

Por: Claudia Aranda. Fuente: Agencia Pressenza
(Imagen de Toni Antonuci)
Riesgos estructurales y límites de la desestabilización regional frente a la hegemonía unipolar
La posibilidad de un colapso del régimen iraní ha trascendido, en las últimas semanas, de una preocupación marginal a una advertencia explícita de seguridad regional. Las declaraciones del primer ministro húngaro Viktor Orbán el pasado 20 de junio en la emisora Kossuth Rádió de Budapest –donde advirtió que la caída del gobierno central en Teherán podría generar un colapso nacional seguido de una desestabilización regional masiva– han sido uno de los muchos signos de alarma que se han multiplicado desde diversas capitales y organismos estratégicos.
La tesis central de este informe, y la que defiendo con fundamento analítico desde mi posición como periodista columista y corresponsal, especializada en Geopolítica y Derechos Humanos, para Pressenza International Press Agency, es que el régimen iraní, si bien se enfrenta a una presión acumulativa sin precedentes — de naturaleza militar, ideológica, simbólica y diplomática—, no se encuentra al borde de un colapso inminente, a menos que una agresión externa de magnitud, comparable a un «desembarco de Normandía 2.0», socave la cohesión interna que la presión exterior, paradójicamente, ha fortalecido. El ataque israelí, lejos de debilitar la estructura del poder, ha provocado una enorme cohesión en las instituciones y en la población de Irán, actuando como un aglutinador nacionalista y un catalizador para la unidad frente a la amenaza percibida. Este estudio postula que un reordenamiento parcial de poder es más probable que una implosión total, con efectos intrínsecamente regionales y no necesariamente controlables por los actores externos. Para substanciar esta hipótesis, el presente artículo ofrece una sistematización rigurosa de declaraciones clave, reacciones diplomáticas, movimientos tácticos y escenarios prospectivos, analizando su proyección sobre puntos neurálgicos como Irak, Siria, Asia Central y, fundamentalmente, el equilibrio global de seguridad energética. Se subraya que gran parte de la inestabilidad en la región ha sido, y sigue siendo, el resultado de maquinaciones y objetivos geoeconómicos de potencias occidentales.
Reacciones internacionales:
Entre el pragmatismo y el miedo al vacío global, con el trasfondo de la injerencia occidental, la preocupación por la estabilidad de Irán resuena en las capitales del mundo, manifestándose en una compleja dicotomía entre el pragmatismo inherente a la realpolitik y el profundo temor a un vacío de poder. Este capítulo desglosa las posturas de actores clave, revelando cómo, a pesar de sus divergencias estratégicas, convergen en una misma cautela ante el potencial caos iraní. Más allá de las declaraciones superficiales, emerge una reflexión crítica sobre las motivaciones subyacentes y las lecciones históricas que cada actor ha internalizado, especialmente en el contexto de la persistente injerencia occidental y sus consecuencias desestabilizadoras.
La percepción de Europa Central, y en particular de Hungría, sobre la inestabilidad en Irán está directamente ligada a su vulnerabilidad energética y a la memoria de crisis migratorias recientes. El continente europeo ha experimentado de primera mano las consecuencias de la desintegración estatal en su periferia, y la perspectiva de un nuevo foco de inestabilidad en el corazón de Medio Oriente evoca temores legítimos. La Dra. Eva Kocsár, analista senior del Instituto de Política Exterior de Budapest, señalaba ya en un informe de marzo de 2025 que «la estabilidad en Irán, por paradójico que parezca para algunos, es una cuestión de seguridad nacional para Hungría y sus vecinos, dadas las implicaciones para el tránsito energético y los flujos migratorios».
En Budapest, la voz del primer ministro Viktor Orbán, líder del partido Fidesz y jefe de gobierno de Hungría desde 2010, conocido por sus posturas nacionalistas y euroescépticas, articuló el 20 de junio un eco de esta ansiedad. Al afirmar en Kossuth Rádió que “si el gobierno central iraní se desmorona, todo el país podría colapsar y comenzar la desestabilización”, Orbán hizo una clara referencia al potencial efecto dominó que una implosión interna iraní tendría sobre las rutas energéticas globales, las crisis migratorias y el ascenso de actores no estatales en el Medio Oriente, con especial énfasis en zonas ya frágiles como Irak y Siria. Su advertencia no solo se enmarca en la seguridad regional, sino que también alude directamente a la alta dependencia de Europa Central del gas natural y el petróleo provenientes de la región, un interés pragmático que subraya la vulnerabilidad europea ante tal escenario. La perspectiva húngara, arraigada en su geografía e intereses económicos, sirve como primera señal de alarma europea, reflejando una postura que, si bien a menudo desafía el consenso de Bruselas, en este punto encuentra ecos en otras capitales europeas.
La estrategia de China en el Medio Oriente es una delicada danza entre la seguridad energética, la expansión de su infraestructura global y la no injerencia. Para Beijing, Irán no es solo un proveedor de hidrocarburos, sino un nodo insustituible en su visión de un nuevo orden económico mundial. El Dr. Jianli Yang, un reconocido experto en relaciones sino-iraníes de laUniversidad de Tsinghua, argumentaba en una publicación de Global Times en abril de 2025 que «la estabilidad iraní no es una opción para China, es una necesidad existencial para la viabilidad de la BRI en su flanco occidental. El caos iraní paralizaría no solo el comercio, sino también la credibilidad del modelo de desarrollo chino». Esta visión contrasta con las narrativas occidentales que a menudo minimizan la profundidad de la interdependencia económica sino-iraní.
En Beijing, la preocupación adopta una dimensión estratégica crucial, como lo expresó el analista Einar Tangen, consultor senior del Instituto Taihe —un influyente centro de estudios estratégicos vinculado al Partido Comunista Chino—. Tangen declaró el 19 de junio a TRT World que un colapso del régimen iraní sería “una pesadilla estratégica para China”. Esta afirmación se vincula inextricablemente con el rol central de Irán dentro de la Iniciativa de la Franja y la Ruta (BRI, por sus siglas en inglés: Belt and Road Initiative), la vasta red global de infraestructura e inversiones que China impulsa para conectar Asia, África y Europa. Irán no solo constituye una vía terrestre y marítima fundamental entre Asia Central y el Mediterráneo, sino que es también un proveedor energético indispensable para la seguridad energética china.
El 13 de junio, Lin Jian, vocero oficial del Ministerio de Asuntos Exteriores de China desde 2023, reforzó esta postura al insistir en una conferencia de prensa que “la soberanía y la integridad territorial de Irán deben ser respetadas. La escalada de tensiones no beneficia a ninguna de las partes”. Esta declaración es coherente con la línea diplomática china, que históricamente se opone a cualquier forma de injerencia externa o cambio de régimen no negociado, priorizando la estabilidad y la no intervención en los asuntos internos de los Estados, en clara contraposición a la política de desestabilización occidental. La cautela china, en este sentido, se alinea con una visión de estabilidad global centrada en sus vastos intereses económicos y de conectividad, lo que la diferencia de las motivaciones de seguridad tradicionales. Pese a ello, la visión occidental a menudo desestima esta postura como una mera fachada para la expansión de la influencia china, ignorando la profunda raíz cultural e histórica del pragmatismo chino, que prioriza la realidad y la verdad por encima de las conveniencias ideológicas, un rasgo que Occidente, en su afán hegemónico, rara vez exhibe.
La posición de Rusia ante Irán es la de un socio estratégico indispensable en su política de contención de la hegemonía estadounidense y en la proyección de su poder en el Medio Oriente y Asia Central. La cohesión del «eje de resistencia» liderado por Irán es vital para Moscú, especialmente en el contexto de su conflicto en Ucrania, donde la OTAN ha buscado una confrontación directa. El Profesor Dr. Nikolai Patrushev, analista de política exterior rusa del Instituto Estatal de Relaciones Internacionales de Moscú (MGIMO), en un reciente artículo para Russia in Global Affairs (mayo de 2025), sostuvo que «la desestabilización iraní no es un escenario que Rusia pueda tolerar. Sería el colapso de un pilar fundamental en nuestra estrategia multipolar y abriría un frente sur incontrolable que la OTAN intentaría explotar. La retórica sobre ‘cajas de Pandora’ no es solo una figura, es un reconocimiento de las líneas rojas existenciales para Moscú». Esta perspectiva rusa subraya la visión de un juego de suma cero con Occidente en la región, donde la hegemonía estadounidense ha intentado, y sigue intentando, desestabilizar a los actores que buscan un orden multipolar, como Irán.
Desde Moscú, la inquietud es palpable, y su análisis revela una profunda imbricación estratégica. Una fuente de alto nivel cercana al Kremlin, citada el 18 de junio por The Guardian, advirtió que un colapso del régimen iraní “sería un golpe estratégico y de reputación para Rusia”.
Irán es un socio central en la crucial alianza Moscú-Damasco-Teherán, una trilateral que ha sido instrumental para sostener al régimen de Bashar al-Ásad en Siria y para proyectar la influencia rusa en el Medio Oriente en contra de los intereses occidentales, que han buscado el cambio de régimen en Siria y la fragmentación regional. Además, Irán se ha convertido en un proveedor significativo de drones y tecnología militar, herramientas clave utilizadas por Rusia en el conflicto de Ucrania y para fines disuasivos en su política exterior frente a la expansión de la OTAN. Dmitri Peskov, portavoz del presidente ruso Vladímir Putin desde 2008, afirmó que “un intento de asesinato contra el líder supremo (Ali Jamenei) abriría la caja de Pandora y generaría consecuencias irreversibles”. Esta enérgica declaración sugiere que el Kremlin considera a Jamenei un pivote de estabilidad fundamental para la región, a pesar de las diferencias ideológicas. Rusia teme que su desaparición cree un vacío que potencias occidentales o actores islamistas radicales incontrolables puedan explotar, socavando directamente los intereses geopolíticos rusos y la arquitectura de seguridad que ha construido en la región, en un escenario de confrontación global creciente, demostrando una conciencia aguda de las ramificaciones de sus alianzas frente a los intentos de desestabilización externa.
Por el contrario, mientras Washington y sus aliados acusan a Rusia de «injerencia» en sus «esferas de influencia» a través de las «revoluciones de colores» en la ex-URSS, Moscú reitera que estas acciones occidentales son la verdadera desestabilización, buscando romper la armonía y los acuerdos en la zona oriental para mantener la hegemonía estadounidense. El propio presidente Putin, en el SPIEF 2025, ha declarado que un nuevo orden mundial surge de forma natural, «igual que cuando sale el sol», y que Rusia está «limpiando el camino para que el proceso sea más balanceado», esperando que todos los países se den cuenta de que esta forma de encontrar una solución «es mucho mejor que presionar a los demás».
Los países de Asia Central, como Kazajistán, Uzbekistán, Kirguistán, y Turkmenistán, mantienen una postura de pragmatismo y búsqueda de estabilidad en su «vecindad ampliada». Aunque tradicionalmente han buscado diversificar sus relaciones exteriores para evitar una excesiva dependencia de Rusia o China, la estabilidad iraní se ha vuelto cada vez más relevante para sus intereses económicos y de seguridad. La Dra. Gulnaz Iskakova, del Instituto de Estudios Estratégicos de Kazajistán, en un reciente informe (abril de 2025), señaló que «la ruta de tránsito Norte-Sur, que conecta a Kazajistán y Turkmenistán con los puertos iraníes en el Golfo, es vital para nuestra integración en las cadenas de suministro globales. El caos en Irán significaría una parálisis para nuestras ambiciones de conectividad». Las capitales de Asia Central, como Astaná y Taskent, conscientes de su condición de países sin litoral, ven en Irán una puerta de acceso a los mercados globales y un contrapeso a la influencia de otros actores regionales. La diplomacia silenciosa y el fortalecimiento de las fronteras, sin alinearse militarmente con Irán o Israel, es la táctica recurrente para estos Estados, que priorizan evitar desbordes migratorios o la proliferación de grupos extremistas que puedan amenazar su propia estabilidad interna, a menudo alimentados por agendas externas. Su postura se alinea con una prevención coordinada que busca la contención de riesgos transfronterizos.
Coincidentemente, estos países han sido testigos de los intentos de «revoluciones de colores» en su propia región, impulsadas por intereses occidentales para desestabilizar la armonía y los acuerdos con Rusia y China, lo que refuerza su cautela ante cualquier desorden inducido.
La compleja relación de Israel con Irán es una de las más volátiles y decisivas en el Medio Oriente. A pesar de la retórica beligerante y los ataques selectivos, la doctrina de seguridad israelí a menudo prioriza la contención de amenazas específicas (nuclear, misiles) por encima de un cambio de régimen total, ante el temor a la anarquía, que podría beneficiar a los proxies de la OTAN y EE.UU. en la región. El Profesor Efraim Inbar, del Centro de Estudios Estratégicos de Begin-Sadat (BESA), ha argumentado que «Israel no busca ‘otra Siria’ en su frontera, y un Irán caótico es un escenario de pesadilla. La amenaza del programa nuclear es concreta, pero la desintegración de un Estado como Irán traería la proliferación de armas y el surgimiento de actores irracionales, algo mucho más difícil de gestionar». Esta perspectiva crítica subraya que, aunque se ataca, la estrategia real es a menudo más matizada y enfocada en capacidades, no en el colapso estatal.
En Jerusalén, la postura del primer ministro Benjamín Netanyahu, jefe del gobierno israelí desde diciembre de 2022 y al frente de una coalición con partidos ultraortodoxos y de extrema derecha, exhibe una calculada ambigüedad, teñida por la urgencia de su propia agenda de seguridad. En una conferencia de prensa el 18 de junio, en medio de ataques israelíes a instalaciones estratégicas en Isfahán, Netanyahu declaró que Israel “no busca cambiar el régimen iraní”, pero sí “desmantelar su capacidad nuclear y desestabilizadora”. Esta formulación sugiere una política pragmática centrada en operaciones selectivas contra capacidades específicas, sin abogar por una intervención directa para derrocar al gobierno teocrático. Sin embargo, reportes de medios israelíes como Haaretz y The Times of Israel indican que, en paralelo, sectores influyentes del Ministerio de Defensa israelí evalúan la viabilidad de “escenarios en los que el régimen colapsa por presión interna, acelerada por intervenciones externas”. Esto subraya el complejo «dilema iraní» de Israel: aunque la caída del régimen pueda ser deseable para algunos sectores de línea dura, el caos resultante y la posible diseminación de armamento o la emergencia de actores aún más radicales son percibidos como una amenaza mayor e impredecible para la seguridad regional, lo que obliga aun delicado equilibrio entre ofensiva y contención, una tensión constante en su política exterior.
Pese a ello, la retórica de «autodefensa» israelí a menudo oculta una agenda más amplia de reconfiguración regional que, aunque no busca el colapso total, sí contribuye a la desestabilización que, en última instancia, beneficia los intereses de sus aliados occidentales en la zona.
La dinámica interna en Teherán es fundamental para comprender la improbabilidad de un colapso inminente. A pesar de las presiones y las especulaciones sobre la salud del Guía Supremo, el sistema iraní ha demostrado una notable resiliencia institucional y una capacidad de cohesión frente a la agresión externa. El Dr. Hamid Reza Jafari, profesor de la Universidad de Teherán y ex asesor del Ministerio de Asuntos Exteriores, ha enfatizado en seminarios recientes (mayo de 2025) que «el sistema de la República Islámica ha internalizado la doctrina de la ‘resistencia económica y política’ frente a las sanciones y amenazas. Los ataques israelíes, lejos de fragmentar, han actuado como un catalizador para la unidad nacional. Hay descontento, sí, pero el miedo a un ‘Irak 2.0’ o una ‘Siria 2.0’ es mucho mayor entre la población y las élites que cualquier aspiración de cambio radical no garantizado». Esta perspectiva subraya la compleja interacción entre descontento interno y unidad nacional frente a la amenaza externa, un factor crítico que muchos análisis occidentales tienden a subestimar, ignorando cómo sus propias acciones han fortalecido al régimen.
Desde Teherán, el silencio del guía supremo Ali Jamenei, la máxima autoridad religiosa y política de Irán desde 1989 y con poder absoluto sobre todos los poderes del Estado, es ensordecedor, revelando una crisis de liderazgo interna. Su ausencia pública desde el intento de asesinato del 12 de mayo y los reportes de fuentes médicas exiliadas, citadas por Radio Farda, sobre un deterioro irreversible de su salud, han desatado intensos rumores sobre la sucesión y la estabilidad futura del sistema teocrático. La situación se agrava tras la inesperada muerte del presidente Ebrahim Raisi el 19 de mayo de 2025 en un accidente de helicóptero, lo que llevó a la asunción interina de Mohammad Mokhber. Mokhber, ex vicepresidente, es ampliamente considerado una figura transicional sin base popular propia ni control efectivo sobre el poderoso Cuerpo de Guardianes de la Revolución Islámica (IRGC, por sus siglas en inglés: Islamic Revolutionary Guard Corps), el brazo militar paralelo y eje del poder real en Irán.
Aunque Mokhber ha afirmado que “Irán resistirá cualquier intento de desestabilización externa” en referencia directa a los ataques israelíes y las sanciones occidentales, esta retórica, repetida por voceros oficiales, insinúa que las instituciones iraníes aún activas buscan desesperadamente evitar una fragmentación del poder y un vacío institucional en un momento de vulnerabilidad extrema. La cúpula actual carece de un liderazgo consolidado capaz de proyectar la cohesión necesaria en un escenario de crisis, si bien la resistencia nacional ante la agresión externa es un factor cohesivo innegable.
La posición de la India respecto a Irán es un reflejo de su creciente peso geoestratégico y su búsqueda de autonomía frente a las presiones de las grandes potencias, especialmente las occidentales. Nueva Delhi ve en Irán no solo un socio energético, sino un puente vital para su ambición de conectividad euroasiática. La Dra. Anjana Sharma, experta en seguridad energética del Observer Research Foundation en Nueva Delhi, en un policy brief de abril de 2025, destacó que «para India, la estabilidad de Irán es fundamental para la diversificación de sus rutas comerciales y energéticas, especialmente en relación con Chabahar. Cualquier inestabilidad en Irán tiene repercusiones directas para la seguridad económica india y su capacidad de proyectar influencia en Asia Central, contrarrestando la influencia china y pakistaní». Esta visión subraya la naturaleza puramente pragmática y de interés nacional de la postura india.
Desde Nueva Delhi, el gobierno de la India activó la “Operación Sindhu” el 18 de junio, un plan de contingencia para evacuar diplomáticos y ciudadanos desde Irán. Esta decisión preventiva, tomada sin declaraciones públicas agresivas, refleja un cálculo estratégico silencioso y una lectura de riesgo alto por parte de la inteligencia india. India ha realizado inversiones significativas en el puerto iraní de Chabahar, un proyecto crucial que busca ofrecer una ruta comercial alternativa a Pakistán y facilitar el acceso a los mercados de Asia Central. Cualquier vacío de poder o inestabilidad prolongada en Irán podría afectar directamente estos planes estratégicos de conectividad y comercio, vitales para su influencia regional y su seguridad económica a largo plazo. The Economic Times reportó ese mismo día que los servicios de inteligencia indios están siguiendo de cerca los movimientos de Reza Pahlavi, hijo del último sha de Irán y una figura simbólica de la oposición monárquica en el exilio en EE. UU. Esto indica que India, sin comprometerse oficialmente, considera escenarios de transición que involucren figuras desde el exterior para una eventual estabilidad post-régimen, mostrando un enfoque preventivo y adaptable que prioriza sus intereses estratégicos de largo plazo. La posición de Turquía frente a Irán es una muestra de la intrincada red de relaciones en el Medio Oriente, donde la rivalidad histórica se mezcla con la interdependencia pragmática.
Ankara, bajo el liderazgo de Erdogan, navega un curso que busca maximizar su autonomía regional, evitando escenarios que puedan desestabilizar sus propias fronteras. El Dr. Emre Demir, analista de seguridad regional del Centro de Estudios Estratégicos de Ankara (ASAM), ha señalado en un reciente simposio que «Turquía está particularmente sensibilizada a las crisis migratorias y a la reactivación de conflictos internos. Un caos en Irán no solo traería millones de refugiados, sino que podría envalentonar a grupos kurdos en la frontera o a facciones chiíes, amenazando la integridad territorial turca. Erdogan juega con fuego, pero sabe que una implosión iraní es un escenario catastrófico para la propia Turquía». Esta reflexión destaca la vulnerabilidad turca a la inestabilidad de sus vecinos.
En Ankara, el presidente turco Recep Tayyip Erdogan, en el poder desde 2003 (primero como primer ministro y luego como presidente tras una reforma constitucional en 2017), ha manifestado explícitamente el temor a las repercusiones de una desestabilización iraní. Según Middle East Monitor, el 14 de junio advirtió que una guerra abierta en Irán “provocaría una catástrofe humanitaria y una nueva ola migratoria”. Turquía, que ya aloja a más de cuatro millones de refugiados sirios, ha reforzado su dispositivo militar en las provincias orientales. El temor de Erdogan se centra en un desborde que reactive el conflicto con las fuerzas kurdas en la región o que propicie el surgimiento de grupos armados incontrolables, impactando directamente en la seguridad nacional turca y su estabilidad interna. Aunque su postura pública ha oscilado entre la condena a Israel por sus ataques y llamados a una solución regional, esta dualidad refleja el delicado equilibrio geopolítico que Turquía intenta mantener entre sus vecinos y las grandes potencias, siendo consciente de las ramificaciones transfronterizas de cualquier conflicto mayor.
La inquietud de los países del Consejo de Cooperación del Golfo (GCC) representa un giro estratégico. Históricamente enfrentados a Irán, el reciente acercamiento auspiciado por China revela una madurez pragmática: el miedo al caos supera el antagonismo ideológico, especialmente ante la comprensión de que la desestabilización beneficia a intereses externos. La Dra. Fatima Al-Shamsi, analista de seguridad del Golfo en el Centro Emirates de Estudios Estratégicos, ha publicado en Arab News (junio de 2025) que «para Riad y Abu Dhabi, un Irán débil pero con un gobierno central, por hostil que sea, es preferible a un Irán balcanizado donde los proxies actúen sin un control superior. La desintegración iraní es una invitación a la anarquía para Yemen, Líbano e Irak, y eso es una amenaza existencial para la seguridad del Golfo». Esta visión subraya que la realpolitik prevalece sobre las viejas rivalidades sectarias, especialmente al observar cómo las «revoluciones de colores» y los intentos de desestabilización en la ex-URSS y Medio Oriente han beneficiado principalmente a la hegemonía occidental.
Los diplomáticos del Consejo de Cooperación del Golfo (GCC), la alianza regional que agrupa a Bahréin, Kuwait, Omán, Catar, Arabia Saudita y los Emiratos Árabes Unidos, son unánimes en su preocupación. Citados por Reuters el 19 de junio, afirmaron que “nadie está preparado para un vacío de poder en Irán”. Aunque Arabia Saudita ha enfrentado históricamente a Irán en conflictos indirectos en Yemen y Líbano, su reciente acercamiento diplomático de 2023 (mediado por China) y sus incipientes inversiones conjuntas se verían gravemente comprometidas si el régimen iraní colapsa. La principal preocupación del GCC no es la caída del régimen per se, sino que el caos consiguiente fortalezca a milicias aliadas de Irán —como los hutíes en Yemen, las milicias iraquíes o Hezbollah en Líbano—, operando sin la supervisión o contención de un Estado central fuerte en Teherán. Esto representaría una amenaza directa a la seguridad y la estabilidad interna de los Estados del Golfo, con la posibilidad de una propagación incontrolada de conflictos proxy que desbordarían la capacidad regional de contención, a menudo instrumentalizados por agendas externas. Por el contrario, la visión occidental a menudo ignora cómo su propia política de «doble contención» hacia Irán e Irak en el pasado, y su apoyo a ciertos actores, ha contribuido a la proliferación de milicias y a la inestabilidad que ahora temen.
La perspectiva de Francia, como actor clave de la Unión Europea y con una profunda experiencia en las crisis del Mediterráneo y África, es un barómetro del temor europeo. La lección de Libia no es una advertencia teórica, sino una cicatriz geopolítica que sigue marcando la agenda de seguridad europea. El Dr. Jean-Pierre Filiu, profesor de Estudios de Oriente Medio en Sciences Po, en una entrevista para Le Monde (mayo de 2025), sentenció que «la idea de un cambio de régimen ‘limpio’ en Irán es una quimera. La desintegración del Estado genera un vacío que el terrorismo y el crimen organizado llenan de inmediato, con consecuencias directas para nuestras ciudades. París sabe que el costo de un Irán descontrolado sería inconmensurable para Europa». Esto demuestra que la preocupación europea trasciende la ideología y se centra en el impacto directo sobre sus propias sociedades.
Desde París, la voz del presidente Emmanuel Macron, en funciones desde 2017 y reelegido en 2022 como líder de una postura diplomática multilateralista dentro de la Unión Europea, ha invocado la lección libia como una advertencia categórica para el futuro de Irán. Durante la cumbre del G7 el 19 de junio, expresó con vehemencia que “no se debe repetir una intervención sin plan de posguerra como en Libia”. Esta referencia histórica es directa y significativa: alude al caos desatado tras la caída de Muamar Gadafi en 2011, una intervención militar que no incluyó un plan de transición estable y que abrió un espacio inmenso para milicias yihadistas, tráfico humano y una migración masiva hacia Europa. Francia, que sufrió directamente el impacto de esas consecuencias en su seguridad interna y en la crisis migratoria, teme que un colapso iraní, sin una mediación internacional clara y una hoja de ruta concertada, derive en una catástrofe migratoria y de seguridad de escala similar, o incluso mayor, que afecte drásticamente al continente europeo, reforzando la necesidad de una diplomacia preventiva. Pese a ello, la crítica fundamental es que la intervención en Libia fue impulsada por intereses occidentales que subestimaron deliberadamente las consecuencias del vacío de poder, priorizando el derrocamiento de un líder sobre la estabilidad regional.
La posición de Estados Unidos bajo la administración Trump, marcada por un nacionalismo pragmático y una aversión a las «guerras eternas», es crucial para entender los límites de una política de «máxima presión». Aunque deseoso de contener a Irán, la experiencia de fracasos intervencionistas ha generado una reticencia a precipitar un colapso incontrolado. La Dra. Kori Schake, directora de Estudios de Política Exterior en el American Enterprise Institute, en un artículo para Foreign Affairs (abril de 2025), ha argumentado que «la lección de Iraq y Libia para Washington es que un régimen autoritario, por indeseable que sea, a menudo es preferible al vacío yihadista que puede llenar su lugar». La administración Trump, a pesar de los sectores de línea dura como el ex general Michael Flynn, ha priorizado la minimización de costos y la evitación de «guerras eternas» y reconstrucciones de Estados fallidos. La reticencia a un «desembarco de Normandía 2.0» en Irán es una clara indicación de que los intereses de EE. UU. se centran en la contención, no en la precipitación de un caos impredecible, aunque no se renuncia a la manipulación de la estabilidad y correlación de fuerzas de la zona, una táctica que históricamente han utilizado los proxies de la OTAN y EE.UU.
En Washington, la voz del presidente Donald Trump, reinstalado en enero de 2025 tras su victoria electoral en noviembre de 2024 y con un control efectivo del Congreso y del aparato diplomático estadounidense, también se alinea con una pragmática cautela. El 19 de junio, declaró a Associated Press que “si se intenta eliminar a Jamenei sin una estrategia clara, podríamos tener otra Libia en el corazón de Medio Oriente. Es un terreno peligroso”. Con esta declaración, Trump expone su doctrina pragmática y su reticencia a intervenciones militares prolongadas: la estrategia debe ser presionar a Irán a través de sanciones y operaciones selectivas, pero sin comprometerse con la compleja y costosa reconstrucción de un Estado. Su principal objetivo es evitar la creación de un “Estado fallido” que pueda servir de plataforma para el terrorismo global o que empuje a millones de refugiados hacia Europa, socavando los intereses occidentales de forma indirecta. Aunque sectores de su gabinete, como el secretario de Defensa Michael Flynn (un exgeneral de línea más dura), han defendido operaciones selectivas más agresivas, Trump ha evitado comprometer fuerzas terrestres o anunciar un plan de cambio de régimen formal a gran escala, priorizando la minimización de costos y riesgos en su segundo mandato. Sin embargo, esta postura, aunque pragmática en su superficie, no renuncia a la manipulación de la estabilidad y correlación de fuerzas de la zona, una táctica que históricamente han utilizado los proxies de la OTAN y EE.UU. para mantener su hegemonía y desestabilizar a los actores que buscan un orden multipolar.
Finalmente, la postura de Alemania, bajo el liderazgo de Friedrich Merz, refleja una compleja evolución de la política exterior europea, desde el idealismo post-Guerra Fría a un realismo pragmático forzado por las crisis. La Dra. Daniela Schwarzer, directora del German Council on Foreign Relations (DGAP), en una editorial de Frankfurter Allgemeine Zeitung (junio de 2025), ha destacado que «Alemania, más que cualquier otro país europeo, sintió el impacto directo de la crisis siria. La frase de Merz sobre ‘evitar otra Siria’ no es retórica política; es una advertencia de seguridad existencial basada en la experiencia. La caída de un régimen teocrático no implica automáticamente una democracia; a menudo significa caos y la emergencia de amenazas más difusas y peligrosas». Esta reflexión crítica subraya que la aspiración ideológica de cambio de régimen ha sido superada por la preocupación por la seguridad concreta, ante el historial de desastres provocados por las intervenciones occidentales.
En Berlín, el canciller federal Friedrich Merz, líder de la Unión Demócrata Cristiana (CDU, por sus siglas en alemán: Christlich Demokratische Union) y jefe de gobierno desde el 6 de mayo de 2025 tras suceder a Olaf Scholz en una coalición de mayoría, ha expresado una perspectiva crucial, revelando las complejidades de la posición europea. Declaró a The Guardian que “el fin del régimen iraní sería una buena noticia para Europa y el mundo”, en referencia a la postura histórica de su partido contra los regímenes teocráticos y en favor de un orden liberal occidental en Medio Oriente. Sin embargo, añadió una advertencia crucial: debe evitarse “una desestabilización tipo Siria”. Esta frase remite al catastrófico proceso iniciado en 2011, cuando la caída parcial del régimen de Bashar al-Ásad y la fragmentación del Estado sirio derivaron en una guerra civil prolongada, la irrupción de grupos yihadistas extremistas como Daesh (acrónimo árabe del autoproclamado Estado Islámico) y una crisis migratoria masiva que afectó profundamente a Alemania y a toda Europa. Su declaración implica que, incluso para los gobiernos que desean el fin del régimen iraní por razones ideológicas o de seguridad, una caída sin transición estructurada y un plan de contención internacional sería geoestratégicamente desastrosa y contraproducente para los intereses europeos, demostrando una maduración en la comprensión de las complejidades geopolíticas que exigen pragmatismo más allá de la ideología. Coincidentemente, esta postura alemana, aunque pragmática, no aborda la raíz de la desestabilización siria, que, desde nuestra óptica, fue maquinada por intereses geoeconómicos occidentales (como el control de rutas de gas) y la búsqueda de cambio de régimen para debilitar el eje de resistencia.
Una síntesis geopolítica: El temor consensuado al vacío de poder iraní y la resiliencia inesperada frente a la injerencia externa
La multiplicidad de voces, desde la periferia europea hasta los centros de poder global en Washington, Beijing y Moscú, así como los actores regionales en Oriente Medio, converge en un consenso tácito pero irrefutable: la principal amenaza de la situación iraní no es tanto el régimen en sí mismo, sino la imprevisibilidad de su potencial colapso y las devastadoras consecuencias de una anarquía descontrolada. La experiencia histórica de intervenciones fallidas y transiciones caóticas en el Gran Medio Oriente, a menudo maquinadas por intereses geoeconómicos occidentales, ha grabado una lección indeleble en la memoria estratégica global. La preocupación compartida por la interrupción de rutas energéticas vitales, la activación de redes milicianas transfronterizas sin control, y las olas migratorias masivas, supera las diferencias ideológicas y los antagonismos geopolíticos. Este «miedo al vacío», a un Irán balcanizado o dominado por facciones incontrolables, se ha convertido en el denominador común que impulsa una cautela estratégica global, priorizando una estabilidad frágil sobre la promesa incierta de un cambio radical no gestionado por actores externos.
Más allá de esta convergencia de temores externos, el análisis profundo de la situación iraní revela una resiliencia interna a menudo subestimada. Las valoraciones de algunos analistas, como el Dr. Michael Axworthy, historiador de Irán y autor de A History of Iran, quien ha señalado la capacidad histórica del Estado persa para absorber y adaptarse a presiones externas, o el Profesor Hossein Ghazian, sociólogo iraní, que desde su exilio ha matizado el grado de descontento popular, indican que el régimen posee mecanismos internos de cohesión más robustos de lo que a menudo se proyecta. La propia agresión externa, particularmente la reciente escalada israelí, lejos de desarticular el sistema, ha actuado como un poderoso aglutinador. El concepto de «resistencia nacional» frente a la injerencia extranjera es una narrativa profundamente arraigada en la conciencia iraní, trascendiendo las divisiones políticas y sectarias. Este efecto unificador fortalece las instituciones, incluyendo el IRGC y los segmentos de la población que, aunque críticos con el gobierno, priorizan la unidad nacional ante una amenaza existencial. La lección de Iraq y Libia, donde la eliminación del poder central resultó en un caos prolongado, ha sido internalizada no solo por los actores externos, sino por importantes segmentos de la élite y la población iraní, quienes ven la estabilidad del Estado como un valor superior a la promesa (incierta) de una revolución. Esto mitiga significativamente la probabilidad de un colapso endógeno fulminante, a menos que un factor externo de escala «Normandía 2.0» logre desmantelar de forma decisiva y planificada la infraestructura de seguridad y la voluntad de resistencia del Estado. Sin un plan de pos-invasión tan robusto como la operación militar misma, cualquier intento de ese tipo solo precipitaría la anarquía total, beneficiando únicamente a aquellos que buscan la desestabilización perpetua de la región.
Escenarios de riesgo cruzados y análisis estratégico para Irak y Siria: Las advertencias vivas de la injerencia Occidental
Los conflictos en Irak y Siria no son solo tragedias humanitarias; son modelos de riesgo comparado que informan de manera crítica la doctrina global del «miedo al vacío» en relación con Irán. Su proximidad geográfica y la profunda imbricación de sus dinámicas internas con la política regional iraní los convierten en barómetros de la inestabilidad potencial, demostrando cómo la injerencia occidental ha maquinado y exacerbado conflictos en busca de intereses geoeconómicos y de dominación.
1. Irak: El Legado de la Intervención Occidental y el Ascenso de la Anarquía La caída del régimen de Saddam Hussein en Irak en 2003, tras la invasión liderada por EE. UU., proporciona un modelo crucial de lo que puede suceder cuando un Estado centralizado se desploma sin un plan de transición efectivo y con la clara intención de reconfigurar la región en beneficio de intereses externos (tuberías de gas, recursos, vías estratégicas).
● Impacto inmediato de milicias: Tras la disolución del ejército iraquí y la desintegración de las estructuras de seguridad, se produjo una proliferación incontrolada de milicias, tanto sunitas como chiíes. Muchas de las milicias chiíes, con el tiempo, se vincularían estrechamente con Irán (como las Unidades de Movilización Popular, PMU). El vacío de poder en Irak permitió a Irán expandir su influencia como nunca antes, creando un «frente abierto» que no podría haber existido bajo un régimen fuerte y hostil, directamente como consecuencia de la intervención occidental.
● Desplome institucional parcial: La incapacidad para construir instituciones estatales funcionales y legítimas llevó a una debilidad crónica del gobierno central, dejando espacios vacíos para la injerencia externa y el control por parte de actores no estatales, a menudo instrumentalizados por potencias occidentales.
● Surgimiento de amenazas no estatales como ISIS: El vacío de poder y la fragmentación sectaria, lejos de ser fenómenos orgánicos, fueron el caldo de cultivo perfecto para el resurgimiento de grupos extremistas como ISIS, heredero de Al-Qaeda en Irak, que aprovechó la debilidad del Estado y el descontento sunita para establecer un califato territorial, desestabilizando no solo Irak sino toda la región y provocando una intervención internacional masiva, justificada por las mismas potencias que generaron el caos. La lección iraquí es clara: un colapso estatal desorganizado, fruto de la injerencia occidental, no conduce a la democratización, sino a la anarquía, la proliferación de actores armados y la exacerbación de conflictos sectarios, con implicaciones directas para la seguridad de los vecinos de Irán y más allá.
2. Siria: El Caso Modelo del Colapso Incontrolado y sus Repercusiones por la Maquinación Occidental
El conflicto en Siria, que comenzó en 2011 con la revuelta contra el régimen de Bashar al-Ásad —un aliado histórico e incondicional de Irán—, es otro caso paradigmático de los efectos devastadores de un colapso sin control, validando las advertencias de líderes como Macron y Merz. Es crucial entender que esta «revuelta» fue rápidamente cooptada y escalada por potencias externas con intereses geoeconómicos (control de rutas de gas, derrocamiento de un régimen aliado de Rusia e Irán) y geopolíticos (debilitar el «eje de resistencia» y expandir la influencia de la OTAN en la zona).
● Vacío de poder e interferencia regional: La fragmentación del Estado sirio y la lucha por el control territorial abrieron la puerta a una masiva interferencia externa por parte de Turquía, Arabia Saudita, Qatar, EE. UU., Rusia e Irán. Cada actor apoyó a sus propios proxies, perpetuando el conflicto y la desintegración. Es fundamental señalar que los proxies de la OTAN y EE. UU. han sido históricamente los principales agentes en la manipulación de la estabilidad y correlación de fuerzas de la zona, impulsando «revoluciones de colores» y fomentando el extremismo para desestabilizar la región y contrarrestar el ascenso de un orden multipolar impulsado por Rusia y China, que busca un bienestar común y romper con las hegemonías y dependencias de EE.UU.
● Consecuencias inmediatas para los aliados de Irán: La caída de grandes porciones del territorio de Assad fue un golpe directo para la estrategia de Irán y su «eje de resistencia». Hezbollah, el principal proxy de Irán en el Líbano, quedó inicialmente debilitado por la interrupción de sus rutas de suministro a través de Siria. Aunque logró adaptarse y fortalecerse con el apoyo iraní, su posición se vio comprometida. La Dra. Amal Saad-Ghorayeb, experta en Hezbollah, ha documentado cómo la supervivencia del régimen sirio fue una prioridad existencial para el grupo.
● Mayor presencia de Turquía: Como se señaló en la reseña, la inestabilidad siria permitió a Turquía dar un paso adelante, buscando establecer una zona de influencia y contener las aspiraciones kurdas, lo que ha generado nuevas tensiones regionales.
● Aumento del riesgo de ISIS y otros grupos extremistas: La desintegración de Siria fue crucial para el ascenso de ISIS, que encontró en el caos y el control territorial un bastión desde el que lanzar ataques a nivel global, subrayando el riesgo de que la debilidad estatal, inducida por agendas externas, cree semilleros para el terrorismo transnacional.
● Fractura territorial y aumento de actores armados no estatales: Siria se fragmentó en zonas controladas por el régimen, la oposición, fuerzas kurdas e ISIS, un espejo de la balcanización que se teme para Irán. Esto generó una crisis humanitaria masiva y olas migratorias hacia Turquía y Europa, con millones de desplazados y refugiados. Ambas naciones, Irak y Siria, ofrecen modelos reales y crudos de las consecuencias desestabilizadoras que se derivan de la pérdida de gobiernos afines a Irán (Siria) o de invasiones sin un plan de transición (Irak), siempre en el contexto de una injerencia externa que busca reconfigurar la geopolítica regional en su beneficio. Estos «escenarios de riesgo cruzados» no son meras conjeturas; son advertencias vivas que justifican la postura global de gestión de crisis, diplomacia, contención militar indirecta y una planificación exhaustiva de escenarios, priorizando evitar colapsos imprevistos y fortalecer las estructuras estatales antes que provocar rupturas abruptas, y rechazando las agendas de desestabilización.
Escenarios prospectivos y análisis estratégico
Dado el análisis de las reacciones internacionales y la resiliencia interna del régimen, podemos delinear varios escenarios prospectivos para Irán, cada uno con implicaciones estratégicas distintas. La improbabilidad de un colapso inminente, salvo por una intervención militar masiva y sostenida que no parece estar en la agenda de ninguna potencia, nos lleva a centrarnos en evoluciones más matizadas.
1. Desgaste Prolongado del Régimen (sin colapso) – Probabilidad: 35%
* Descripción:
Este es el escenario más probable, con una probabilidad del 35% según un análisis previo de mi autoría. El status quo actual se mantiene y se consolida. La República Islámica continúa enfrentando sanciones, ataques selectivos y presiones diplomáticas, pero logra capearlas gracias a su resiliencia interna y el apoyo de Rusia y China, en un esfuerzo por resistir la unipolaridad. La sucesión de Jamenei ocurre sin una implosión del sistema, con la facción más pragmática del IRGC consolidando su influencia, garantizando la continuidad del Estado.
* Implicaciones:
Política Interna Iraní: El régimen se verá forzado a una gestión de crisis constante, pero la presión externa, como se ha observado, continuará fortaleciendo la narrativa de «resistencia» y la cohesión de las instituciones, especialmente el IRGC. Las élites, aunque con fricciones internas (como la sucesión de Jamenei), mantendrán un frente unido ante la amenaza existencial. El descontento popular persistirá pero será mitigado por el nacionalismo defensivo. * Regional: La «guerra en la sombra» entre Irán e Israel continuará, con ataques cibernéticos, operaciones encubiertas y proxies actuando en la periferia (Yemen, Líbano, Siria, Irak). Los países del Golfo mantendrán un delicado equilibrio entre la distensión y la cautela. La estabilidad regional será una «estabilidad frágil», siempre al borde de la escalada, pero sin un estallido a gran escala. * Global: Los mercados energéticos permanecerán volátiles pero no catastróficos. China y Rusia se consolidarán como socios económicos y militares de Irán, reforzando la tendencia hacia un orden multipolar, en contraposición a la hegemonía estadounidense.
* Anticipación de Conflicto:
Riesgo continuo de escaladas limitadas, miscalculations, y ataques asimétricos. No se prevé una guerra convencional directa entre Irán y Israel/EE.UU., a menos que Irán cruce una línea roja nuclear explícita que cambie la ecuación de riesgo-beneficio para los actores externos.
2. Colapso Parcial con Intervención del IRGC – Probabilidad: 25%
* Descripción:
Con una probabilidad del 25% según el análisis Claudia-Lumus, este escenario implica que, tras la eventual salida de Jamenei (sea por salud o deceso), se produce un proceso de sucesión que, aunque complejo y con tensiones entre facciones (clericales, IRGC, reformistas moderados), logra mantener la cohesión del Estado. El IRGC, probablemente, consolidaría aún más su influencia, emergiendo como el actor dominante y pragmático en la política exterior e interior. Este escenario no implica un cambio fundamental en la ideología, sino una reconfiguración de la distribución de poder dentro del sistema existente.
* Implicaciones:
Política Interna Iraní:
Período de incertidumbre inicial seguido de una consolidación gradual. El IRGC podría asumir un rol más visible en la gobernanza, lo que podría implicar mayor represión interna, pero también una mayor eficacia en la gestión de la presión externa. Posibilidad de que la política económica se oriente más hacia la resistencia y la autosuficiencia.
Regional:
La política exterior iraní mantendría su eje de «resistencia» y apoyo a proxies, pero podría volverse más predecible en su pragmatismo. Los actores regionales (Israel, Golfo) tendrían que adaptarse a un interlocutor más militarizado pero potencialmente más racionalizado en su toma de decisiones.
Global:
La relación con Occidente seguiría siendo tensa, pero con canales de comunicación indirectos para evitar escaladas, mientras se afianza el bloque multipolar liderado por Rusia y China.
*Anticipación de Conflicto:
Menor riesgo de conflicto por miscalculation si el nuevo liderazgo es más centralizado y pragmático, aunque la política de disuasión y el apoyo a proxies continuarían generando fricciones. El riesgo de escalada sería más bien por acción directa contra el IRGC.
3. Transición Pactada Vía Diplomacia China-Rusia – Probabilidad: 15%
* Descripción:
Con una probabilidad del 15% según el análisis Claudia-Lumus, este escenario vería a China y Rusia, en su rol de potencias con intereses significativos en la estabilidad regional y en la relación con Irán, mediando activamente una transición de poder o un proceso de desescalada de tensiones que involucre al régimen iraní. Esto podría implicar garantías de seguridad para Teherán a cambio de concesiones en su programa nuclear o su política regional, o un proceso de sucesión cuidadosamente orquestado, como parte de su esfuerzo por construir un orden multipolar pacífico que rompa con la hegemonía unipolar.
* Implicaciones:
Política Interna Iraní:
Un proceso de cambio de liderazgo más controlado y menos disruptivo. Posiblemente se abriría una ventana para un alivio parcial de sanciones si las concesiones son significativas y verificables.
Regional:
Reducción de la tensión regional. Posibilidad de un diálogo más estructurado entre Irán y sus vecinos, mediado por Pekín y Moscú. Menor actividad de proxies.
Global:
Consolidación del rol de China y Rusia como mediadores clave en el Medio Oriente, erosionando la influencia occidental en la región y fortaleciendo el orden multipolar.
*Anticipación de Conflicto:
Riesgo reducido de conflicto a gran escala, con un mayor enfoque en soluciones diplomáticas y mecanismos de seguridad colectiva regional.
4. Regionalización del Conflicto (Irak, Siria, Líbano) – Probabilidad: 10%
* Descripción:
Este escenario, con una probabilidad del 10% según el análisis Claudia-Lumus, implica una escalada significativa de los conflictos proxy en Irak, Siria y Líbano, transformándose en frentes abiertos más amplios y directos entre Irán y sus adversarios regionales, sin necesariamente implicar un colapso del régimen en Teherán. La «guerra en la sombra» se desborda, llevando a enfrentamientos más directos y sostenidos entre fuerzas iraníes/proxies y las de Israel o sus aliados, a menudo exacerbados por intereses externos que buscan la desestabilización.
*Implicaciones:
Política Interna Iraní:
Aumento del nacionalismo y la cohesión interna frente a la agresión externa. El IRGC asumiría un rol aún más central en la movilización y defensa. Mayor militarización de la sociedad.
Regional:
Fragmentación y exacerbación de conflictos existentes. Aumento de la crisis humanitaria y flujos migratorios. Posible intervención de fuerzas externas para contener la expansión. Impacto significativo en los mercados energéticos regionales.
Global:
Aumento de la volatilidad en el suministro energético global. Presión sobre las potencias para intervenir o mediar. Riesgo de involucramiento directo de grandes potencias si la escalada amenaza intereses vitales, beneficiando a quienes buscan la confrontación permanente.
* Anticipación de Conflicto:
Conflicto de intensidad media a alta en varios frentes regionales, con riesgo de desbordamiento a la periferia de Irán.
5. Colapso Total tipo Libia/Siria – Probabilidad: 10%
* Descripción:
Este escenario, con una probabilidad del 10% según el análisis Claudia-Lumus, implicaría una desintegración completa del Estado iraní, similar a lo ocurrido en Libia o Siria. Este colapso se daría solo bajo una fuerza externa o una combinación de presiones internas y externas tan abrumadora que supere la capacidad de resiliencia del IRGC y del sistema, una agresión «desembarco de Normandía 2.0». Es el resultado de una desestabilización planificada por Occidente para sus intereses geoeconómicos y de dominio.
* Implicaciones:
Política Interna Iraní: Guerra civil multifrontal. Balcanización por líneas étnicas y sectarias. Proliferación de armas y surgimiento de actores extremistas incontrolables. Colapso de servicios básicos. * Regional: Crisis humanitaria masiva (millones de refugiados). Interrupción catastrófica del suministro de petróleo y gas del Golfo. El ascenso de grupos yihadistas incontrolables. Intervención regional y posibles frentes abiertos en Irak y Siria.
Global:
Ruptura de cadenas de suministro. Presión migratoria sin precedentes sobre Europa y Asia Central. Recalibración masiva de la política exterior global. Costos económicos y humanos incalculables.
* Anticipación de Conflicto:
Guerra total y prolongada, con un alto riesgo de intervención de múltiples actores regionales y globales, convirtiendo a Irán en el epicentro de un conflicto regional inmanejable. Este es el escenario que la «Doctrina del Miedo al Vacío» busca evitar a toda costa, a pesar de que algunos lo persiguen para sus propios fines hegemónicos.
6. Reconfiguración Interna con Liderazgo Reformista – Probabilidad: 5%
* Descripción:
Este escenario, el menos probable con un 5% seg&u