martes 24 de junio de 2025 - Edición Nº2393

Derechos Humanos | 24 jun 2025

Gesto de Humanidad.

Italia recibe a niños palestinos heridos mientras Israel sabotea la ayuda médica internacional

09:05 |El 11 de junio de 2025, en la pista caliente del aeropuerto de Linate, descendió Adam Al-Najjar: once años, los brazos vendados, el cuerpo cosido de fracturas, la mirada aún sin palabras. En sus manos, un balón de fútbol entregado por el canciller italiano como gesto de humanidad.


Por: Claudia Aranda. Fuente: Agencia Pressenza

(Imagen de Prensa Latina)

El 11 de junio de 2025, en la pista caliente del aeropuerto de Linate, descendió Adam Al-Najjar: once años, los brazos vendados, el cuerpo cosido de fracturas, la mirada aún sin palabras. En sus manos, un balón de fútbol entregado por el canciller italiano como gesto de humanidad. A bordo, venían también otros dieciséis niños palestinos heridos, evacuados a duras penas desde la Franja de Gaza. No fue una escena cualquiera. Fue, en medio del silencio diplomático europeo, un acto casi subversivo de civilización.

Italia no recibió solo pacientes. Recibió, en camillas y sillas de ruedas, la evidencia viva de una política de exterminio prolongado. Estos niños fueron extraídos de un territorio sellado, donde la entrada de medicamentos, anestésicos, alimentos y combustible ha sido controlada por un régimen militar que utiliza la escasez como método de guerra. Desde marzo, Israel ha limitado al mínimo el flujo de ayuda humanitaria. Ha negado permisos médicos. Ha bloqueado convoyes. Ha dejado morir pacientes en las puertas de los cruces fronterizos, como si fueran números descartables de una contabilidad perversa.

Adam es el único sobreviviente de su familia. Su madre, pediatra; su padre, también médico; sus nueve hermanos: todos asesinados en un bombardeo. Él quedó bajo los escombros, entre los restos de la casa pulverizada. Su cuerpo tardó días en estabilizarse lo suficiente como para sobrevivir al traslado. No fue Israel quien permitió su salida. Fue el empecinamiento de organizaciones médicas, la presión humanitaria de organismos internacionales, y la decisión política de un país que, aún atado a sus compromisos atlánticos, se permitió un momento de disidencia moral.

El operativo fue el más ambicioso organizado por Italia hasta la fecha. Tres vuelos militares, más de cincuenta familiares acompañantes, niños en estado crítico distribuidos entre hospitales de Milán, Roma, Florencia, Bolonia, Turín y Bérgamo. No se trató de una acción espontánea ni protocolar. Fue una operación de rescate, con todas sus letras, ejecutada en un contexto donde cada trámite fue resistido, cada lista médica demorada, cada autorización entorpecida por el aparato burocrático israelí que regula el sufrimiento como si fuera una frontera más.

La ONU, Médicos Sin Fronteras, la OMS y múltiples agencias internacionales han denunciado lo mismo durante meses: Gaza ha sido convertida en un laboratorio de inanición. Las plantas de tratamiento de agua han sido inutilizadas. El combustible ha sido racionado hasta asfixiar los generadores de los hospitales. Las ambulancias funcionan por horas, no por turnos. Las salas de cirugía se convierten en morgues cuando la anestesia se acaba. Los niños heridos son mantenidos con suero, sin antibióticos, esperando permisos que no llegan, mientras la diplomacia occidental archiva sus valores en los gabinetes de “preocupación”.

Cada niño que logra salir de Gaza es un sobreviviente de dos ofensivas: la militar y la diplomática. La primera lanza misiles. La segunda calla o negocia con eufemismos. La más dañina, en estos tiempos, ha sido la segunda. Porque permite que la primera siga operando con inmunidad.

Lo que Italia hizo el 11 de junio no fue un acto humanitario. Fue un gesto de disidencia. Una afirmación política en medio de una Europa paralizada. Una bofetada silenciosa al discurso sionista que pretende ocultar, tras el espejo de la seguridad, la sistemática demolición de un pueblo. Adam no es una excepción. Es la regla no dicha. Y cada niño que no logró subir a esos aviones —porque murió antes, porque fue rechazado, porque su nombre fue tachado de la lista por un oficial de inteligencia— es la prueba más cruda del crimen continuo que Gaza sufre ante la mirada cómplice del mundo.

Israel no se limita a bombardear. Israel administra el tiempo de los enfermos, el oxígeno de los neonatos, la distancia que separa a un niño moribundo de un hospital. Controla el dolor como un recurso estratégico. Y en ese sistema no hay error: hay planificación. Lo han dicho ya múltiples expertos del derecho internacional. El castigo colectivo está prohibido. Pero en Gaza, es norma.

Las autoridades italianas, tras esta operación, anunciaron nuevos vuelos. Pero sin un cambio estructural, sin una ruptura política de fondo, estos gestos seguirán siendo excepciones heroicas en medio de una arquitectura criminal. La Unión Europea, dividida, emite comunicados mientras los niños amputados son llevados en brazos a quirófanos sin luz. Naciones Unidas publica advertencias que nadie ejecuta. Y Estados Unidos sostiene con veto y armamento la maquinaria que cada semana vuelve a empezar.

El avión que aterrizó en Linate no trajo solo heridos. Trajo un mensaje: hay gobiernos que, aún bajo presión, aún dentro del engranaje occidental, pueden actuar con un mínimo de humanidad. Y ese mínimo —cuando todo está perdido— puede marcar la diferencia entre vivir y morir. Puede, incluso, denunciar más que mil palabras lo que se ha dejado de nombrar: que estamos ante una masacre prolongada, administrada con métodos contemporáneos, y justificada por un aparato de propaganda que ha conseguido colonizar incluso el lenguaje del humanitarismo.

Adam, con su balón, no es una postal de esperanza. Es un testigo. Lo que sobrevive en su cuerpo es el grito que tantos intentaron silenciar. Él, y los otros niños heridos que lograron salir, no nos deben gratitud. Somos nosotros quienes debemos rendir cuentas ante ellos. Porque llegaron a nuestras tierras no solo en busca de cuidados. Llegaron, también, a recordarnos quiénes fuimos, quiénes somos, y qué elegimos dejar pasar.

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