

Por: Claudia Aranda. Fuente: Agencia Pressenza
(Imagen de Claudia Aranda)
Durante unos segundos, la imaginación me jugó una escena surrealista: un edificio gris y blindado, en medio del hielo, con las banderas de Rusia y Estados Unidos ondeando juntas, como si la Guerra Fría hubiera terminado en una fiesta de té. Pero no, esa foto sólo existe —y a medias— en dos rincones muy particulares del planeta: la Antártica y la órbita terrestre.
En realidad, la “base militar conjunta” donde se reunirán Vladimir Putin y Donald Trump este viernes 15 de agosto no es un símbolo de cooperación binacional, sino una instalación del propio Pentágono: la Joint Base Elmendorf–Richardson (JBER), en Anchorage, Alaska. Lo de “conjunta” no alude a un tratado de paz improvisado, sino a la fusión, en 2010, de una base aérea de la Fuerza Aérea de EE. UU. con un fuerte del Ejército. Allí, bajo control exclusivo estadounidense, operan tanto el 11th Airborne Division como el 3rd Wing de la Fuerza Aérea, en un punto estratégico para proyectar poder hacia el Ártico, Asia y Europa del Norte.
Que el encuentro se realice en este lugar tiene una lógica de manual: perímetro seguro, logística bajo control estadounidense y una localización que, sin ser territorio continental, tampoco es “extranjera” para ninguno de los dos mandatarios. En otras palabras: un espacio donde la diplomacia se juega en casa, pero con vistas al estrecho de Bering, recordando que la geografía aún manda más que la retórica.
Así que no, no habrá uniformes rusos y estadounidenses caminando hombro a hombro por los pasillos de la JBER. Al menos no oficialmente. Lo único compartido aquí será la agenda de dos líderes que, entre intérpretes y mesas largas, intentarán convertir la frialdad del Ártico en un escenario para calentar relaciones que hace años se congelaron.
Entre los últimos preparativos, la Casa Blanca y el Kremlin han cerrado las agendas oficiales, confirmando que no habrá intermediarios políticos durante la reunión inicial, únicamente intérpretes. Las fuerzas de seguridad estadounidenses han intensificado el control de accesos y establecido un perímetro de alta seguridad en la JBER. Los medios han reportado un operativo logístico que incluye alojamiento para delegaciones, espacios de prensa y planes de contingencia ante protestas o incidentes.
Tass informó que ya se alistan los últimos preparativos: El presidente de Rusia, Vladímir Putin, se reunió con miembros de la cúpula del país como parte de los preparativos para la cumbre ruso-estadounidense en Alaska.
«Les he reunido hoy para contarles <…> sobre la etapa en que nos encontramos con la actual Administración estadounidense que, como todos sabemos, toma esfuerzos bastante enérgicos y sinceros para acabar con los combates, terminar la crisis y alcanzar acuerdos que sean de interés para todas las partes del conflicto. Para crear unas condiciones duraderas de paz entre nuestros países, en Europa y en el mundo en general», expresó el jefe de Estado ruso. Asimismo, el mandatario no descartó que en las próximas etapas puedan alcanzarse nuevos acuerdos sobre el control de las armas estratégicas ofensivas.
Y mientras los últimos detalles logísticos y de seguridad en la base son afinados por Estados Unidos, Donald Trump ha emitido declaraciones que combinan amenazas diplomáticas, ambigüedad estratégica y comentarios polémicos que han generado reacción internacional. Si bien la cumbre tiene como objetivo declarado abordar el conflicto en Ucrania, el potencial económico bilateral y otros asuntos estratégicos, Trump ha descrito la cita como un “ejercicio de escucha” y ha dejado abierta la posibilidad de encuentros adicionales, incluso con la participación del presidente ucraniano Volodímir Zelenski, si se logra un avance inicial.
Asimismo, lanzó la amenaza de que habrá “consecuencias muy graves” si Putin no acepta un alto el fuego en Ucrania, sin detallar si se trata de sanciones, aranceles u otras medidas.
En una nota graciosa, por así decirlo, la confusión geográfica y retórica nostálgica, al referirse a San Petersburgo como “Leningrado” en un discurso, Trump provocó críticas y burlas en redes.
También insinuó un posible viaje a Rusia tras la cumbre y lanzó un comentario controvertido al describir algunas zonas de Ucrania como “valiosa propiedad frente al mar”, interpretado como apertura a cesiones territoriales.
Trump dejó en claro el condicionamiento del apoyo a Zelenski, afirmando que cualquier paz debe incluirlo desde el inicio, rechazando negociar territorio sin su participación directa.
La cumbre llega marcada por una estrategia comunicacional de Trump que combina gestos de dureza con ambigüedad calculada. El emplazamiento en una base militar estadounidense refuerza la imagen de control y seguridad, pero sus declaraciones previas han abierto interpretaciones encontradas, especialmente en torno a la integridad territorial ucraniana y la proyección geopolítica de Estados Unidos. La expectativa es alta, tanto por el simbolismo del encuentro como por el potencial de que la reunión sirva de preludio a una negociación más amplia que involucre a Kiev.
Mientras, en la Antártica…
En el otro extremo del planeta, lejos de las bases militares blindadas y de las cumbres donde cada palabra se calcula como un movimiento de ajedrez, existe un lugar donde “conjunta” significa algo radicalmente distinto. Allí, en estaciones científicas y campamentos temporales, conviven chilenos, rusos, estadounidenses, chinos y de decenas de banderas más, compartiendo recursos, datos y rescates sin preguntar de qué país viene el otro. Nadie discute quién “controla” el hielo; se comparte porque de eso depende sobrevivir. No hay negociaciones con amenaza de sanciones ni retóricas para la prensa: la cooperación es inmediata, práctica y sin condiciones, porque el frío no entiende de geopolítica y la ciencia tampoco debería hacerlo.