

Por: Mauricio Herrera Kahn. Fuente:Agencia Pressenza
(Imagen de Toni Antonuci)
Cuando dos potencias del mundo islámico se acercan, no es una alianza. Es una señal.
Irán y Pakistán comparten frontera, historia, religiones hermanas y enemigos comunes. Ambos son países musulmanes con estructuras militares fuertes, tensiones internas, amenazas externas y una ubicación geopolítica que los convierte en piezas claves del tablero mundial. Pero lo que hoy los une no es la religión. Es el miedo compartido. La necesidad de sobrevivir en un mundo donde Estados Unidos decide quién es el bueno, quién es el malo y quién debe ser bombardeado.
Irán ha sido demonizado durante décadas. Su resistencia a Israel, su independencia petrolera, su apoyo a movimientos como Hezbolá y Hamás, lo han transformado en objetivo permanente de las potencias occidentales. Pakistán en tanto vive entre el filo de la desestabilización interna y la presión de sus aliados tradicionales. Es el único país musulmán con armamento nuclear. Y eso lo hace tan necesario como temido.
Ambos han tenido diferencias históricas. Sectarias, estratégicas, incluso diplomáticas. Pero hoy el contexto impone otra lógica. Irán está bajo asedio. Israel lo provoca, Trump lo utiliza como enemigo externo ideal y Arabia Saudita mantiene una paz tibia con el hacha bajo la mesa. Pakistán también observa el avance de India, la presencia de la OTAN en Afganistán y la intromisión de EE UU en su política interna. Saben que si no se cuidan entre ellos, nadie lo hará.
Una alianza entre Irán y Pakistán cambiaría el equilibrio global. Ya no sería el eje sunita el que dialoga con Washington, sino el eje del Sur Global el que se levanta con voz propia. Porque si se unen no es para la guerra sino para resistir el cerco. Juntos sumarían más de 300 millones de habitantes, control de rutas energéticas, influencia en Asia Central, capacidad nuclear y una legitimidad que trasciende religiones. Sería la OTAN del Islam, no como ofensiva, sino como escudo.
Esa alianza no será sencilla. Las diferencias teológicas pesan. Los aliados que los rodean también. Pero si China los apoya, si Rusia mantiene sus lazos, si la India no interviene y si los BRICS extienden su brazo político, entonces una alianza de este tipo no solo es posible sino inevitable. Porque el Sur ya no puede seguir dividido frente al Norte nuclear.
Estados Unidos y la OTAN no permitirán que Irán y Pakistán se fortalezcan juntos. Porque saben que esa alianza puede convertirse en un nuevo polo de poder. El mundo islámico nunca ha tenido una estructura militar unificada. Pero sí tiene historia, memoria y enemigos comunes. La alianza no será una copia de la OTAN. Será su espejo invertido. No para invadir sino para protegerse.
Y en ese espejo también podría aparecer otro bloque. Una suerte de pacto ampliado donde se sumen Turquía, Qatar, Indonesia, Egipto. Incluso potencias emergentes como Argelia o Nigeria podrían incorporarse a este eje del Sur, ampliando su radio de acción hacia África y el Mediterráneo. Lo que antes era marginal puede hoy ser la nueva frontera del poder global.
Hay algo más. Irán y Pakistán, con todas sus diferencias, tienen una historia de resistencia. Una historia de pueblos que no se doblegaron frente al imperio. Esa memoria, a veces dormida, está despertando. Y si se conecta con las luchas de Palestina, del Sahel, de Yemen, puede dar lugar a un nuevo ciclo de alianzas no alineadas pero con vocación de poder.
Nadie está pidiendo una guerra santa. Lo que está surgiendo es una alianza secular para impedir el exterminio, para evitar nuevas invasiones, para decirle al mundo que el Sur tiene derecho a defenderse. No hay una ideología única ni una teología unificadora. Hay dignidad.
Y si Irán y Pakistán logran aliarse sin subordinación, sin chantajes, sin traiciones, entonces el mapa del poder mundial no volverá a ser el mismo.
Porque cuando el Sur se organiza, el Norte tiembla. Y cuando el mundo islámico deja de ser rehén de las potencias, la historia comienza a escribirse de nuevo. Con otras manos. Con otro rumbo. Con la esperanza de que esta vez la fuerza no nazca de la venganza sino de la unidad.