

Por: Claudia Aranda. Fuente: Agencia Pressenza
(Imagen de Pixabay)
El hedor a muerte y desesperación se cierne hoy más que nunca sobre la franja de Gaza. En lo que se ha convertido en una zona de aniquilación sistemática de la vida civil, la búsqueda de una migaja de pan o un sorbo de agua se ha transformado, para 84 almas palestinas, en el último acto de sus vidas, brutalmente arrebatadas.
Este 24 de junio, al menos 84 personas fueron asesinadas desde el amanecer, 50 de ellas masacradas en las proximidades de los centros de distribución de ayuda humanitaria, los mismos lugares donde los desposeídos buscan un último y efímero respiro.
No hay eufemismos para describir esta carnicería. Decenas de buscadores de ayuda, aquellos cuyas únicas «armas» eran el hambre y la sed, han sido asesinados. Familias enteras, diezmadas, mientras intentaban asegurar lo más básico para su subsistencia. El horror es visceral: niños, con los rostros demacrados y los cuerpos reducidos a piel y hueso, con la mirada perdida por la desnutrición severa, son hallados muertos, algunos con las manos aún extendidas, suplicando por un sorbo de agua turbia, o un trozo de pan rancio. Las escenas son un testimonio gráfico de una barbarie que golpea a los más vulnerables, a quienes el conflicto ha despojado de todo, incluso de la dignidad en la muerte.
Este horripilante episodio se suma a una contabilidad macabra que no cesa. Según informes preliminares desde el terreno, ha trascendido que alrededor de 400 palestinos ya han perdido la vida en sitios de la Gaza Humanitarian Foundation (GHF) desde el inicio de sus operaciones. Esta cifra escalofriante no es un mero número; representa un patrón de muertes diarias de los hambrientos, un silencioso exterminio que se ejecuta lentamente mientras el mundo observa. La deshidratación, la inanición y la violencia directa se combinan en una tormenta perfecta de sufrimiento.
Gaza es hoy un cementerio a cielo abierto, una prisión sitiada donde la ayuda humanitaria es insuficiente y su distribución, una actividad de riesgo mortal. La escasez deliberada de alimentos, agua potable y suministros médicos esenciales ha llevado a la población al borde del colapso, obligando a los civiles a arriesgar sus vidas en una desesperada búsqueda por sobrevivir. La comunidad internacional ha señalado repetidamente las catastróficas condiciones, donde la hambruna se cierne sobre cientos de miles y los casos de desnutrición aguda entre los niños son alarmantes, muchos al borde de la muerte por simple inanición.
Esta no es una guerra justa; ni siquiera es una guerra, nunca lo fue. Es un asedio de proporciones bíblicas. La constante violencia, los bombardeos indiscriminados y la negación de acceso a ayuda vital equivalen a una condena a muerte para una población ya acorralada. Los niños de Gaza, cuyo único «delito» es haber nacido en un territorio en conflicto, están muriendo a un ritmo devastador, sus pequeñas vidas truncadas por la violencia y el hambre. Sus ojos, ahora llenos de sedimento y agonía, claman por una conciencia global que parece haberse entumecido.
Es una urgencia moral que la humanidad despierte ante esta atrocidad. No podemos ser testigos pasivos de la aniquilación de una población, permitiendo que la desesperación de los hambrientos y sedientos en las filas de ayuda se convierta en su propia tumba. La historia juzgará nuestra respuesta a las súplicas de los niños que mueren por agua y la masacre de quienes buscan alimento. La acción inmediata y contundente es la única respuesta aceptable para poner fin a esta pesadilla.