

Por: Alberto Kok. Fuente: SERVINDI
(Imagen de Servindi)
Proyectos en Perú, México y la Amazonía muestran cómo combinar saberes ancestrales e inteligencia artificial logra soluciones más sostenibles, precisas y culturalmente respetuosas frente a los desafíos del cambio climático.
Por Alberto Kok*
En tiempos de crisis climática y desafíos globales, la convergencia entre saberes ancestrales y tecnologías emergentes, como la inteligencia artificial (IA), se presenta como una estrategia clave para el futuro de la agricultura y la gestión ambiental. Esta hibridación de conocimientos, lejos de ser excluyente, abre puertas a soluciones innovadoras y culturalmente pertinentes, donde el pasado y el presente se entretejen para enfrentar el mañana.
Durante siglos, las comunidades indígenas han cultivado sistemas de conocimiento basados en la observación detallada de la naturaleza: el vuelo de ciertas aves, la forma de las nubes, el comportamiento de insectos, las fases de la luna o la floración de determinadas plantas. Estos saberes no solo han guiado prácticas agrícolas, sino que han constituido verdaderos sistemas predictivos ante eventos climáticos extremos.
Hoy, la inteligencia artificial ofrece una capacidad complementaria: modelar escenarios con base en millones de datos, analizar correlaciones invisibles al ojo humano, y proyectar tendencias en tiempo real ¿Qué ocurre cuando ambas formas de conocimiento se encuentran?
En los Andes, un agricultor puede interpretar la floración temprana del t’ika como señal de lluvias cercanas. Ahora, puede contrastar esa interpretación con datos satelitales, modelos de humedad de suelo y alertas automatizadas. No se trata de escoger entre saberes, sino de articularlos: construir un marco predictivo donde tradición y tecnología se potencian mutuamente.
Más allá de su función analítica, la inteligencia artificial puede ser también una aliada en la preservación y revitalización de culturas. Tecnologías de procesamiento del lenguaje natural permiten digitalizar relatos orales, mientras que el aprendizaje automático detecta patrones dentro de estos relatos, reconociendo su valor predictivo y simbólico.
Aplicaciones móviles bilingües, plataformas de datos con toponimia indígena, y bases de conocimiento cocreadas con comunidades locales están logrando algo extraordinario: transformar la IA en una tecnología de cuidado cultural, capaz de amplificar la voz de pueblos históricamente marginados.
Lejos de homogenizar, esta IA escucha. No borra la memoria, sino que la codifica. No impone, sino que traduce. No extrae, sino que siembra.
La integración de saberes ancestrales con IA permite superar las fragilidades propias de cada enfoque. La oralidad es vulnerable al olvido; los algoritmos, a la falta de sensibilidad cultural. Pero juntos, crean una inteligencia colectiva más robusta.
MeteoRa (Perú):
Ancianos quechuas y expertos en datos cocrearon un modelo predictivo de heladas que cruza 12 bioindicadores ancestrales con sensores IoT. Resultado: 68% menos pérdidas en cultivos respecto a sistemas meteorológicos convencionales.
Cabañuela Digital (México):
Abuelos mayas, junto con agrónomos, desarrollaron una app bilingüe con alertas basadas en lunaciones y observaciones tradicionales. Resultado: 92% de adopción comunitaria, el doble que otras aplicaciones agrícolas genéricas.
SERVIR-Amazonía (NASA):
Líderes indígenas y científicos construyeron mapas de riesgo con nombres ancestrales y algoritmos ajustados a narrativas locales. Resultado: 40% más precisión en predicciones de inundaciones tempranas.
El éxito de la integración entre saberes ancestrales y tecnología radica en una serie de mecanismos estratégicos que garantizan pertinencia cultural, eficacia técnica y justicia epistémica. En primer lugar, el reentrenamiento cultural de la IA permite que los modelos incorporen categorías locales, como el “color del viento” en lengua aymara, logrando una reducción del 37% en errores predictivos al adaptarse mejor a micro contextos. En segundo lugar, el diseño decolonial transforma las interfaces digitales al incluir símbolos culturales reconocibles y jerarquías cognitivas propias de cada comunidad —como priorizar señales de la naturaleza antes que gráficos numéricos—, lo que ha incrementado la usabilidad en un 150%.
Finalmente, la gobernanza compartida asegura que las comunidades tengan control soberano sobre sus datos, evitando la apropiación indebida de conocimientos: en los proyectos con participación étnica activa, no se ha reportado ningún caso de uso no autorizado (Oxfam, 2025). Estos mecanismos no solo mejoran el rendimiento tecnológico, sino que consolidan un modelo ético y colaborativo de innovación.
La innovación ya no puede ser una línea recta que va de un centro tecnológico a las periferias culturales. Los datos desmienten el mito de que el conocimiento debe venir “de afuera”. Cuando la IA se programa con voces milenarias, florecen soluciones más sostenibles, justas y resilientes.
Innovar con raíces no es volver al pasado. Es sembrar el futuro con respeto.
La verdadera disrupción no está en el silicio, sino en los códigos que honran los relatos del maíz, las lluvias y los animales que aún hablan con la tierra.
* Alberto Kok es sociólogo especializado en tecnologías emergentes, interculturalidad y sostenibilidad. Cree que el futuro se construye con memoria.