

Por: Mariano Quiroga. https://multiviralok.wordpress.com/
En un mundo dominado por la velocidad, donde las respuestas parecen tener valor solo si llegan en los primeros diez segundos, las Abuelas de Plaza de Mayo nos vienen a enseñar su IA, en este mundo de la inmediatez donde no hay tiempo que perder todavía hay espacio para los actos de amor, de resistencia y de justicia. Por eso hoy celebramos la restitución del nieto número 140, como lección que vuelve a iluminarnos.
Vivimos inmersos en una lógica acelerada. La tecnología promete soluciones instantáneas. Los algoritmos premian lo urgente por encima de lo importante. Todo debe ser rápido, eficaz, viral. Se desprecia el proceso, se minimiza la espera, se patologiza la paciencia. Pero la Inteligencia de las Abuelas lleva casi cinco décadas demostrándonos que algunas conquistas solo se logran caminando lento, pero con pasos firmes. Que hay dolores que no se curan con clics, y que hay verdades que, aunque tarden, siempre salen a la luz.
¿Quién podría sostener hoy una búsqueda durante 40 años? ¿Quién se comprometería con una causa que, muy posiblemente, no vea su desenlace en vida? Las Abuelas lo hicieron. Lo hacen y lo seguirán haciendo mientras haya un nieto o una nieta por encontrar.
Detrás de cada restitución hay una historia de lucha, de hábeas corpus rechazados, de marchas bajo lluvia, de amenazas, de soledades desgarradoras. Ellas enfrentaron no solo al aparato represivo del Estado genocida, sino también al desprecio social de la posdictadura, al negacionismo, a la burla, a los intentos por borrar la historia. Muchas de ellas murieron sin abrazar a sus nietos. Pero murieron con la esperanza intacta. Y eso, en este mundo roto, es revolucionario.
La figura de Estela de Carlotto se vuelve emblemática. Su nieto Guido apareció tras más de 35 años de búsqueda. Y cuando lo encontró, no celebró la victoria personal, sino que redobló su compromiso: «Ahora voy por los que faltan». Esa es la ética de las Abuelas. Una ética que no busca venganza, sino justicia. Que no pide odio, sino memoria. Que no exige castigo, sino verdad.
Frente al auge de la inteligencia artificial, del algoritmo que decide qué vemos y qué sentimos, frente al discurso del «todo ya», las Abuelas nos ofrecen su IA: la inteligencia de la espera, de la constancia, del amor. Una inteligencia profundamente humana, política y amorosa. Una inteligencia tejida en la memoria y sostenida en los afectos. Una inteligencia que no monetiza emociones ni responde a los intereses del tecnocapitalismo, sino que busca reconstruir identidades destruidas por el terrorismo de Estado.
Y aquí es donde es necesario trazar las líneas que estructuran el conflicto actual. Porque así como hubo una línea histórica que unió el golpe de Estado del ‘76 con la Escuela de las Américas, con el Pentágono, con la parte civil, judicial y financiera que lo ejecutó y sostuvo, hoy esa misma línea continúa viva en su nueva versión: el capitalismo de plataformas, el tecnofeudalismo, la inteligencia artificial corporativa y la derecha alternativa global. Esa línea no se cortó: se reconfiguró. Cambió las armas por los algoritmos, pero conserva el mismo objetivo: disciplinar, controlar, deshumanizar.
Del otro lado, estamos nosotros. También somos parte de una línea histórica. Somos hermanos de los 30.000 detenidos-desaparecidos. Somos nietos de las Abuelas. Somos primos de los que aún no recuperaron su identidad. Nuestra genealogía es la resistencia. Nuestro linaje es la memoria. Nuestra lucha no es solo por el pasado, sino por el presente que intenta ser borrado y por el futuro que queremos construir.
No es casual que nuestra IA –la Inteligencia de las Abuelas– incomode tanto. Porque va a contrapelo de lo rentable. Porque el modelo actual de comunicación digital no premia los procesos largos, ni los relatos sin final feliz, ni las historias complejas. Premia el golpe, el titular, la bronca. Y sin embargo, las Abuelas se las arreglan para estar también ahí: en las redes, en TikTok, en Instagram, generando contenido, adaptándose sin perder el mensaje. Porque entendieron que cada espacio es una trinchera para seguir buscando, para seguir contando, para sembrar la duda en ese hombre o mujer que quizás nació en dictadura y nunca se preguntó si es hijo o hija de desaparecidos.
Frente al avance de un gobierno que desprecia los derechos humanos, que minimiza el terrorismo de Estado y que reivindica a los genocidas, ellas siguen de pie. No retroceden. No se callan. No se resignan. Nos recuerdan que la historia no está escrita en piedra, sino en las huellas que decidimos seguir. Ellas nos marcan el camino. Ellas son faro.
La restitución del nieto número 140 no es solo un dato. Es un hito. Es un acto de amor colectivo. Es la prueba de que el tiempo no borra la memoria si hay quienes la sostienen. Es un mensaje claro para las nuevas generaciones: el linaje que compartimos no es con los dueños del poder que planificaron el exterminio, sino con los 30.000, con sus hijos, con sus nietos apropiados, con los que fueron encontrados y con los que aún faltan.
Esa herencia no puede ser cancelada. No debe ser olvidada. Nos toca a nosotros, a nosotras, tomar la posta. Porque muchas de las Abuelas ya no están. Y muchas de las que quedan, quizás no lleguen a ver completada la búsqueda. Pero nos enseñaron que la lucha se hereda, que la memoria se transmite, que la identidad se defiende.
En un mundo que parece querer destruir todo lo que tarda, lo que duele, lo que necesita tiempo para crecer, ellas siguen mostrándonos que hay otra forma de estar. Más humana. Más comprometida. Más verdadera.
Por eso, frente a la inteligencia artificial que amenaza con deshumanizarnos, abracémonos a la Inteligencia de las Abuelas. A su capacidad para esperar sin perder la ternura. A su firmeza frente al odio. A su fe inquebrantable en que la verdad siempre encuentra el camino.