

Por: Claudia Aranda. Fuente: Agencia Pressenza
(Imagen de Gerardo Femina)
La constante transmisión en vivo de imágenes de violencia extrema, bombardeos y actos atroces de genocidio en Gaza ha dejado una marca profunda en la psique colectiva mundial. En pleno siglo XXI, cuando la información viaja instantáneamente a través de redes sociales y medios de comunicación, estos horrores no solo impactan directamente a quienes los sufren, sino que también resuenan con millones de personas en todo el planeta.
Estas personas, cargadas de empatía y compromiso, han transformado su indignación en activismo global constante. Cada semana, centenares de miles marchan por Gaza y llenan las redes sociales con las imágenes desgarradoras de niños desnutridos, mujeres, hombres y familias desaparecidas en el humo y los escombros. Este artículo analiza el profundo impacto psíquico y afectivo que provoca esta violencia en la conciencia global y propone herramientas para el autocuidado colectivo, vital para sostener el activismo sin diluir el dolor ni la responsabilidad.
El horror en Gaza y la resonancia global
Gaza enfrenta hoy un genocidio que podría compararse, en su brutalidad y magnitud, con algunos de los crímenes más horrendos de la historia humana. Para tomar dimensión, recordemos un paralelo indispensable: el Holocausto nazi. Durante décadas, la sociedad mundial ha llorado y reflexionado sobre esos crímenes gracias a las historias que emergieron, especialmente tras los juicios de Núremberg, que cristalizaron el horror en la conciencia colectiva. A lo largo de generaciones, incontables películas, libros y documentales han ayudado a mantener viva la memoria y la empatía por las víctimas. Ante estos relatos, uno no puede evitar conmoverse profundamente, como me ocurre personalmente con «La decisión de Sophie» y la soberbia actuación de Meryl Streep, que me es totalmente imposible volver a verla, especialmente después de ser madre.
Ahora, imaginen el impacto de vivir, en vivo y en directo, un genocidio que se transmite sin pausa desde hace más de un año, con un mundo que no se cansa de marchar: centenares de miles de personas cada semana, manifestaciones, vigilias y expresiones ardientes de solidaridad con el pueblo palestino y un creciente repudio a los crímenes de lesa humanidad perpetrados por Israel. Este activismo masivo es la manifestación visible de un planeta que no quiere olvidar ni normalizar el horror. Pero esta exposición prolongada tiene costos en el bienestar emocional y psíquico de millones.
El impacto psíquico y afectivo en la conciencia global
El flujo constante de imágenes dolorosas y testimonios de sufrimiento genera un fenómeno ya documentado por psicólogos y especialistas en trauma colectivo. Kaitlin Luna advierte que la constante saturación puede inducir un estado de angustia crónica y un desgaste emocional conocido como «fatiga por compasión», donde la intensa empatía puede volverse contraproducente. Un estudio del Journal of Trauma & Dissociation establece que la exposición continua a eventos traumáticos a través de medios puede desencadenar síntomas similares al estrés postraumático en personas que no están directamente involucradas.
Para quienes asumen el rol activo de testigos y movilizadores por justicia en Gaza, las consecuencias pueden ser ansiedad, depresión o impotencia creciente. Este fenómeno es un desafío complejo porque la fuerza del activismo nace precisamente de esa empatía intensa, pero si no se cuida, puede desbordar y paralizar y el pueblo palestino nos necesita hoy a todos movilizados.
Autocuidado como acto político y humano
Frente a este cuadro, el autocuidado emerge como una necesidad estratégica y ética. El profesor Richard Lazarus señala que para sostener un activismo prolongado y efectivo es fundamental que los activistas desarrollen métodos conscientes para preservar su salud mental. Establecer límites en el consumo de información digital y encontrar espacios de respiro mediante meditación, ejercicio o contacto con la naturaleza son pasos vitales. Sal a caminar al parque. Toma aire fresco.
Judith Herman, en Trauma and Recovery, subraya que la acción social, desde la sanación, es una forma poderosa de mantener la fuerza colectiva. Crear comunidades de apoyo con espacios seguros para compartir emociones, indignación y esperanza es una forma de resistir sin que el dolor nos consuma. Es necesario hablar abiertamente, contar cómo nos sentimos y sostenernos mutuamente mientras «no dejamos de hablar de Gaza».
Como afirma Bonnie B. Field, reconocer, expresar y procesar nuestro dolor de manera consciente es fundamental para no perpetuar el daño emocional y transformar el sufrimiento en fuerza.
Herramientas de gestión emocional para sostener la lucha
El activismo alrededor de Gaza requiere no solo compromiso, sino también equilibrio psíquico y emocional. Estas son algunas prácticas validadas para proteger el bienestar mientras se permanece involucrado:
– Mindfulness y meditación: como refugios internos, permiten enfrentar la ansiedad sin abandonar la causa. En el contexto de Gaza, ayudan a quienes cada día absorben imágenes difíciles a sostener una conexión compasiva consigo mismos y con las víctimas.
– Expresión artística: el arte actúa como canal para transformar el dolor en comunicación. Murales, música o poesía sobre Gaza no solo liberan emociones reprimidas, sino que fortalecen la solidaridad y conciencia colectiva.
– Comunidades de apoyo: la solidaridad activa, en grupos, es espacio para compartir experiencias, sentir pertenencia y aliviar el peso emocional de la lucha. Esta comunidad es un antídoto efectivo contra la fatiga compasiva.
– Límites saludables: aprender a decir “no” y proteger tiempo para la desconexión permite mantener energía para la batalla, sin caer en el agotamiento emocional.
– Autocompasión: tratarse con amabilidad y comprensión en medio del sufrimiento personal fortalece la resiliencia y permite seguir adelante sin autoexigencias destructivas.
El llamado a sostener la memoria y la acción
En síntesis, vemos que la historia humana ha mostrado que sólo a través del reconocimiento y la memoria —como con el Holocausto— es posible mantener viva la empatía para impedir la repetición del horror. Hoy, Gaza exige esa misma memoria activa, pero multiplicada por el desafío de vivir esta tragedia en tiempo real. La movilización global ininterrumpida es un acto valiente y necesario, pero también un desafío emocional y espiritual inmenso.
El efecto psíquico y afectivo del genocidio en Gaza nos convoca a aprender a cuidarnos para resistir, a guardar nuestra fortaleza para seguir siendo una voz que clama por justicia. Esta lucha, que duele pero también crea esperanza, requiere que cultivemos el equilibrio entre sentir el dolor ajeno y protegernos del daño. Cuidarnos es una forma de lucha.
Solo sosteniendo ese equilibrio podemos ser faros de esperanza en medio de la adversidad, manteniendo vivo el compromiso con Gaza, sin dejar que la fatiga global calle la verdad ni la memoria. Así, el mundo no solo mirará el horror, sino que abrazará la justicia, la compasión y la solidaridad, con la fuerza que demanda este presente desgarrador.