“Los dueños de Chile somos nosotros, los dueños del capital y del suelo; lo demás es masa influenciable y vendible; ella no pesa ni como opinión ni como prestigio”. Eduardo Matte Pérez, 1892.
El siglo XIX parecía lejano, pero la frase retumba hoy como un martillo en el hierro. No es cita muerta ni reliquia olvidada: es el retrato de un país-hacienda donde las élites nunca soltaron el timón, donde la masa sigue siendo reducida a objeto manipulable, a combustible para urnas y plebiscitos que jamás se traducen en poder real para el pueblo.
En Argentina, el hartazgo frente a la inflación y la corrupción empujó a millones a votar por un “outsider” que, en nombre de la libertad, profundiza la sumisión al mercado y entrega el Estado a las mismas manos de siempre. En Chile, José Antonio Kast capitaliza el miedo y el resentimiento social, vendiendo “orden” mientras devuelve al país a la gramática de Matte: los dueños mandan, la masa obedece.
No se trata solo de política: la estructura económica reproduce la hacienda con precisión quirúrgica. El sistema de AFP es la versión moderna de la pulpería salitrera. Entonces el obrero recibía fichas que solo servían en la tienda del patrón; hoy el trabajador entrega un ahorro forzoso que no administra y que termina financiando sin costo los negocios de los mismos patrones de siempre. La diferencia es aún más brutal: si los negocios fracasan, no son ellos quienes pierden. Es el propio trabajador quien carga con las pérdidas de sus ahorros. Los patrones no arriesgan nada: juegan con dinero ajeno y cobran dos veces, en la ganancia y en la derrota.
Conviene recordar quién fue este hombre que habló en 1892 con tanta franqueza de clase. Eduardo Matte Pérez fue abogado, banquero, ministro y parlamentario. Perteneció a una de las familias más poderosas del Chile oligárquico, ligada al salitre, a la banca y a la política liberal de fines del siglo XIX. Sus descendientes siguen marcando la historia: de él provienen generaciones de Matte que hasta hoy controlan empresas estratégicas como la CMPC —dueña de los bosques y del papel—, bancos como el BICE, universidades privadas y fundaciones ideológicas. Eliodoro Matte Larraín, su bisnieto, es uno de los hombres más ricos del país, protagonista de escándalos como el del cartel del papel tissue, y símbolo vivo de que la hacienda nunca terminó: cambió de nombre, se diversificó en holdings y fundaciones, pero sigue concentrando la tierra, el agua, los medios y las pensiones en las mismas manos. La familia Matte es la demostración palpable de que aquella frase no fue desvarío de un banquero decimonónico, sino la carta de navegación de un proyecto que se extiende hasta hoy.
La continuidad es feroz. Ayer la hacienda, hoy el holding; ayer la pulpería, hoy la AFP; ayer el inquilino, hoy el trabajador endeudado. El mecanismo no cambia: el capital concentra, la masa sobrevive. Y la frase de Matte sigue sonando como eco metálico de una verdad incómoda: en Chile, la democracia nunca desarmó la hacienda.
Pero en medio de esa repetición surge una fisura. Desde el 2018, con estudiantes, con las protestas contra el sistema de pensiones, con las marchas por dignidad y derechos, Chile vive una revolución sistémica legítima. No es un relámpago, es un incendio lento: con retrocesos, con derrotas, con traiciones, pero también con la certeza de que la hacienda puede tambalear si la masa se reconoce pueblo. El hierro no es indestructible. Y en el choque de cada martillo, aunque sea de Matte, puede abrirse la grieta por donde entre la luz.