

Por: Gustavo Duch. Fuente: Agencia Pressenza.
Destrozos en las instalaciones de almacenamiento de semillas de Hebrón. / Instagram (@la_via_campesina_official)
Las fuerzas de ocupación israelíes destruyen instalaciones críticas del banco de semillas de Hebrón, fundamental para las cosechas. Esta acción se suma a la tala de olivos y el envenenamiento de las tierras fértiles.
Por Gustavo Duch/ctxt
Hace apenas unas horas, este 31 de julio, la Unión de Comités de Trabajo Agrícola (UAWC) de Palestina ha informado que las fuerzas de ocupación israelíes han lanzado un ataque militar contra su banco de semillas en Hebrón, utilizando excavadoras y maquinaria pesada para demoler las instalaciones de almacenamiento y preservación de toda esta diversidad agrícola. El resultado, dicen, ha destruido instalaciones críticas, “constituyendo un asalto directo a la soberanía alimentaria palestina, a los esfuerzos por preservar las semillas autóctonas, y un continuo ataque a la propia UAWC”.
Por su parte, La Vía Campesina, movimiento mundial del pequeño campesinado al que pertenece la UAWC, ha publicado un comunicado donde denuncia que este “ataque ocurre en medio del aumento de la violencia de lxs colonxs, el acaparamiento de tierras y los esfuerzos sistemáticos de la ocupación israelí por desmantelar los medios de supervivencia de las comunidades palestinas. La destrucción de un banco nacional de semillas es un acto de borrado cultural, destinado a romper los lazos generacionales entre lxs agricultorxs y su tierra”.
Al genocidio por bombas y por hambre se le ha venido sumando la tala de olivos o el envenenamiento de las tierras fértiles, sabiendo que así se ataca el sustento básico de la población palestina; y en este sentido tenemos que leer su intención de acabar con su patrimonio de semillas, donde residen las bases de cualquier agricultura. Sin semillas, no hay cosechas.
Pero es una lectura parcial. Todas las que hemos tenido el privilegio de asistir a los encuentros de La Vía Campesina o de sus organizaciones hemos participado, al inicio de cada una de las jornadas y reuniones de trabajo, de las místicas y rituales que celebran para honrar a las semillas. Un canto, una ofrenda, un baile… Porque para los más de doscientos millones de familias campesinas de todo el mundo que constituyen este movimiento social, las semillas no son un insumo más. Son la conexión más íntima y profunda con su tierra y sus ancestros, desde donde crecen los sentimientos de identidad como pueblo que el Estado de Israel también quiere finiquitar.
Precisamente, hace solo unos meses, Dora Cabaleiro, del Sindicato Labrego galego, también miembro de La Vía Campesina, pudo visitar este banco de semillas ahora destruido. Y, como se recoge en la revista Soberanía Alimentaria, hablaba de él como un ejemplo del amor que las palestinas ponen en lo que hacen. “Un bordado a mano con el logotipo cuelga de la puerta, cada detalle está cuidado. Allí se reciben las semillas, se limpian, se comprueba su poder germinativo y se guardan para su envasado. La complicada situación política ha hecho que se extremen las medidas de seguridad para preservar las semillas a buen recaudo, estas pequeñas cápsulas de información genética que contienen en su interior la historia del pueblo palestino”.
Y aunque se pudiera pensar que con el ataque al banco de semillas se ha destruido todo el patrimonio ahí conservado, no es así. Son miles los campesinos y campesinas palestinos, y millones de campesinos y campesinas en todo el mundo, que guardan semillas —donde las bombas no pueden caer— que crecerán de nuevo en tierra palestina. En tierra de Palestina.
Siempre lo supieron. En 2008, en Maputo, Mozambique, en un encuentro de La Vía Campesina, un campesino anónimo palestino nos entregó, cual presagio, este poema:
Quemad nuestra tierra, quemad nuestros sueños, verted ácido en nuestras canciones. Cubrid con serrín la sangre de los nuestros, asesinados.
Arrasad con vuestras bombas los valles, borrad con vuestros editores nuestro pasado, nuestra literatura; nuestra metáfora. Desnudad los bosques y la tierra, hasta que ni el insecto, ni el ave, ni la palabra encuentren rincón alguno donde refugiarse.
Ahogad con vuestra tecnología el clamor de todo lo que es libre, salvaje e indígena. Destruid. Destruid. Nuestra historia y nuestro suelo. Asolad alquerías y aldeas que nuestros mayores construyeron. Los árboles, las casas, los libros, y las leyes y toda la equidad y la armonía.
Haced eso y aún más. No tengo miedo a la tiranía. No desespero nunca y es que guardo una semilla, una semilla pequeña pero viva, que voy a tratar con cuidado, y a plantar de nuevo.