

Por: Gerardo Szalkowicz.
Las elecciones de este domingo en Bolivia dejaron muchos interrogantes, algunas sorpresas y, sobre todo, marcaron la partida de defunción formal del “proceso de cambio” que inició en 2006 con la irrupción del primer presidente indígena. Van algunas primeras conclusiones al voleo sobre cómo se llegó a este giro a la derecha y a la autodestrucción del proyecto que más había logrado avanzar en el ecosistema del progresismo latinoamericano en el siglo XXI.
– Las encuestas, por vez número mil, la volvieron a pifiar feo. Al candidato de centro-derecha Rodrigo Paz Pereira lo daban en cuarto o quinto lugar y terminó primero con el 32,1%. Disputará el balotaje contra el expresidente conservador Jorge «Tuto» Quiroga (26,1%).
Los sondeos, además, ubicaban como favorito al empresario millonario Samuel Doria Medina, quien sufrió su cuarta frustración electoral y se quedó afuera con el 19,8%. ¿Hasta cuándo la gran mayoría de periodistas seguirá sobreestimando la fidelidad de la encuestología?
– La preocupante deriva boliviana no tiene como causa principal los aciertos de las derechas vernáculas ni sus afanes golpistas ni la injerencia estadounidense, como en ocasiones anteriores. Fue pura implosión del MAS.
Después de arrasar con el 55% en 2020, mostrando una capacidad de recuperación admirable un año después del golpe, empezaron los roces entre Evo Morales, líder histórico del proceso, y el presidente Luis Arce, quien fuera su ministro de Economía durante 11 años.
La disputa por el liderazgo y la candidatura de 2025, insólitamente sobre la mesa al menos cuatro años antes, derivó en pelea y luego en ruptura, y luego en fractura, y luego en “guerra fratricida”, como la describió alguna vez Álvaro García Linera.
– Arce se obsesionó en destruir a Evo y replicó los mismos métodos que suelen utilizar las fuerzas reaccionarias: persecución, criminalización y, finalmente, proscripción. El llamado al “voto nulo” del expresidente, aunque simbólico y testimonial, obtuvo un considerable 19,3%.
– La figura de Andrónico Rodríguez, joven líder cocalero a quien durante mucho tiempo se lo consideró el heredero natural de Evo, quedó relegado a un cuarto lugar con el 8%. Su deriva pragmática y “centrista”, y la negativa del expresidente en apoyarlo, hicieron que no lograra capitalizar el voto histórico del MAS.
El rotundo fracaso del gobierno de Arce, que dejará como herencia una larga crisis económica con escasez de divisas y combustible, inflación y desabastecimiento, quedó plasmado en el ínfimo 3,1% de su candidato Eduardo Del Castillo, que apenas sirvió para zafar ahí nomás de perder la personería.
– Buena parte del voto castigo y desencantado de las bases históricas del MAS finalmente fue para Rodrigo Paz Pereira, quien seguramente hoy la rompió en las búsquedas de Google.
Economista, ex concejal, ex diputado y alcalde de Tarija entre 2015 y 2020, la revelación de la jornada nació hace 57 años en Santiago de Compostela, España, durante el exilio de su padre, el expresidente Jaime Paz Zamora (1989-1993). Es sobrino nieto del también expresidente Víctor Paz Estenssoro.
Actualmente es senador por el partido Comunidad Ciudadana de Carlos Mesa, histórica figura de la centro-derecha boliviana. Combina postulados neoliberales con posturas más socialdemócratas y propone el concepto-oxímoron de “un capitalismo popular, un capitalismo para todos, no para unos cuantos”.
– En términos generales, el amplio hastío por la situación económica y la crisis política produjo un corrimiento del voto hacia fuerzas opositoras de derecha.
– Queda como principal lección para América Latina profundizar los debates sobre la traumática sucesión-renovación de liderazgos, como ya vimos en Ecuador con Correa y Lenín Moreno o en los últimos años con el peronismo en Argentina o en Brasil con la incapacidad de generar una figura que sobrevenga a Lula.
Y la tendencia al internismo por disputas de poder. Aun en claro retroceso, si la izquierda boliviana hubiese unificado una propuesta al menos habría entrado al balotaje.
– El proyecto que logró mayor apoyo popular, estabilidad económica y solidez política en las primeras dos décadas del siglo latinoamericano termina naufragando por sus propias debilidades. Queda, sin embargo, la esperanza de que el bloque popular indígena-campesino-sindical, ahora desarticulado, vuelva a darnos lecciones de heroica resistencia y reabra el camino para regresar al poder más temprano que tarde.