jueves 30 de octubre de 2025 - Edición Nº2521

Medio Ambiente | 4 sep 2025

Nueva Fronetra Colonial.

El hidrógeno verde y la nueva frontera colonial

El sur pone la tierra y el agua, el norte se queda con la ganancia. El hidrógeno verde fue presentado como la gran promesa del siglo XXI. Energía limpia, ilimitada y capaz de salvar al planeta del colapso climático.


Por: Mauricio Herrera Kahn. Fuente:Agencia Pressenza

(Imagen de Universidad Católica de Chile)

El sur pone la tierra y el agua, el norte se queda con la ganancia.

El hidrógeno verde fue presentado como la gran promesa del siglo XXI. Energía limpia, ilimitada y capaz de salvar al planeta del colapso climático. Pero detrás de la retórica se esconde un mapa demasiado conocido: el del viejo colonialismo disfrazado de modernidad. Europa y Estados Unidos diseñan la tecnología, dictan las normas y aseguran los contratos. África y América Latina ponen el territorio, el agua y los sacrificios sociales. El norte se queda con la ganancia, el sur con las cicatrices.

En los foros internacionales se habla de transición justa, pero en el terreno la historia es otra. Comunidades sin agua ven cómo sus ríos se desvían para alimentar electrolizadores. Países con déficit eléctrico levantan megaproyectos destinados a exportar energía a Europa. Gobiernos endeudados firman contratos que hipotecan el futuro de sus poblaciones para garantizarle al norte un suministro limpio y barato.

Las cifras son apabullantes. Se anuncian inversiones por cientos de miles de millones de dólares, pero casi todo el capital es extranjero y casi toda la producción está comprometida para salir del continente. Namibia, Mauritania, Chile, Brasil: nombres que se repiten en los planes de las grandes potencias como si fueran simples puntos de extracción.

La promesa verde se construye con un saqueo que huele a viejo. El hidrógeno verde no es aún emancipación: es la nueva frontera colonial.

Bloque 1. Los gigantes detrás del hidrógeno verde

El hidrógeno verde no está en manos de los pueblos, está en manos de gigantes corporativos. Europa y Estados Unidos controlan la avanzada tecnológica y financiera. Empresas como Siemens Energy (Alemania), Engie (Francia), TotalEnergies (Francia) y Shell (Países Bajos–Reino Unido) lideran consorcios que anuncian proyectos en África y América Latina con cifras que superan los presupuestos nacionales de muchos países anfitriones. Detrás de cada electrolizador no hay soberanía, hay contratos blindados de exportación.

Los números lo confirman. Shell comprometió más de USD 1.500 millones en proyectos piloto de hidrógeno en Sudáfrica y Chile. Engie lidera junto a socios locales una inversión de USD 8.000 millones en Marruecos para producir amoníaco verde destinado a Europa. Siemens Energy participa en los megaproyectos de Egipto y Namibia, con contratos que superan los USD 10.000 millones en la próxima década. TotalEnergies, por su parte, busca consolidar su papel en Mauritania, donde los planes suman más de USD 40.000 millones de inversión extranjera.

China entra en la ecuación desde otro ángulo. No acapara tierras ni contratos de exportación, pero domina la producción de electrolizadores a bajo costo. Sus equipos son hasta un 30 por ciento más baratos que los europeos, lo que le da una ventaja decisiva en el mercado emergente. Pekín no solo quiere vender tecnología, también asegurar contratos de suministro a largo plazo.

En total, los compromisos globales de inversión en hidrógeno verde ya superan los USD 500.000 millones al 2050. Pero la mayoría de esos recursos no fortalecerán las economías locales: seguirán la ruta de siempre, del sur al norte, con los pueblos como espectadores del saqueo disfrazado de energía limpia.

Bloque 2. África como laboratorio colonial

África se ha convertido en el gran laboratorio del hidrógeno verde. Allí se anuncian los proyectos más ambiciosos del planeta, pero ninguno está diseñado para alimentar a los africanos. Son megaproyectos levantados con capital extranjero, tecnología importada y contratos que comprometen décadas de exportación hacia Europa. El continente más empobrecido vuelve a ser la plataforma de experimentación de un colonialismo que cambia de forma pero no de esencia.

Namibia es el caso paradigmático. En 2021 anunció el proyecto Hyphen, con una inversión inicial de USD 10.000 millones, encabezada por consorcios europeos. El plan es producir amoníaco verde a gran escala, no para consumo local, sino para enviarlo a Alemania y otros mercados europeos. En un país donde más del 40 por ciento de la población carece de acceso confiable a electricidad, la paradoja es evidente: la energía se produce, pero se exporta.

Mauritania va aún más lejos. Con el megaproyecto liderado por CWP Global y asociados internacionales, la inversión proyectada supera los USD 40.000 millones. Se planean electrolizadores gigantes alimentados por parques solares y eólicos, con la producción enteramente destinada a exportación. Mientras tanto, casi la mitad de la población vive en pobreza y la infraestructura básica de agua y energía sigue siendo insuficiente.

La contradicción es brutal. África, rica en sol y viento, se convierte en proveedor de energía limpia para el norte mientras sus comunidades siguen atrapadas en la pobreza energética. El hidrógeno verde se presenta como futuro, pero para el continente es el espejo del pasado: recursos que salen, dependencia que queda.

Bloque 3. América Latina: tierra fértil, pueblos desplazados

América Latina no se queda atrás en el nuevo mapa del hidrógeno verde. Al contrario, está en la primera línea de la estrategia europea y estadounidense. Los proyectos avanzan con rapidez en Chile y Brasil, y los gobiernos celebran la llegada de capital extranjero sin detenerse en las consecuencias sociales y ambientales. Una vez más, la región aparece como proveedor de materias primas energéticas, mientras los beneficios se concentran afuera.

Chile es el emblema de este modelo. En Magallanes se proyecta el mayor polo de producción de hidrógeno verde de América Latina, con más de USD 15.000 millones en inversiones comprometidas. El objetivo declarado: exportar combustible verde hacia Alemania, Japón y Corea del Sur. La contradicción es brutal: en una región donde miles de familias aún dependen de leña para calefacción, se planifica energía de exportación a gran escala.

Brasil avanza con megaproyectos en Ceará y Río Grande do Norte, impulsados por compañías europeas como EDP y Engie. Solo en 2023 se anunciaron más de USD 20.000 millones en proyectos de hidrógeno verde, casi todos orientados a exportación a Europa. El mismo país que tiene 33 millones de personas en inseguridad alimentaria severa celebra contratos que garantizan energía barata a otros continentes.

La ecuación se repite: territorios fértiles, poblaciones desplazadas. Agua y tierra destinadas a megaproyectos, mientras comunidades rurales ven amenazados sus recursos. El hidrógeno verde se presenta como oportunidad, pero su estructura recuerda demasiado a la vieja historia del saqueo latinoamericano. La energía limpia para Europa y Estados Unidos puede significar sequía y dependencia para el sur.

Bloque 4. El agua como eje del nuevo colonialismo

Detrás de cada kilogramo de hidrógeno verde hay un costo oculto: el agua. Para producirlo se necesitan nueve litros de agua dulce por cada kilo de hidrógeno, sin contar las pérdidas adicionales del proceso. En un planeta que ya enfrenta crisis hídricas, ese consumo convierte al hidrógeno en una paradoja: energía limpia que se construye sobre agua escasa.

Por eso los megaproyectos de África y América Latina recurren a la desalinización masiva. En Namibia, Mauritania y Chile, gran parte del hidrógeno proyectado depende de plantas desalinizadoras que bombean millones de litros del mar, los procesan y devuelven salmuera concentrada a los ecosistemas costeros. El resultado es un daño ambiental a largo plazo: alteración de la biodiversidad marina, aumento de salinidad y afectación de comunidades pesqueras locales.

Las cifras son alarmantes. Solo el proyecto Hyphen en Namibia podría consumir más de 30 millones de metros cúbicos de agua al año, una cantidad que equivale al consumo doméstico de toda la población de Windhoek, la capital del país. En Magallanes, Chile, los planes de producción de amoníaco verde requieren miles de litros por segundo en una zona ya afectada por sequías y sobreexplotación de acuíferos.

El discurso oficial habla de innovación tecnológica y sostenibilidad. La realidad es que el hidrógeno verde necesita agua a un ritmo que las comunidades no pueden sostener. Allí donde falta para beber o regar, sobra para alimentar electrolizadores destinados a exportar energía al norte.

El nuevo colonialismo no se mide solo en tierras expropiadas o contratos injustos, también en agua desviada. El hidrógeno verde bebe en el sur para saciar la sed energética del norte.

Bloque 5. Quién gana y quién pierde

El negocio del hidrógeno verde no reparte beneficios de manera equitativa. El norte obtiene energía limpia, acceso asegurado a combustibles renovables y la posibilidad de acumular créditos de carbono que le permiten cumplir sus compromisos climáticos en casa mientras mantiene sus niveles de consumo. Para Europa y Estados Unidos, el hidrógeno verde es la coartada perfecta: externalizar los costos ambientales y presentarse como líderes de la transición energética.

El sur, en cambio, carga con la factura. Las comunidades locales asumen el costo social de megaproyectos que requieren tierras, agua y electricidad en países donde millones aún carecen de esos recursos básicos. Los ecosistemas enfrentan el impacto de la desalinización y del uso intensivo de energía eólica y solar destinada a exportación. Y los Estados se endeudan o firman contratos a décadas que dejan fuera cualquier posibilidad de priorizar el consumo interno.

Las cifras hablan solas. En Namibia, más del 80 por ciento de la participación accionaria del proyecto Hyphen corresponde a capital extranjero, principalmente europeo. En Chile, los proyectos en Magallanes destinan más del 90 por ciento de la producción prevista a exportación, con apenas un porcentaje mínimo comprometido para uso local. En Mauritania, el megaproyecto de CWP Global estima ingresos de decenas de miles de millones, pero menos del 5 por ciento se invertirá en desarrollo social interno.

El resultado es un patrón colonial: el norte asegura energía limpia y ganancias, mientras el sur aporta tierra, agua y trabajo a cambio de migajas. La transición energética no se escribe con justicia, se escribe con contratos de exportación que perpetúan la desigualdad.

Bloque 6. El espejismo de la transición justa

Los discursos oficiales hablan de una “transición justa”, pero en la práctica es un espejismo. El hidrógeno verde se presenta como la llave para un futuro limpio y equitativo, sin embargo reproduce los mismos esquemas de explotación que marcaron la era del petróleo, del cobre y del litio. El lenguaje es nuevo, el saqueo es antiguo.

Europa y Estados Unidos insisten en que los proyectos de hidrógeno en África y América Latina traerán empleo, transferencia tecnológica y desarrollo local. Pero los números contradicen esa narrativa. La mayoría de los empleos generados son temporales, ligados a la construcción de infraestructura, mientras que la operación a largo plazo queda en manos de técnicos extranjeros. Los equipos principales —electrolizadores, turbinas eólicas, software de gestión— se fabrican en el norte y llegan al sur como productos importados.

Las cifras muestran la dependencia. Más del 70 por ciento de los electrolizadores instalados en 2023 provino de fabricantes europeos o chinos. El costo de importarlos representa entre el 30 y el 40 por ciento del CAPEX total de un proyecto. Las patentes clave para la producción y el almacenamiento están concentradas en menos de diez corporaciones globales. Eso significa que, aun produciendo hidrógeno en casa, los países del sur seguirán pagando royalties y licencias a multinacionales extranjeras.

La “transición justa” queda reducida a propaganda política y diplomática. Se promete industrialización, pero se entrega dependencia. Se promete energía limpia, pero se profundiza el despojo. El espejismo es claro: el hidrógeno verde no es aún emancipación, es continuidad colonial con rostro pintado de verde

Cifras clave del hidrógeno verde y el nuevo colonialismo

Inversión global anunciada al 2050
Mas de USD 500.000 millones (Hydrogen Council, 2023)

Número de proyectos globales anunciados
Mas de 1.000, pero menos del 5 % en operación real (IEA, 2023)

Namibia (Hyphen Project)
USD 10.000 millones; 80 % capital extranjero, exportación asegurada a Europa (Gob. Namibia, 2023)

Mauritania (CWP Global)
Mas de USD 40.000 millones; producción destinada 100 % a exportación (CWP, 2023)

Chile (Magallanes)
USD 15.000 millones en proyectos; 90 % de la producción comprometida para Alemania y Asia (Gob. Chile, 2023)

Brasil (Ceará y Río Grande do Norte
Mas de USD 20.000 millones en proyectos anunciados en 2023; mayoría capital europeo (Gob. Brasil, 2023)

Participación extranjera promedio en proyectos del sur global
Entre 70 y 90 % del accionariado (BNEF, 2023)

Consumo de agua
9 litros de agua dulce por cada kilo de hidrógeno verde (IEA, 2023)

Producción local destinada a consumo interno
En promedio menos del 10 % (IRENA, 2023)

Precio actual de producción de H₂ verde

Entre USD 4 y 6 por kilo; meta 2050: USD 1 por kilo (BloombergNEF, 2023)

 

El hidrógeno verde

El hidrógeno verde se vende como el combustible del futuro, pero hoy es la máscara de un colonialismo energético que no desapareció. Europa, Estados Unidos y las grandes corporaciones prometen desarrollo, pero lo que se instala en África y América Latina son contratos de exportación que garantizan energía limpia para el norte y dependencia para el sur. El lenguaje de la transición justa encubre una práctica injusta: los pueblos ponen agua, tierra y trabajo; los inversionistas se llevan la ganancia.

Sin embargo, no todo está perdido. El hidrógeno verde puede ser herramienta de emancipación si los países del sur apuestan por soberanía tecnológica, industrialización local y priorización de la demanda interna. Si el agua y la energía se orientan primero a las comunidades y no a los barcos de exportación, el hidrógeno puede dejar de ser botín y convertirse en herramienta de desarrollo.

El futuro no está escrito. El hidrógeno verde puede repetir la historia de saqueo del petróleo y de los minerales, o puede ser la oportunidad de romper el ciclo. La clave está en quién controla el agua, la tierra y la tecnología. El hidrógeno verde puede ser emancipación o dependencia: todo depende de quién escriba las reglas.

 

Bibliografía de cifras duras

International Energy Agency (IEA). Global Hydrogen Review 2023. París, 2023.

Hydrogen Council & McKinsey. Hydrogen Insights 2023. Bruselas, 2023.

Bibliografía general

Bridge, Gavin et al. Energy and Resource Colonialism in the 21st Century. Routledge, 2021.

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