domingo 17 de agosto de 2025 - Edición Nº2447

Cultura | 17 ago 2025

Mantener Viva la Memoria.

Agustín Comotto: escribir y dibujar para mantener la memoria viva

10:22 |El historietista argentino, criado en el exilio y víctima de la tragedia que representa la última dictadura, presenta su novela gráfica "Stein (Piedra)", que incluye elementos autobiográficos y narra tres historias cruzadas de lucha, militancia y dolor.


Por: Dante Cinelli García

Agustín Comotto, Escritor y Dibujante.

La memoria es un río, cuyo caudal arrastra recuerdos en forma de piedras que se van encimando unas sobre otras, con una capacidad casi infinita de sedimentarse. Pero nunca hay que olvidar aquellas que quedan al fondo, cubiertas por otras nuevas que van integrándose a la pila. Piedras viejas que ya no se ven, pero ahí están. Esas son las que comenzaron todo: a esas piedras hay que cuidarlas y recordarlas siempre.

Nórdica Libros presenta Stein (Piedra), una novela gráfica del autor argentino Agustín Comotto, cuya familia se vio obligada a emigrar cuando él era todavía un nene, durante la última dictadura cívico militar que se vivió en el país. Tanto en Argentina como en España, Comotto creció en un ambiente donde la política y la lucha por una sociedad justa lo atravesaron inevitablemente. Las runiones que se llevaban a cabo en su hogar o en otros espacios siempre estaban repletas de compañeros de militancia de sus papás.

Pero entre todas esas cabezas revolucionarias destacaba una: Andrea Benítez Dumont. Comotto la describe como una persona sin miedo a opinar y si es necesario, discutir. Una mujer fuerte sin miedo a la confrontación. Tras años de distancia y ya adulto, Agustín decide reconectar con Andrea, cuya historia de vida junto con su propio deseo de darle un cierre a incógnitas de su pasado, dan pie a la creacion de este libro.

La historia de Stein (Piedra) alterna entre tres momentos históricos del siglo XX, tres historias distintas que se entretejen para contar una. Por una parte tenemos la historia del reencuentro de Agustín y Andrea en España. Por otra, la historia de una joven abogada argentina llamada Andrea, quien junto con su equipo trataran de ayudar a un particular cliente a cumplir un objetivo más que profundo, mientras su vida profesional y su vida de militancia se mezclan. Y finalmente la historia de Mijail “Stein”, un anciano que tras el dolor de haber estado en distintos conflictos bélicos brutales termina refugiandose en la Argentina, al finalizar la Segunda Guerra Mundial. Hasta que decide emprender un difícil camino para volver a su hogar. Estas tres historias comparten la lucha social y militancia politica y, como sus protagonistas, las atraviesan de diversas maneras.

Sin quedarse atrás, el libro cuenta con dibujos simples y suaves, en contraste con la historia dura y compleja que narra. Cuando el pasado de Stein es relatado se aprecia un cambio radical en la paleta de colores utilizada por Comotto, enfocándose enteramente en colores fríos y apagados. Un cambio que logra capturar la naturaleza trágica y abrumadora de la situación que se esta desarrollando.

Stein es una historia hecha con mucho corazon y un dolor que en ciertas paginas y momento puede volverse muy tangible. Un relato que habla de la perdida, la injusticia y, sobre todo, de ideales y de lo que cada uno está dispuesto a sacrificar por ellos, por la idea que nuestros protagonistas tienen de una sociedad y un mundo mejor del que habitan. ¿Vale la pena poner todo en juego? Esa es una de las preguntas que Agustín Comotto busca poder contestarse, poder entender.

Entrevista a Agustín Comotto

“Hacía bastante tiempo que quería contar algo sobre mi infancia. Mi hija Maria me preguntó un día al respecto: ‘¿Cuándo escribirás tu historia, la de cuando eras niño?’”, dice Comotto al recordar el origen de Stein. “Pero los caminos narrativos van por lugares misteriosos. Reencontrarme con Andrea fue un accidente causado por nuestro amigo en común Daniel Feierstein. El resto vino solo”, agrega. “Andrea me dio el marco para contar. Escribir el libro, contar mi historia a través de la suya que es una narración oblicua sobre lo que viví. Fue un trabajo arduo. No quería contar de manera frontal sobre lo que yo viví, sino de manera sensorial. No narro mi infancia en Argentina en los años calientes, pero se presiente. De lejos, a nivel narrativo es el libro más complicado que he hecho. Me identifica en gran manera al respecto el trabajo de Albertina Carri”.

Agustín Comotto: escribir y dibujar para mantener la memoria viva

-¿Por qué tomaste la decisión de contar la historia de vida y lucha de Andrea y no la de tus padres, que imagino que también la tendrán, teniendo en cuenta ese exilio familiar en España?

-La historia de mis padres no la quise ni la quiero contar, como tampoco la mía. Por un lado, me cuesta demasiado en cuanto al respeto que me representa (un triunfo del terrorismo de Estado). Y por el otro, me muevo mejor en espacios no literales. Podés ver al niño en cada uno de los cuadros que explican la historia en los ‘60. Allí está ese amor-odio que me profesa la historia vivida, el país incluso. Mis padres tuvieron, especialmente mi viejo, que fue el militante, una historia convulsa, de clandestinidad, allanamiento y masacre alrededor: nos salvamos por horas, dicho de manera literal. De la generación de mi viejo, de sus amigos de esa época no se salvó prácticamente nadie. El exilio fue otra cosa para ellos; y para mí, desde mi lugar de niño, representó un nuevo renacer sin la sensación de que algo, una especie de ente abstracto macabro en mi cerebro de ocho años, se iba a llevar todo por delante.

-Aunque el libro se encarga de marcar algunas diferencias y salvar las distancias, ¿cuáles creés que son los elementos comunes en los procesos que atravesaron Mijail y Andrea?

-Por un lado ambos soñaron con un cambio en términos de justicia e igualdad, lucharon y fueron derrotados. La derrota no significa perder los ideales. En el caso de Mijail, una fracción de sus propios compañeros se dieron vuelta, que es mucho peor. Andrea no llegó a tanto. Por otro, me impresiona la franja de edad en donde se desataron esas pasiones revolucionarias. En ambos casos entre los 17 y 20 años. Allí, los que realmente llevan el germen de la militancia absoluta, destinan sus vidas al ideal.

-Me gustaría preguntarte por qué decidiste usar una paleta de colores azulados y fríos al momento de contar el pasado de Mijail.

-La historia de Stein conlleva tres espacios narrativos diferentes: la historia de Mijail, la de Andrea en los 60 y la mía, y un presente en donde yo la voy a ver a ella. Separarlos urgía y la mejor manera de hacerlo fue a través de la paleta de colores. En la historia de Mijail, en algún caso también busco un dibujo un poco más expresionista. Pero no hay ningún simbolismo en ello. Esos colores funcionaban bien por el contraste.

Agustín Comotto: escribir y dibujar para mantener la memoria viva

-En el libro hacés referencia a tu infancia como “una infancia rota”. A pesar de eso, ¿conservás algún recuerdo bonito de esa niñez con tu familia en España?

-Al día de hoy no tengo un recuerdo que pueda decir es limpio, es prístino de lo que pienso hubiera sido una infancia como la que me gustaría haber tenido. Quizás, recuerdo con placer la compulsión por leer y dibujar, por contar historias que ya a los ocho años tenía en la cabeza. La ciencia ficción me robaba el sueño. Descubri la narrativa de Hugo Pratt gracias a un amigo de mi viejo mientras pasaba una hepatitis a los 9 años y me cambió la vida. Leí Los Escorpiones del desierto por primera vez a esa edad. Y te diría que hubo un gran placer descifrando lo que hizo allí, su amor por la aventura, lo creíble y la historia. Quizás, a nivel familiar, me quedan ciertos recuerdos sensoriales felices: las vacaciones juntos; la invulnerabilidad de mi padre nadando, distraído del ideal; el Algarve Portugués en verano del año 1979, con sus cuevas y acantilados llenos de fósiles que yo coleccionaba…

-¿Y cuáles son las situaciones que te tocó vivir que diferencian a tu infancia de la de otros chicos?

-No entraré en escatologías. Citaré solo una: perder la inocencia porque se te trató como un adulto cuando no lo eras. Mi padre me hablaba como a un compañero de militancia y yo sólo tenía 9 años. No fue su culpa: en su entorno todos trataban así a sus hijos.

-Justamente, la novela aborda temas personales y dolorosos. ¿Qué desafíos emocionales tuviste que atravesar en tu proceso creativo?

-El gran desafío fue abandonar la historia, dejar de contar. Me documento o soy estricto en ese campo para “sentir y entrar” en el tiempo que narro. La Revolución Rusa y las masacres en Rusia las tenía estudiadas y lo profesional me blindaba de ver las atrocidades que se cometieron. Pero bajar a los ‘60 y a los ‘70 implicó mirar mucho material, incluso filmado, de gente que en algún caso conocí -como Ortega Peña- y que, ahora de adulto, reelaboro. En el caso de Andrea, todo su entorno desapareció y la carga también cayó en mi trabajo. Eso fue duro; fue conmovedor que, en la presentación del libro en Barcelona, la hija de uno de los personajes de la historia se acercase y nos dijera que su madre y su padre estaban en el libro. Ambos son desaparecidos. Hay un especial cuidado en contar las historias trágicas, porque hay familiares y conocidos de los que no están.

Agustín Comotto: escribir y dibujar para mantener la memoria viva

Agustín Comotto

-¿El proceso de describir el libro y reconectar con Andrea te ayudó a encontrar las respuestas que necesitabas respecto a por qué tus padres tomaron las decisiones que tomaron, teniendo en cuenta cómo repercutieron en tu vida y las de tus hermanos?

-Al día de hoy aún me lo pregunto. Te diría que Stein me ayudó a cerrar puertas mentales que tenían doble dirección. Ahora van en un sentido. Pero la marca está allí, dentro tuyo -ese es el gran triunfo de la barbarie perpetuada- y no se va. Se aprende a vivir con ella. Yo he hecho un pacto con mi historia y eso me permite trabajar hoy en proyectos personales que no tienen nada que ver con el (mi) pasado. Eso es un triunfo.

-Habiéndote ido de tan chico del país, ¿cómo continuó la relación con tu familia que quedó acá

-Me restan en Argentina mi vieja y mi hermano. El resto de la familia está acá, en España. La relación es fluida. Viajamos y nos vemos, nos llevamos bien. Pero, también, la distancia tiene su parte dura. Me gustaría relacionarme con mi vieja yendo a comer los domingos a su casa y eso no puedo hacerlo.

¿Y cuál es hoy tu vínculo con tu país natal, Argentina, y con su historia?

-Eso es otra cosa. Yo soy argentino en tanto que me siento como tal, pero detesto la patria, la Selección nacional, las fronteras, la escarapela y el himno. Me repugna el Día de la Bandera y toda esa mierda patria que representa, o intenta representar, en un país en el que cada día, desde el Estado, degenera hacia algo difuso. Por lo tanto, mi país es esa manera única de contar, de crear, de imaginar y compartir que tuvo y tiene lugar en figuras como Radowitzky, Arlt, Saluzzi, Walsh (los dos), Spinetta, Podeti, Oesterheld, el estudio de arquitectura A77 de Lucas Gilardi y Gustavo Diéguez. Gente que respeto y considero pares. Esa es mi Argentina y mi memoria. Por lo demás, no me relaciono con la política argentina actual, excepto por sentir vergüenza de ese miserable que la gobierna y su corte.

El hermano Baltasar

Agustín Comotto tiene dos hermanos. Uno de ellos es Baltasar, el guitarrista de Los Fundamentalistas del Aire Acondicionado, la famosa banda del Indio Solari en su última etapa solista. Resulta curioso como en una familia marcada por el exilio, donde la militancia política jugaba un rol tan importante, dos de sus hijos eligieron diciplinas artísticas como lenguaje para expresarse.

“Lo único que sé es que, como dice mi hermano, el arte tiene algún tipo de poder curativo”, dice Agustín al ser consultado al respecto. “En mi caso particular, no considero que haga arte, porque esa es una definición del capital de algo en lo que no creo, que es el arte valorado en cuanto a lo que produce a nivel económico. Soy un narrador, sé contar cosas y pienso a través de la imagen y lo escrito. Me identifico con el cine por encima de todas las expresiones narrativas y, como vengo de un país pobre, hice cine barato, que es la historieta –que adoro-. En mi infancia dibujaba cada vez que podía, era el pibe que dibujaba en el colegio y fuera del colegio. Pero no solo dibujaba: contaba historias. En el caso de mi hermano habría que preguntárselo a él, pero te diría que empezó a tocar la guitarra en la adolescencia”.

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