sábado 16 de agosto de 2025 - Edición Nº2446

Medio Ambiente | 16 ago 2025

La energía que definirá guerras y alianzas.

Hidrógeno verde y el nuevo orden mundial. La energía que definirá guerras y alianzas

09:35 |No habrá poder sin energía, ni energía sin hidrógeno y en la carrera por controlarlo, la geopolítica volverá a mancharse de petróleo, pero verde.


Por: Mauricio Herrera Kahn. Fuente:Agencia Pressenza

(Imagen de Pontificia Universodad Católica de Chile)

No habrá poder sin energía, ni energía sin hidrógeno y en la carrera por controlarlo, la geopolítica volverá a mancharse de petróleo, pero verde.

El hidrógeno como la nueva llave del poder global

En el siglo XX el petróleo definió las potencias, las rutas del crudo trazaron fronteras invisibles, decidieron guerras y sellaron alianzas. En el siglo XXI el papel lo tendrá el hidrógeno verde. No se trata solo de una transición energética, se trata de una nueva arquitectura de poder donde la molécula que hoy parece limpia y técnica será mañana un pasaporte o una sentencia de dependencia.

El hidrógeno verde ya no es un experimento. En 2023 el mundo produjo cerca de 180 mil toneladas, en 2030 la cifra podría superar las 100 millones de toneladas anuales según la Agencia Internacional de Energía. El valor de mercado proyectado para ese año supera el billón de dólares y en 2050 podría mover 1,4 billones anuales. No es un nicho ambientalista, es un tablero geopolítico.

Cada tonelada de hidrógeno puede reemplazar 2,6 barriles de petróleo. En un mundo que aún consume 100 millones de barriles diarios el potencial de sustitución es gigantesco. El que controle la producción masiva controlará también los flujos energéticos que sostienen industrias, ejércitos y cadenas de suministro. El que controle las rutas y los puertos del hidrógeno tendrá el poder de encender o apagar economías enteras.

Los corredores de suministro ya están en diseño, se proyectan mega rutas marítimas desde Australia hacia Japón y Corea del Sur, oleoductos reconvertidos en Europa para transportar amoníaco verde desde puertos del norte de África, terminales especializadas en Chile y Namibia para enviar hidrógeno comprimido a Alemania y Países Bajos. Cada puerto que se construye y cada contrato que se firma reconfigura la geografía del poder. El hidrógeno no es un simple mercado energético, es un arma diplomática, una ficha de negociación en tratados de comercio y seguridad. Es la nueva carta de presión para imponer agendas y quienes lo comprendan antes, escribirán las reglas del siglo XXI. Los demás quedarán atrapados en la historia que otros diseñen.

Los anuncios ya se traducen en acero en el suelo. En Arabia Saudita un complejo integrado de renovables y amoníaco verde se levanta en el desierto con contratos de suministro a largo plazo. En Australia consorcios públicos y privados preparan hubs de más de diez gigavatios que combinan eólica y solar con agua de mar desalinizada. En la península ibérica alianzas empresariales y ferroviarias planifican cadenas de valor que van desde la producción hasta el consumo industrial en acero y fertilizantes. No es futurismo, son obras, permisos, subastas y líneas de financiación en marcha.

Hasta hace un siglo el petróleo transformó puertos como Rotterdam o Houston en plataformas de poder. El hidrógeno hará lo propio con Punta Arenas, Sines, Algeciras, Hamburgo, Yokohama y Perth. Cada puerto especializado en hidrógeno, derivados o amoníaco atraerá astilleros, aseguradoras, certificadoras y bancos. La riqueza no estará solo en vender moléculas, estará en capturar servicios, logística y conocimiento alrededor de esa molécula. Ese es el verdadero multiplicador.

Las potencias que ya se están armando para el control

Alemania se mueve con precisión quirúrgica, no tiene sol del desierto ni vientos constantes, pero tiene capital, tecnología e influencia política. Ha firmado acuerdos de suministro en Namibia, Marruecos, Arabia Saudita y Chile. Ha comprometido más de 10 mil millones de euros en infraestructura y subsidios para asegurar hidrógeno verde durante las próximas tres décadas. Sus primeras plantas en Baja Sajonia y Hamburgo ya suman 1 GW de capacidad de electrólisis y están conectadas a puertos listos para exportar a Países Bajos y Bélgica. Berlín no quiere producir todo, quiere controlar contratos a largo plazo y rutas de importación.

China apuesta a otra jugada, no busca solo tener acceso a la molécula, quiere dominar la cadena completa de valor. Produce electrolizadores a gran escala, fabrica turbinas eólicas y solares que alimentan sus plantas, desarrolla amoníaco sintético para transporte marítimo y controla tecnologías de almacenamiento. Ha invertido más de 20 mil millones de dólares en hidrógeno desde 2015 y ya tiene más de 100 proyectos piloto de hidrógeno verde, sobre todo en Hebei y Mongolia Interior. Mientras otros discuten cómo importar, Pekín diseña cómo vender y cómo ser el proveedor indispensable.

Japón y Corea del Sur, sin espacio ni recursos naturales suficientes, optan por la diplomacia energética. Firmaron alianzas estratégicas con Australia y países del Golfo para asegurar cargamentos a partir de 2030. Invierten en barcos de transporte de hidrógeno líquido y en infraestructura portuaria para recibir y distribuir. Han convertido el hidrógeno en parte de su estrategia de seguridad nacional para reducir dependencia del petróleo importado y del gas ruso o iraní.

Estados Unidos no quiere perder la partida, su arma son los subsidios masivos. La Ley de Reducción de la Inflación otorga hasta 3 dólares por cada kilo producido. Esto significa que un productor estadounidense puede generar hidrógeno verde a precios que ningún competidor sin subsidios puede igualar. Washington busca así atraer inversión, instalar fábricas de electrolizadores y dominar la tecnología. Su apuesta es que el control de la innovación y de la capacidad industrial le garantice liderazgo global, como ocurrió con el petróleo y el gas no convencional.

La militarización silenciosa del hidrógeno

La historia enseña que cada revolución energética viene acompañada de un reordenamiento militar. En el siglo XX los mapas del petróleo marcaron la ubicación de bases navales y aeródromos estratégicos, el control de los estrechos de Ormuz, Malaca o Bab el Mandeb se convirtió en prioridad de ejércitos enteros. El hidrógeno verde, aunque aún se presente como un proyecto limpio y pacífico, ya empieza a dibujar su propia geografía de conflicto.

Las rutas y puertos estratégicos del hidrógeno verde concentrarán flujos de mercancías de altísimo valor. Un buque cargado con amoníaco verde puede transportar el equivalente energético de millones de dólares en combustibles fósiles sin emisiones. Esto lo convierte en un objetivo potencial en escenarios de tensión. El puerto que concentre envíos hacia Europa o Asia no será solo un nodo comercial, será también un activo de seguridad nacional. Y como ha ocurrido con el petróleo, su defensa podría justificar presencia militar extranjera.

La “geografía del petróleo” enseñó que los puntos de estrangulamiento marítimo son vulnerables a bloqueos y ataques. El hidrógeno tendrá los suyos, corredores marítimos desde Australia hasta Japón y Corea pasarán por zonas que ya han sido escenario de disputas navales, rutas desde el norte de África hasta Europa cruzarán el Mediterráneo y el Atlántico, donde las alianzas militares pesan tanto como los contratos comerciales.

El riesgo de que el hidrógeno verde sea usado como palanca en guerras económicas es real. Un país que concentre el suministro puede reducir envíos, encarecer contratos o redirigir cargamentos como medida de presión política. En un mundo donde el 10% de la energía global dependa de esta molécula, un bloqueo o sabotaje en un puerto clave podría tener efectos tan graves como una crisis petrolera. La energía limpia no está a salvo de la lógica sucia del poder.

El antecedente histórico es claro. El embargo petrolero de 1973 mostró que la energía puede paralizar economías enteras. Las guerras del Golfo, los ataques a petroleros y las crisis en el estrecho de Ormuz dejaron una lección que no se olvida. Si el hidrógeno concentra su tráfico en pocos puertos y corredores, cualquier incidente técnico o político podrá tener efectos sistémicos en precios, seguros y cadenas de suministro.

Ante ese escenario asoma la idea de corredores seguros, convoys escoltados, protocolos comunes de seguridad, centros de monitoreo en tiempo real, ejercicios navales conjuntos. La seguridad marítima pasará a formar parte del costo de la molécula y el precio final reflejará primas de seguro y riesgo geopolítico. Energía limpia no significa riesgo cero, significa nuevas responsabilidades y nuevas tensiones.

Los países productores y el dilema de la soberanía

Los países que poseen el recurso viven hoy una paradoja: tienen el sol, el viento o el agua necesarios para producir hidrógeno verde a costos récord pero carecen de control sobre la cadena de valor. Chile, Namibia, Marruecos y Australia figuran entre los territorios con mayor potencial del planeta sin embargo, en la mayoría de los casos, los proyectos están en manos de consorcios extranjeros que imponen las condiciones, controlan la tecnología y fijan el precio de venta.

Chile podría producir más de 25 millones de toneladas anuales hacia 2050. Namibia proyecta exportar a Alemania más de 300.000 toneladas al año a partir de 2030. Marruecos firmó contratos para abastecer a la Unión Europea con millones de toneladas sin que el Estado marroquí sea socio mayoritario. Australia, aunque tiene músculo industrial, también depende de capital y tecnología foránea para concretar sus megaproyectos.

El patrón se repite: recursos locales, financiamiento y tecnología externa, contratos a largo plazo que comprometen volúmenes y precios antes de que el país productor tenga capacidad industrial propia. Así el valor agregado se captura en los centros de consumo, no en los territorios donde se genera la energía. El riesgo es que la historia del petróleo y del gas se repita con una molécula presentada como limpia pero bajo la misma lógica de dependencia.

La soberanía energética no se mide solo por tener el recurso, se mide por controlar la producción, la tecnología, la distribución y los beneficios. Sin empresas públicas fuertes, sin desarrollo industrial interno y sin marcos legales que aseguren participación mayoritaria del Estado, el hidrógeno verde puede convertirse en otra exportación primaria más y en ese caso, los países productores quedarán nuevamente en el papel de proveedores de materias primas para potencias que ya dominan la tecnología y el mercado.

Estados Unidos combina su abundancia de recursos con una agresiva política de subsidios para dominar la producción y la tecnología, quiere ser productor y vendedor pero también fabricante global de electrolizadores y patentes clave.

La Unión Europea es el gran comprador en ciernes, no puede producir lo suficiente por limitaciones geográficas pero invierte en contratos de largo plazo con países del Sur Global condicionando financiación y acceso a mercado a cambio de suministro garantizado.

China y Rusia juegan juntos y por separado. China domina la tecnología y busca controlar toda la cadena, mientras Rusia ve en el hidrógeno una vía para mantener influencia energética sobre Europa y Asia reconvirtiendo parte de su infraestructura de gas.

India quiere convertirse en exportador relevante, tiene sol y mano de obra barata pero carece de infraestructura y tecnología a gran escala. Apuesta a asociaciones con Japón y Australia para ganar espacio en el mercado antes de 2035.

Australia no será un actor marginal sino un gigante energético de dos mares. Su capacidad de generación renovable combinada con una de las tasas de irradiación solar más altas del planeta y vientos constantes en sus costas, le permite proyectar volúmenes que rivalizarán con los de las potencias tradicionales. Entre 2025 y 2030 podría producir 5 Mt de hidrógeno verde valorados en 25.000 millones USD, frente a un petróleo que apenas ronda los 30 Mt anuales. Para 2035 los proyectos ya anunciados le permitirían alcanzar 12 Mt, 60.000 millones USD, superando con holgura el valor de su crudo y transformando a Australia en el “hub” de exportación de moléculas limpias hacia Asia. En su caso el hidrógeno verde no es un reemplazo: es la llave para dominar el mercado energético del Pacífico Sur.

Los contratos que hoy se firman trazan el margen de maniobra de mañana. Compromisos take or pay a quince o veinte años, cláusulas de precio indexado a electricidad y certificados de origen, opciones de compra preferente para mercados del norte. Cuando se firman sin participación accionaria estatal ni obligación de contenido local, el país productor asume el riesgo y cede la renta.

Hay otro camino: empresas públicas con mandato claro que se asocien en joint ventures donde el control quede en casa, exigencias de transferencia tecnológica, desarrollo de proveedores locales, bancos de desarrollo y fondos soberanos que financien capital paciente. También políticas de precio que prioricen usos internos estratégicos como acero verde, fertilizantes y transporte pesado. Soberanía no es cerrar la puerta, es negociar desde la fuerza.

La guerra por la tecnología y las patentes

El poder del hidrógeno no está solo en los megawatts, está en quién fabrica las máquinas, quién posee las patentes y define los estándares. La batalla se libra en los electrolizadores, en las celdas, en los compresores, en los catalizadores y en el amoníaco verde. El que controle esa ingeniería controlará la renta del siglo.

El mercado de electrolizadores crece en forma exponencial. La capacidad anunciada para 2030 supera los 300 gigawatts y la curva de aprendizaje empuja los costos a la baja cada año. Hoy un sistema alcalino instalado puede rondar entre 500 y 900 dólares por kilowatt. Un PEM de alta performance puede ubicarse entre 900 y 1.400 por kilowatt. Los SOEC prometen eficiencias superiores con temperaturas elevadas y sin embargo siguen en pilotos. China despliega fabricación a escala con Longi, Sungrow y Peric. Europa empuja con Siemens Energy, Nel e ITM. Estados Unidos arma músculo con Cummins y Plug Power. El mapa industrial ya tiene dueños y barreras de entrada.

Las patentes concentran el poder real. Catalizadores con iridio y platino en PEM. Revestimientos cerámicos en SOEC. Membranas de intercambio protónico. Compresores de alta presión para 350 y 700 bar. Válvulas criogénicas para licuefacción a menos 253 grados. Cada pieza clave tiene solicitud o familia de patentes en oficinas de Estados Unidos, Europa y China. Quien licencie cobra regalías, quien no licencie paga la dependencia.

El amoníaco verde es otro frente de disputa. El proceso Haber Bosch adaptado a hidrógeno renovable requiere catalizadores específicos, integración térmica fina y control digital en tiempo real. Japón empuja motores marítimos que queman amoníaco, Corea del Sur desarrolla calderas industriales, Europa financia cracking para reconvertir amoníaco en hidrógeno en destino. Las patentes de síntesis, transporte y cracking forman un triángulo de control que definirá qué puertos ganan y qué puertos pierden.

La logística crea su propia muralla, barcos para hidrógeno líquido con aislamiento extremo, tanques de amoníaco con sistemas de seguridad redundantes, tuberías dedicadas con recubrimientos anti fragilización, válvulas y sensores certificados por normas ISO y IEC. Quien fije la norma define quién puede vender, la norma es poder sin uniforme.

Los cuellos de botella son estratégicos. El iridio es escaso y concentra riesgo para las celdas PEM, el níquel y el acero inoxidable de alta pureza presionan la oferta para alcalinos, la electrónica de potencia compite con la industria solar y eólica. Sin política industrial que diversifique materiales y recicle metales críticos, el costo de la molécula quedará atado a oligopolios invisibles.

La carrera por el software decide la eficiencia. Gemelos digitales que optimizan la electrólisis, algoritmos que casan producción con precios horarios de la red, sistemas de control que integran eólica, solar y almacenamiento térmico. El kilowatt más barato será el que mejor se programe, la ventaja no estará solo en el parque, estará en el código.

Exportaciones de tecnología y controles a la orden. Licencias sujetas a seguridad nacional, reglas de origen que excluyen componentes de países rivales, cláusulas de no re-exportación, restricciones sobre electrolizadores de alta capacidad. La geopolítica ya entró a la fábrica y no saldrá pronto.

Conclusión del frente tecnológico. Si un país produce sin fabricar equipos, sin patentes propias, sin dominar catalizadores y sin fijar normas, solo exportará energía barata y comprará dependencia cara. La soberanía del hidrógeno no se decreta, se diseña, se patenta y se fabrica en casa.

Lo que está en juego

El hidrógeno verde no es solo una promesa tecnológica, es la columna vertebral de la futura arquitectura energética global y el eje sobre el que girará la economía del siglo XXI. Para 2050 la Agencia Internacional de Energía estima que cubrirá hasta un 20 % de la demanda energética mundial, lo que equivale a reemplazar buena parte del petróleo, el gas y el carbón que hoy sostienen la industria y el transporte. Esa transición moverá más de 1,4 billones de dólares al año y decidirá quién tiene poder y quién queda subordinado.

Lo que está en juego es la soberanía real de los países. El que controle su hidrógeno, su tecnología y sus rutas de exportación tendrá independencia económica y capacidad de negociación política. El que no lo controle dependerá de contratos redactados en otras capitales, de patentes registradas en otros idiomas y de normas técnicas diseñadas para favorecer a terceros. El que pierda el control será un actor secundario en un mercado que premiará la integración y castigará la dependencia.

El hidrógeno verde puede ser la gran oportunidad para que naciones con abundancia de recursos renovables se transformen en potencias energéticas pero también puede convertirse en una nueva trampa si se repite el modelo extractivista. La historia del petróleo mostró que exportar materia prima sin control tecnológico ni industrial genera crecimiento aparente y dependencia estructural. Si se repite el esquema, la etiqueta de “energía limpia” solo maquillará viejas cadenas.

La disputa no es solo económica, es también estratégica. Países como Alemania, Japón, Corea del Sur e India ya proyectan su seguridad energética en función de contratos de hidrógeno. China y Estados Unidos compiten por las patentes, la capacidad industrial y la estandarización. Rusia busca reconvertir su influencia gasífera a hidrógeno para no perder peso geopolítico. La Unión Europea diseña rutas de importación que eviten la dependencia de un solo proveedor, cada movimiento dibuja un mapa donde la energía define alianzas, bloqueos y zonas de influencia.

El tiempo es crítico. La ventana para asegurar soberanía en el hidrógeno verde se mide en años, no en décadas. Los contratos de suministro, las inversiones en infraestructura y el registro de patentes están ocurriendo ahora. El país que llegue tarde no podrá renegociar desde la fuerza, llegará a un mercado cerrado, con precios y condiciones impuestos por quienes tuvieron visión y voluntad.

Lo que está en juego es simple de entender y difícil de revertir. Soberanía o dependencia, poder o sumisión. Un asiento en la mesa donde se decide el futuro o un lugar en la fila de quienes esperan instrucciones. El hidrógeno verde no se regala, se conquista.

Para 2035 el mapa mostrará bloques energéticos definidos. Estados Unidos con polos industriales en la costa del Golfo y el medio oeste exportando tecnología y parte de su producción. China con cadenas de suministro integradas desde el polisilicio hasta el electrolizador y flotas de barcos de amoníaco operando en Asia y África. La Unión Europea como gran comprador estableciendo normas de carbono que funcionarán como barreras de entrada bajo el lenguaje de la sostenibilidad. Rusia reconvirtiendo gasoductos y puertos del Báltico y el Ártico para no perder relevancia. India escalando su misión nacional de hidrógeno con megaproyectos solares en Rajasthan y Gujarat y créditos blandos dirigidos a su industria pesada.

El riesgo de fragmentación técnica es alto. Certificados de origen distintos, metodologías de contabilidad de carbono incompatibles, estándares de pureza y presión que no dialogan, requisitos de contenido local que chocan con la realidad de la cadena de suministro. Si cada bloque impone su regla, el comercio se encarecerá y la promesa de escalas globales se diluirá. De ahí la urgencia de participar en foros de estandarización y de crear agencias nacionales que certifiquen con credibilidad y con datos abiertos.

La energía limpia será la nueva arma sucia del poder

El hidrógeno verde ya no es una promesa ecológica, es una carrera armamentista sin uniformes, donde las cifras pesan más que los discursos. De aquí a 2070 el hidrógeno verde y el petróleo no competirán solo en barriles o toneladas, sino en influencia, contratos y soberanía. El que lidere esta transición controlará la moneda invisible del poder. El que quede atrás, será cliente en un mercado cerrado.

Para entender la magnitud real de lo que está en juego debemos leer los números, no los discursos. La producción de hidrógeno verde que hoy apenas alcanza porcentajes ínfimos del total global, se proyecta multiplicarse por decenas en menos de una década. Entre 2025 y 2030 la inversión y capacidad instalada explotarán y entre 2030 y 2035 y 2050 y 2070 algunos países podrían mover volúmenes que hoy equivalen a miles de millones de litros de petróleo metálico en equivalencia energética. Estos datos configurarán el mapa del poder limpio.

A continuación, las proyecciones estimadas (en millones de toneladas (Mt) y (USD) miles de millones) para los países que estarán en la primera línea de esta disputa, comparando producción de hidrógeno verde (HV) y petróleo.

2025 – 2030

USA – HV: 8 Mt 40.000 M USD Petróleo: 480 Mt 200.000 M USD
HV vs Petróleo: 1,6 %

China – HV: 10 Mt 50.000 M USD Petróleo: 220 Mt 90.000 M USD
HV vs Petróleo: 4,5 %

UE – HV: 6 Mt 30.000 M USD Petróleo: 100 Mt 45.000 M USD
HV vs Petróleo: 6 %

Rusia – HV: 3 Mt 15.000 M USD Petróleo: 540 Mt 180.000 M USD
HV vs Petróleo: 0,5 %

India – HV: 4 Mt 20.000 M USD Petróleo: 250 Mt 85.000 M USD
HV vs Petróleo: 1,6 %

Brasil – HV: 2 Mt 10.000 M USD Petróleo: 150 Mt 60.000 M USD
HV vs Petróleo: 1,3 %

Argentina – HV: 1 Mt 5.000 M USD Petróleo: 30 Mt 12.000 M USD
HV vs Petróleo: 3,3 %

Chile – HV: 2 Mt 10.000 M USD Petróleo: 12 Mt 5.000 M USD
HV vs Petróleo: 16,6 %

Australia – HV: 3 Mt 15.000 M USD Petróleo: 30 Mt 13.000 M USD
HV vs Petróleo: 10 %

2030 – 2035

USA – HV: 20 Mt 100.000 M USD Petróleo: 450 Mt 190.000 M USD
HV vs Petróleo: 4,4 %

China – HV: 25 Mt 125.000 M USD Petróleo: 200 Mt 85.000 M USD
HV vs Petróleo: 11,1 %

UE – HV: 15 Mt 75.000 M USD Petróleo: 90 Mt 42.000 M USD
HV vs Petróleo: 16,6 %

Rusia – HV: 8 Mt 40.000 M USD Petróleo: 500 Mt 170.000 M USD
HV vs Petróleo: 1,6 %

India – HV: 12 Mt 60.000 M USD Petróleo: 230 Mt 80.000 M USD
HV vs Petróleo: 5,2 %

Brasil – HV: 5 Mt 25.000 M USD Petróleo: 140 Mt 55.000 M USD
HV vs Petróleo: 3,5 %

Argentina – HV: 3 Mt 15.000 M USD Petróleo: 28 Mt 11.000 M USD
HV vs Petróleo: 10,7 %

Chile – HV: 6 Mt 30.000 M USD Petróleo: 10 Mt 4.000 M USD
HV vs Petróleo: 60 %

Australia – HV: 8 Mt 40.000 M USD Petróleo: 25 Mt 11.000 M USD
HV vs Petróleo: 32 %

Estimado Mundial

2030 – HV: 103 Mt 515.000 M USD Petróleo: 4.030 Mt 1,7 billones USD HV vs Petróleo: 2,5 %

2035 – HV: 206 Mt 1,03 billones USD Petróleo: 3.813 Mt 1,6 billones USD HV vs Petróleo: 5,4 %

2050 – HV: 500 Mt 2,5 billones USD Petróleo: 2.500 Mt 1 billón USD HV vs Petróleo: 20 %

2070 – HV: 800 Mt 4 billones USD Petróleo: 1.000 Mt 400.000 M USD HV vs Petróleo: 80 %

Estos números muestran la transición con crudeza: entre 2025 y 2035 el hidrógeno verde pasa de ser apéndice a columna vertebral en varias potencias. En productores como Chile, el HV superará por lejos al petróleo en valor económico. Para 2050 la molécula compite en paridad con el crudo y hacia 2070, lo deja en la orilla de la historia.

El mensaje es simple: o se integran cadenas de valor (tecnología, industria, puertos y normas) o se exporta energía barata comprando dependencia cara. La soberanía no se declama, se mide en gigavatios, en toneladas y en contratos que se firman hoy.

2070 el petróleo será apenas un vestigio de un siglo que ya no existirá, las guerras por barriles serán reemplazadas por guerras por moléculas. El hidrógeno verde no será una opción tecnológica ni un lujo ambiental: será la arteria principal que bombee energía a la economía mundial. El país que no lo controle no tendrá voz en el mapa del poder y su soberanía dependerá de contratos firmados en idiomas ajenos.

Ese año, la disputa no será por quién produce más, sino por quién posee la capacidad de cortar el suministro en horas y redibujar el tablero geopolítico en días. Cuando una molécula pueda derribar gobiernos o blindar alianzas ya no habrá discursos que oculten la verdad: la energía limpia será la nueva arma sucia del poder. Y quien no haya llegado a tiempo, no tendrá lugar en la mesa, ni siquiera como invitado.

En solo diez años el hidrógeno verde pasará de ser un nicho a representar volúmenes comparables a una fracción significativa del petróleo mundial. Entre 2025 y 2035 el valor anual de este nuevo mercado podría multiplicarse por cinco y la diferencia no estará en la molécula, sino en quién la controle. Los que integren industria y tecnología serán dueños de un nuevo mapa energético. Los demás, simples proveedores baratos.

Las cifras no son un ejercicio académico, son un mapa de poder en construcción. Cada megavatio instalado, cada tonelada producida, cada dólar invertido en hidrógeno verde es una estaca en el terreno del futuro. La historia enseña que quien controla la energía controla la política y que las guerras se libran por recursos disfrazados de oportunidades. El hidrógeno verde se presenta como limpio, pero será la nueva arma sucia del poder.

Australia, el jugador silencioso que quiere ser gigante

Australia no hace ruido pero mueve fichas grandes, tiene una ventaja estratégica que pocos pueden igualar: abundancia de energías renovables, estabilidad política y cercanía a los grandes mercados asiáticos. Sus desiertos bañados de sol y sus extensas costas con viento constante la convierten en una fábrica natural de hidrógeno verde.

Entre 2025 y 2035 planea instalar proyectos que superan los 80 GW de capacidad, con inversiones que podrían rebasar los 120.000 millones de dólares. Ya cuenta con megaproyectos como Asian Renewable Energy Hub y Western Green Energy Hub, diseñados para producir millones de toneladas anuales de hidrógeno y amoníaco verde destinados a Japón, Corea del Sur y en menor medida, Europa.

Si las proyecciones se cumplen, en 2050 Australia podría generar más ingresos por hidrógeno verde que por exportaciones de carbón y gas natural combinadas. Y en 2070 podría convertirse en el mayor exportador global, disputando el liderazgo a China y Estados Unidos.

Soberanía o dependencia, la elección final

Las cifras no son un ejercicio académico, son un mapa de poder en construcción. Cada megavatio instalado, cada tonelada producida, cada dólar invertido en hidrógeno verde es una estaca en el terreno del futuro. La historia enseña que quien controla la energía controla la política y que las guerras se libran por recursos disfrazados de oportunidades.

El hidrógeno verde se presenta como limpio pero será la nueva arma sucia del poder. El país que no tenga control sobre su producción y su tecnología será simple proveedor barato de otros que sí integren cadenas de valor. El que exporte moléculas sin industria exportará también su soberanía.

Para 2070 el petróleo será apenas un vestigio de un siglo que ya no existirá. Las guerras por barriles serán reemplazadas por guerras por moléculas. El hidrógeno verde no será una opción tecnológica ni un lujo ambiental: será la arteria principal que bombee energía a la economía mundial. El país que no lo controle no tendrá voz en el mapa del poder y su destino estará escrito en contratos firmados en idiomas ajenos.

Metodología y referencias

Las cifras presentadas son estimaciones basadas en datos de la Agencia Internacional de Energía (IEA), la Agencia Internacional de Energías Renovables (IRENA), la Administración de Información Energética de EE. UU. (EIA), el BP Statistical Review of World Energy 2024 y proyecciones oficiales de los ministerios de Energía de EE. UU., China, la Unión Europea, Rusia, India, Brasil, Argentina, Chile y Australia.

El año base de cálculo es 2024, con valores expresados en dólares constantes (USD) y ajustados por tipo de cambio promedio anual. La proyección de hidrógeno verde se realizó considerando planes nacionales anunciados, proyectos en desarrollo y escalamiento industrial previsto, mientras que los valores de petróleo corresponden a promedios de producción anual multiplicados por el precio medio proyectado del barril.

La relación HV vs petróleo se calcula a partir de la equivalencia energética (1 kg de hidrógeno ≈ 33,3 kWh; 1 barril de petróleo ≈ 1.700 kWh) y se expresa en millones de toneladas (Mt) y miles de millones de USD para facilitar la comparación.

Los valores del petróleo se proyectan con base en volúmenes históricos y estimaciones de la EIA y la IEA, con precios promedio Brent de 80 USD/barril en 2025–2030 y 40 USD/barril
en 2070.

Las comparaciones HV vs Petróleo corresponden a valor económico anual (miles de millones USD) y reflejan escenarios en los que los proyectos anunciados alcanzan etapa comercial según cronogramas públicos.

El hidrógeno verde

El hidrógeno verde no es un negocio para empresas con logo y lobby, es la última frontera para los países que quieren existir con dignidad en el siglo que empieza. No hay transición justa si la soberanía se entrega, no hay energía limpia si la decisión se toma en otro idioma. El futuro no lo escriben los que esperan, lo escriben los que actúan.

Chile y cualquier nación que hoy mire sus vientos y su sol como mercancía para otros, debe entender que esta vez no se trata de vender. Se trata de decidir si será actor o espectador, dueño o inquilino, potencia o satélite. Las promesas de rentas rápidas son la anestesia de la historia.

Para 2035 Estados Unidos y China dominarán las patentes y Chile y Australia dominarán la capacidad industrial, la Unión Europea consolidará su papel como el mayor importador global con contratos que condicionarán a decenas de países, Rusia buscará mantener influencia energética reconvirtiendo parte de su gas a hidrógeno, e India emergerá como exportador relevante en Asia con alianzas estratégicas. Ese año el tablero estará casi cerrado y quienes no hayan asegurado control interno quedarán atados a contratos que otros escribieron. No será una competencia tecnológica, será un mapa de poder donde cada molécula será geopolítica pura.

Cuando la molécula sea la moneda del poder ya no habrá tiempo para discursos ni para lamentos. El que no tenga el control será cliente. El que lo tenga será dueño del mapa. Y en ese mapa, solo quedará un lugar para quienes se atrevieron a decir con voz de Estado y no de mercado. Esta vez no se vende, esta vez se queda.

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