martes 15 de julio de 2025 - Edición Nº2414

Derechos Humanos | 21 jun 2025

Ignorancia Sincera.

Respuesta al racismo, contra la ignorancia arrogante y la fobia a los pueblos indígenas

Martin Luther King lo advirtió con claridad: “No hay nada más peligroso que la ignorancia sincera y la estupidez consciente”.


Por: Diego Ancalao G.

(Imagen de Luis Hidalgo)

Martin Luther King lo advirtió con claridad: “No hay nada más peligroso que la ignorancia sincera y la estupidez consciente”. Esta frase resume con precisión el tipo de discurso que ciertos periodistas han decidido sostener públicamente respecto al pueblo mapuche, que en realidad se traduce en un cóctel de desinformación, prejuicio colonial y supremacismo disfrazado de opinión.

El racismo se muestra de muy diversas formas: algunas más evidentes y explícitas, otras más soterradas y aparentemente bien argumentadas. Independientemente de las intencionalidades o las motivaciones más profundas, el racismo es una cierta posición que sostiene la superioridad de una raza respecto de otras lo que inevitablemente conduce a la discriminación y al intento de anulación de aquellos que se estiman inferiores y hasta seres redundantes e innecesarios.

Los racistas se pueden agrupar desde aquellos que manifiestan prejuicios de base, más bien heredados de tradiciones infundadas, hasta quienes expresan odio a través de la violencia y la exclusión. Sea cual sea su configuración, los racistas manifiestan un desprecio absoluto por otros seres humanos y no reconocen en ellos su calidad de iguales. Esto, que se puede conceptualizar en un mero ejercicio intelectual, los indígenas lo hemos sufrido a lo largo y ancho de nuestra historia, desde las burlas por el apellido que tenemos, hasta la implementación de “soluciones finales” que buscan nuestro exterminio definitivo.

En una reciente intervención, uno de los más reconocidos periodistas chilenos hace comentarios injuriosos y peyorativos de las prácticas espirituales ancestrales como el Trafkintun, ridiculizándolas a partir de un desconocimiento infinito de su sentido y trascendencia para mi pueblo. Confunde esta ceremonia de reciprocidad con el Guillatún, que es una rogativa espiritual. Lo que se esconde en realidad, más que pura ignorancia, es un desinterés por conocer y entender estas manifestaciones que tienen varios miles de años de existencia y que fueron forjados desde la experiencia vital de pueblos que se conectan con la realidad a partir de una comprensión de la relevancia de la espiritualidad y desde una cosmovisión de aquello que da sentido verdadero a nuestras vidas. Cada cual puede o no adoptar creencias determinadas, pero lo que no es aceptable es que no se respeten esas creencias que son tan antiguas como la humanidad misma y que persiguen, en última instancia, el buen vivir de estos pueblos, en armonía con la naturaleza y en conexión con sus divinidades.

Cuando el periodista se pregunta —con tono despectivo— respecto de cómo los espíritus autorizan el uso de un territorio, olvida que esa costumbre ancestral es una práctica muy anterior al Estado chileno al que el defiende con tanta pasión, ¿Por qué resultan aceptables las ritualidades de las iglesias cristianas, judías o musulmanas y no las de los pueblos originarios? Las exigencias que se hacen a la espiritualidad mapuche no son neutrales: son simple y llanamente racismo.

El director de la emisora radial también afirma que en la comuna de Vitacura no vivían mapuche, sino picunche, dejando una vez más en evidencia su ignorancia vulgar. Para despejar esta falacia, debemos decir que picunchelafkenchepewenche o williche son identidades territoriales dentro del mismo pueblo-nación mapuche. Además, habla de “Vitacura” como si esta entidad geopolítica existiera en tiempos de la invasión española, cuando en realidad es una palabra mapuche y el nombre de un toki que lideró la resistencia contra Pedro de Valdivia.

Por otra parte, y más grave aún, se intenta deslegitimar la identidad indígena de una familia diaguita por tener apellido español. Esa lógica fenotípica y biologicista, se manifestó con toda una secuela de muertes y horrores en las denominadas “Leyes raciales de Núremberg” durante la Alemania nazi que hoy parecen reinstalarse en Chile, en la voz de un locutor que pretende decidir quién es o no indígena. Para seguir informando y de acuerdo con el Convenio 169 de la OIT, ratificado por Chile el año 2008, se señala que “la conciencia de identidad es el criterio fundamental” y ningún Estado y mucho menos un señor dedicado a la “opinología” puede negar el derecho al “autoreconocimiento” de un pueblo.

Con estas ideas que el reconocido periodista lanza sin el menor pudor, se visualizan también otras intenciones. En efecto, lo que está defendiendo son intereses económicos cuyo único objetivo es instalar un mall y una línea de tren sobre tierras legítimamente reclamadas por comunidades indígenas. Nada de esto es casualidad, lo que se naturaliza aquí es el despojo sistemático que hemos sufrido los pueblos indígenas desde hace ya demasiado tiempo.

Al respecto, debemos estar alertas al avance de las leyes que buscarán acelerar la “permisología”, particularmente la referida a grandes proyectos de inversión privada. Nuestros pueblos no están contra el desarrollo económico, ni el emprendimiento ni lo que podemos llamar “modernidad”, en la medida que no destruyan el patrimonio natural y simbólico que nos interesa resguardar, para el beneficio de las presentes y las futuras generaciones. Ningún proyecto, por mucho que movilice la economía, genere empleos y mejore la competitividad del país, puede implicar “externalidades”, como suele decirse eufemísticamente, que dañen de un modo irreversible aquello que nos pertenece a todos y de lo cual depende el desenvolvimiento de nuestras vidas en el presente y el futuro.

Lo que está en juego aquí no es solo una disputa por datos, cifras o ceremoniales: se trata del derecho de estos pueblos a existir sin ser caricaturizados ni puestos a prueba constantemente ante el lente racista del Chile criollo.

Siguiendo el refrán popular que dice “a palabras necias, oídos sordos”, yo agrego que “a palabras racistas, respuestas humanizantes”.

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