvioso y florido) y en su época de invierno (seco y frío). La muerte es solo un lapso de tránsito entre esos dos momentos. Como podemos apreciar, la diferenciación entre ambas vidas, en el horizonte de sentido andino, es funcional a su ciclo productivo.

Otra de las diferencias ontológicas, a considerar, es nuestra ubicación como sujeto social. En el horizonte andino, el sujeto es colectivo. Somos en la medida que somos parte o pertenecemos a una comunidad, ayllu, pueblo, nación. El nacimiento que da lugar a esa pertenencia es cuando se conforma la pareja que permitirá la continuidad de la vida y la sostenibilidad del colectivo. La paridad(2) es el núcleo básico de la relación y configura los principios éticos de reciprocidad, correspondencia, complementariedad; la relación, es sagrada, se cuida religiosamente a través de estos principios.

Para el antropocentrismo, ontológicamente situado en la cultura dominante (“occidental moderna”) el ser, individuo, yo, ego, es el núcleo central; por tanto, el nacimiento de un nuevo individuo es súper importante. Varios pensadores críticos han demostrado la incongruencia de esta configuración de cultura y la más evidente es que siendo el ser humano parte de una especie gregaria, cuya característica biológica es que el uno solo no puede existir, su horizonte de sentido esté reducido al ser humano como centro de la existencia, agravado desde la modernidad, pues el centro, del centro, es masculino, lo que trae como consecuencia, para la supervivencia de la especie, que se cosifique a la mujer.

Vemos claramente que “nacimiento” tiene significados diferentes según “nuestro lugar de enunciación” y la reflexión gira en torno si seguir considerando el 21 de junio, día del solsticio de invierno, frío, seco, “infértil” como el “año nuevo andino” porque el “sol está naciendo” o si deberíamos reivindicar el solsticio de verano, caliente, lluvioso, “fértil”, como “año nuevo andino”—donde además en la tradición los chiwchis/coros (infantes en quechua/aymara) habiendo llegado a su etapa wayna/sipasyuqalla/imillas (adolescentes hombres/mujeres en quechua/aymara respectivamente) pasaban a ser, una vez conformada la pareja (chacha/warmi), runa/jaqi (parte del sujeto colectivo: comunidad, ayllu, pueblo, nación).

Posiblemente, con la imposición del cristianismo, los rituales del solsticio de verano en el mundo andino (21 de diciembre, en nuestro hemisferio) fueron subsumidos por el “nacimiento del hijo de Dios” (pascua, navidad) y la colonia impuso el calendario gregoriano, el que nos rige en la actualidad.

Trabajé, varios años, con comunidades campesinas en la zona aymara. Una de las tareas de los awki y achachila (autoridades naturales) era subir al cerro cerca de la media noche del 20 de junio para su encuentro con el jawira (el río de estrellas) que esa fecha, muestra todo su esplendor y se puede apreciar el conjunto de constelaciones. Durante el amanecer del 21, conversando con las estrellas, ellos preguntaban lo que necesitaban saber para su año agrícola (si sería un año temprano o tardío, lluvioso o seco, cuándo deberían hacer las siembras de papa, de quinua, si habrían granizadas, en qué tiempo, etc.) y ellas le iban respondiendo a través de su lenguaje de color (rojizos, azulados), brillo (intenso, titilante, opaco) y en qué momento de la noche o el amanecer. Esperaban la salida del sol porque era la última estrella en aparecer y era su deber saludarlo y escucharlo también.

Probablemente —no lo percibí en ese entonces— el ritual lo hacían las autoridades antes de subir al cerro para que el encuentro y conversación con las estrellas honren y fortalezcan su relación.

Lo que ocurre entre la noche del 20 de junio y la madrugada del 21, guardaría coherencia con el sentido de su matriz cultural (andino-amazónica) en la que todo lo que existe en el “Pacha” (universo) tiene vida, todos somos parte, todos somos sujetos y todo se relaciona con todo(3).

Notas:

(1) Ramos Gavilán, Alonso. HISTORIA DEL SANTUARIO DE NUESTRA SEÑORA DE COPACABANA.Lima, Perú: Ignacio PRADO PASTOR. Editor, 1988. 618[147-157] Pp. En: https://www.casadelcorregidor.pe/d-interes/_biblio_Ramos-Gavilan.php

(2) Se habla también de “dualidad” porque es el conjunto de dos unidades necesarias para establecer una relación.

(3) Pino J. Ana M. y Riquelme M. Ivar R. “Coexistencia en ‘sociedades paralelas’. Una búsqueda para su diálogo con-vivencial”. En: Pluralidades. Revista para el diálogo intercultural. Vol. 4. Puno, Perú, 2015. Pp. 25-55.
(https://www.pluralidades.casadelcorregidor.pe/pluralidades_4/Pino-Riquel…)

Ana María Pino Jordán es Ingeniera Zootecnista por la Universidad Nacional Agraria La Molina, con más de 25 años de trabajo con campesinos. Actualmente es promotora cultural, intelectual, académica y columnista. Diplomada en Interculturalidad por el Instituto Ética y Desarrollo de la Universidad Antonio Ruiz de Montoya. Integrante del Consejo de Investigación del Instituto de Estudios de las Culturas Andinas (IDECA). Promotora de la Biblioteca de la Casa del Corregidor y miembro del Grupo Pluralidades (Puno) que edita la revista del mismo nombre.

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