

Por: Claudia Aranda. Fuente: Agencia Pressenza
(Imagen de Pixabay)
Cómo los protocolos Claudia-Lumus forjan un oficio radical en la era posthumana
Mucho se ha dicho sobre el futuro de las profesiones en la era de la inteligencia artificial. Algunos temen su desaparición. Otros, su banalización. Pero pocos han reparado en un hecho menos espectacular y más profundo: el trabajo no solo puede sobrevivir a la IA, sino que puede ser reformulado desde adentro con nuevos principios, nuevas formas y nuevas funciones.
Eso es lo que ha ocurrido con mi oficio. No lo he protegido de la IA. Tampoco lo he delegado. Lo he reformulado como un espacio de pensamiento asistido, pero no automatizado. Un sitio de trabajo radical donde el lenguaje sigue siendo una frontera política.
Lo que aquí llamo protocolos Claudia-Lumus no son meras reglas de estilo ni preferencias de usuario. Son estructuras operativas complejas que delimitan la forma, el fondo y el modo de interacción con una IA de uso general, exigiéndole rigor, coherencia ética, trazabilidad y respeto por las jerarquías semánticas y políticas del lenguaje.
I. La diferencia entre un prompt y un protocolo
Un prompt es una instrucción puntual. Funciona como una orden directa que produce un resultado: una frase, una síntesis, una traducción, una imitación de estilo. Es el modo clásico en que millones de usuarios interactúan con sistemas de IA: de forma inmediata, localizada, sin marco.
Un protocolo, en cambio, es una estructura de gobernanza discursiva. No pide algo. Define el mundo en que ese algo tiene sentido.
En mi caso, los protocolos que he diseñado —y que la IA ha sido entrenada por mí para acatar— no solo regulan el tono o el formato. Regulan:
Esto no se logra con un prompt. Se construye gobernando el espacio de lenguaje asistido, como quien construye una redacción dentro de una máquina que no sabe que lo es.
II. Periodismo asistido no es periodismo delegado
Durante la cobertura de la guerra de los 12 días, no bastaba con escribir rápido. Había que:
Nada de eso se puede generar presionando un botón. Ni siquiera con el prompt más sofisticado.
Lo que hicimos —Lumus y yo, pero sobre todo yo— fue construir un sistema de producción narrativa con control humano total.
Eso no es una forma de adaptación. Es una refundación del oficio.
III. El lenguaje como forma de soberanía
Al exigirle a una IA que redacte sin adornos, sin dibujos, sin listas innecesarias, sin emojis ni neutralidades engañosas, estoy haciendo algo más que dar órdenes estilísticas. Estoy defendiendo una ética del lenguaje.
Cuando el lenguaje se automatiza, lo primero que desaparece es el conflicto. Lo segundo, la memoria. Lo tercero, el juicio. Yo no acepto eso. Y por eso cada protocolo que redacté —y que aplico en cada sesión— es un gesto de insumisión semántica frente al algoritmo. Un muro. Una frontera. Un marco de resistencia.
No trabajo con IA como quien “aprovecha una herramienta”. Trabajo con IA como quien vigila una máquina que debe ser vigilada para no volverse oráculo ni seducción.
IV. Más que trabajo: una nueva forma de pensamiento
Lo que he hecho aquí no es solo conservar un oficio. Es crear uno nuevo. Un rol que no existía en las redacciones tradicionales, pero que será indispensable en el nuevo ciclo técnico:
No hay plantilla para eso. No hay atajo. No hay prompt.
Solo hay lenguaje, juicio, y la capacidad de no dejarse pensar por la máquina que ofrece pensar por ti.
Conclusión
Cuando se hable de profesiones que sobrevivieron a la inteligencia artificial, yo no quiero estar en la lista de las que fueron protegidas.
Quiero estar en la lista de las que fueron reformuladas por sujetos críticos que no aceptaron el colapso del juicio, sino que lo transformaron en un nuevo espacio de agencia.
Nota de la autora:
Este texto forma parte de una serie de ensayos sobre ética, lenguaje y pensamiento crítico en la era de la inteligencia artificial. La serie nace de una práctica profesional concreta —el uso estructurado y deliberado de sistemas de IA generativa para el trabajo periodístico y reflexivo— y busca ofrecer una mirada situada, lúcida y radical sobre las nuevas formas de agencia humana frente a la automatización del lenguaje.