domingo 10 de agosto de 2025 - Edición Nº2440

Derechos Humanos | 7 ago 2025

El arte ante el genocidio.

Cuerpos que no colaboran: la insurrección décima del Royal Ballet & Opera ante el genocidio en Gaza.

La imagen es conmovedora y sublime. Una bailarina en pleno grand jeté, suspendida en el aire con una bandera chilena ondeando sobre su cabeza, mientras detrás de ella se alza un carro lanzaaguas y otro de municiones: símbolo de la criminal represión estatal en el Santiago de Chile del 2019.


Por: Claudia Aranda. Fuente: Agencia Pressenza

(Imagen de redes sociales)

La imagen es conmovedora y sublime. Una bailarina en pleno grand jeté, suspendida en el aire con una bandera chilena ondeando sobre su cabeza, mientras detrás de ella se alza un carro lanzaaguas y otro de municiones: símbolo de la criminal represión estatal en el Santiago de Chile del 2019.

El rojo de su vestido flamea como una herida viva. Su cuerpo, en tensión perfecta, no huye: enfrenta ataviado sin más armadura externa que un tutú, porque la otra la llevaba en el espíritu. Ella toda, su cuerpo, su alma y su danza, se elevaron frente a la infamia a media calle y todo eso junto fue lo que se posicionó como barricada humana aquél día.

Esa postal, tomada durante el estallido social chileno de octubre de 2019, condensó en un solo gesto la voluntad de un pueblo que decidió no colaborar con la injusticia y enfrentarse al terrorismo de Estado, en gran medida, con las armas de la creatividad y la convicción atronadora de la dignidad. Toda revolución empieza por las barricadas y el caos, como en Chile ese octubre, y en medio del humo y la confusión, de pronto, sabes que todo se entendió y sabemos que estamos todos en la misma vereda cuando son los artistas más clásicos y doctos los que sacan a las calles sus danzas, óperas e intrumentos. Y hoy, cuando veo que desde el corazón de una de las más ilustres instituciones británicas, ese mismo gesto ha vuelto a brotar, no puedo más que apaciguar el corazón en virtud de la certeza que produce saber, estar segura de que ya todos saben, que de tanto hablar de Gaza y aplanar las calles en marchas interminables, ya estamos, todos los que somos, en la misma vereda.

Esto es un paso enorme. De esto nada ni nadie regresa igual. Aunque luego la noticia no salga mayormente en la prensa ni nadie más repare en el asunto, la verdad vivida demuestra que no se regresa igual, sino que consciente de que se es germen de vida paz.

La decisión del Royal Ballet and Opera (RBO) de cancelar su presentación de Tosca en Tel Aviv no es un hecho administrativo ni una mera reprogramación por razones de seguridad. Es una fractura ética. Un acto de insurrección moral en pleno corazón del aparato cultural europeo, liderado no por directores sino por los cuerpos: bailarines, técnicos, artistas escénicos y trabajadores administrativos que firmaron una carta interna, contundente y sin retórica. Rechazaron viajar a Israel. Rechazaron colaborar. Rechazaron volverse cómplices.

La cancelación, confirmada el 4 de agosto de 2025, está anclada en la protesta de 182 miembros del RBO, quienes denunciaron no solo los crímenes de guerra en Gaza, sino también el doble discurso de la institución, que meses atrás había ofrecido funciones gratuitas para soldados israelíes tras la producción conjunta de Turandot. La gota que colmó el vaso fue el incidente del 19 de julio, durante una función de Il Trovatore, en la que el artista Daniel Perry desplegó una bandera palestina sobre el escenario. El director artístico Oliver Mears intentó arrancársela en plena función. El gesto autoritario desató una ola de indignación interna.

A diferencia de otros actos simbólicos, esta vez hubo consecuencia estructural: el Royal Ballet and Opera no actuará en Israel. No mientras Gaza sea un territorio sitiado, bombardeado, asesinado. No mientras los hospitales vuelan por los aires, como ocurrió con la clínica de la ONU reducida a escombros la noche del 5 de agosto. Y no mientras el primer ministro Benjamin Netanyahu, junto a su ministro de Defensa Yoav Gallant, anuncia la preparación de una “invasión definitiva” para ocupar la Franja de Gaza. “La guerra continuará hasta que todo Gaza esté bajo control israelí”, declaró Gallant ayer desde Tel Aviv.

La reacción internacional no tardó. La ONU, a través de varios relatores especiales, denunció la reunión como un llamado a la anexión forzada, una violación del derecho internacional humanitario. Artistas for Palestine UK celebró la decisión del RBO como “una victoria moral y política sin precedentes en el ámbito cultural británico”. Las voces inesperadas llegaron desde dentro de Israel: una red de médicos, rabinos y exsoldados publicó un comunicado señalando que «bombardear hospitales en Gaza es un crimen, no una necesidad». Se trata de los mismos sectores que, meses atrás, se manifestaron cuando se justificó el ataque al hospital Al-Shifa como «objetivo militar».

La ruptura simbólica en el RBO es también estilística. Coreógrafos y directores musicales renunciaron en silencio. Bailarines veteranos entregaron cartas privadas de dimisión o repudio. Las redes internas filtraron testimonios de “desgaste moral” y “fractura irreversible” entre la dirección ejecutiva y los equipos artísticos. Alex Beard, CEO del RBO, alegó en público razones de “seguridad”, pero internamente se lo responsabiliza de no haber protegido la integridad ética de su elenco.

En medio del colapso civilizatorio, este gesto del Royal Ballet and Opera se inscribe como parte de una nueva genealogía de resistencia: no la de la barricada violenta, sino la de la barricada estética, sensible y desobediente. Como aquella bailarina chilena que saltó frente al carro blindado, estos cuerpos artísticos se alzan, suspendidos en el aire de la historia, para recordarnos que la belleza también puede y debe saber cuando decir no. No más. Ya no más.

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