

Por: Mauricio Herrera Kahn. Fuente:Agencia Pressenza
Javier Milei, Presidente de Argentina. (Imagen de Xinhua)
Cuando el dinero entra por la puerta sin preguntas, la soberanía salta por la ventana.
El gobierno de Javier Milei ha lanzado una medida que en cualquier otro país sería catalogada como fomento al lavado de dinero. En Argentina lo presentan como libertad económica. Se trata de una resolución que permite el ingreso y uso irrestricto de dólares no declarados. El ministro de Economía, Luis Caputo, lo explicó sin rubor: “Es un cambio de régimen que promueve que la gente pueda usar sus dólares”. Ni una palabra sobre el origen. Ni una condición sobre su legalidad.
Lo que para Europa sería una puerta abierta al narcotráfico, en Buenos Aires se promociona como incentivo a la inversión. El Estado argentino renuncia a controlar el origen de los fondos que ingresan al país y legaliza de facto el uso de capitales sin declarar. No es una amnistía tributaria ni una herramienta temporal de emergencia. Es una nueva doctrina: el dinero es bienvenido venga de donde venga.
Es cierto que Argentina atraviesa una crisis fiscal de proporciones históricas. Pero también es cierto que un país no puede salir del pozo vendiéndose a cualquier precio. Porque cuando se habilita el ingreso irrestricto de dólares sin trazabilidad lo que se está haciendo no es atraer inversión sino blanquear dinero. Y cuando se blanquea dinero sin reglas, lo que llega no son empresarios: son mafias.
Bajo el discurso de la libertad Milei abre las puertas a fondos del narcotráfico mexicano, del contrabando paraguayo, de las bandas ilegales que operan en Chile, Bolivia y Colombia. Y no hay ninguna garantía de que esos capitales se conviertan en fábricas, empleos o crecimiento. Lo más probable es que terminen inflando el mercado inmobiliario, comprando tierras, manipulando operaciones financieras o corrompiendo estructuras públicas ya debilitadas.
Se ha dicho que esto ya ocurrió en Ecuador donde se legalizó el uso de dólares para dinamizar la economía. Pero el caso ecuatoriano fue muy distinto: hubo controles, hubo transición, hubo acuerdos multilaterales. Aquí no. Lo que Milei propone es una legalización directa de la informalidad, una especie de “patria en oferta” donde el que paga en dólares no necesita explicar nada.
¿Y el Congreso? Calla o respalda. Porque muchos de sus miembros también creen que el milagro llegará vía capitales externos. ¿Y los medios? Aplauden. Porque muchos de esos capitales también terminan en sus bolsillos vía pauta oficial o compras opacas. ¿Y la gente? Aguanta. Porque en un país con 55% de pobreza, cualquier promesa de reactivación suena mejor que seguir esperando.
Pero hay límites que no se deben cruzar. Porque una vez que el Estado renuncia a distinguir entre dinero limpio y dinero sucio ya no es Estado. Es un intermediario de conveniencia. Y eso es exactamente lo que la medida de Milei instala: un modelo donde el dinero sustituye la legalidad, donde la riqueza compra la verdad, donde el narco puede ser visto como inversor.
En medio de todo esto Lula da Silva, presidente de Brasil, fue a visitar a Cristina Fernández de Kirchner. El gesto no fue casual. Fue un mensaje político: mientras Milei insulta a Lula, a Petro, a Claudia y rompe relaciones con el mundo, las fuerzas democráticas de la región se alinean para evitar que Argentina se transforme en un experimento libertario sin retorno. Lula no fue a saludar una amistad. Fue a advertir un peligro.
¿Qué clase de país está diseñando Milei? Uno donde la justicia se doblega, donde el Banco Central desaparece, donde los sindicatos son el enemigo, donde el Congreso estorba, donde la cultura es reemplazada por TikTok y donde el dinero manda, venga de donde venga. Es el proyecto perfecto para las élites extractivistas del siglo XXI. Pero es el infierno para cualquier proyecto nacional digno.
Lo que está en juego no es solo la economía. Es la soberanía. Es la posibilidad de tener una república con leyes, con fronteras, con dignidad. Si Argentina se transforma en un paraíso para capitales sin rostro, terminará siendo una colonia de intereses mafiosos, disfrazados de libertad.
Aún hay tiempo. Las calles no están vacías. Los sindicatos no están muertos. La historia argentina ha demostrado que puede levantarse desde abajo cuando el arriba traiciona. Y esta vez no será diferente. Porque el pueblo argentino tiene memoria y cuando diga basta, el experimento Milei no tendrá donde esconderse.