

Por: Magdalena Biota
Cada 21 de septiembre se celebra el Día Mundial del Alzheimer para concientizar y promover el apoyo a las personas que lo padecen y a sus familias. Esta enfermedad afecta la memoria, el lenguaje y la orientación, y constituye la principal causa de demencia asociada al envejecimiento. Conocer es fundamental para prevenir, para ello un equipo científico argentino se propone descifrar el verdadero “tiempo” del cerebro, e incluso indagar en el riesgo genético de la población nacional, de acuerdo a los orígenes ancestrales.
Envejecer es un proceso natural que implica transformaciones complejas a nivel biológico, psicológico y social. Uno de los aspectos más significativos es la plasticidad: la capacidad del cerebro de modificar su estructura y funcionamiento a lo largo del tiempo. No es un simple deterioro, sino la interacción dinámica y continua con el entorno, las experiencias y los aprendizajes acumulados a lo largo de la vida. Por ello, la salud cerebral en la vejez depende tanto de factores genéticos como ambientales: elementos del estilo de vida, la alimentación y el nivel educativo.
En Argentina, un estudio interdisciplinario busca comprender mejor cómo se manifiesta el envejecimiento en personas mayores. El proyecto, centrado en Florencio Varela y alrededores y llevado adelante por la Unidad Ejecutora de Estudios en Neurociencias y Sistemas Complejos (ENyS) –dependiente del Conicet, el Hospital El Cruce y la Universidad Nacional Arturo Jauretche–, se propone distinguir los cambios normales del envejecimiento respecto de los signos tempranos de enfermedades neurodegenerativas.
El diagnóstico del Alzheimer suele llegar cuando ya existen signos de deterioro cognitivo, con daño neuronal. Por esa razón, la investigación científica apunta a identificar biomarcadores que permitan una detección más temprana.
Algunos de estos biomarcadores pueden obtenerse a partir de imágenes cerebrales, que revelan atrofias en regiones específicas. Otros se encuentran en el plasma sanguíneo, como ciertas proteínas o sustancias inflamatorias. Y también a partir de factores de riesgo genético, que varía según las características particulares de cada población. Saber de dónde venimos es fundamental: en la Argentina, por ejemplo, la población concentra un 25% de ancestría nativo americana.
Carolina Dalmasso.
“La probabilidad de desarrollar Alzheimer depende de una combinación de factores –explica Paula N. González, directora de la ENyS–. Los modelos diagnósticos globales no siempre reflejan la diversidad de nuestra población: es fundamental adecuar estos modelos a las particularidades locales”.
González es antropóloga y doctora en ciencias naturales, y lidera el estudio junto con María Carolina Dalmasso, bioquímica y doctora en biología molecular y biotecnología. “A cada participante se le realiza una extracción de sangre para analizar el ADN y los biomarcadores en plasma, una resonancia magnética de alta resolución, una encuesta socioambiental y una encuesta de dominancia que mide cuán diestra, zurda o ambidiestra es la persona”, continúa González.
A las personas de 60 años o más, también se les realiza una encuesta neurocognitiva, que permite explorar y medir funciones como memoria, atención, lenguaje y habilidades visoespaciales. Con esta información, elaboran estudios genéticos (GWAS), calculan el índice de riesgo genético y analizan proteínas asociadas con el Alzheimer, como la amiloide beta y la tau.
A partir de los datos obtenidos, avanzaron en distintos niveles de análisis del envejecimiento cerebral en la población local. Comprobaron que su progreso implica cambios en la asimetría cerebral y una modificación en las propiedades de las redes de conectividad dentro de cada hemisferio y también entre ambos. Este aporte constituye un pilar fundamental en la construcción de una base de datos de imágenes y permite afirmar que la asimetría cerebral es la norma y no una excepción. Y que no solo es clave el tamaño, sino también la conectividad estructural para entender cómo está organizado el cerebro.
El envejecimiento saludable puede estar asociado tanto a una mayor asimetría o simetría, dependiendo de la región analizada. Establecer estos patrones permite delinear una línea de base para interpretar con mayor precisión los signos tempranos de deterioro cognitivo.
A la luz de estos hallazgos, conceptos como el del tiempo se redefinen. El calendario no siempre refleja el ritmo interno de los órganos vitales. A veces, el cerebro envejece a un paso distinto del que marcan los años. Su “edad biológica” surge de procesos celulares, genéticos y ambientales que pueden acelerar o retrasar su deterioro.
Entender esta distancia entre tiempo cronológico y tiempo biológico es esencial para explicar por qué algunas personas conservan funciones cognitivas plenas a edades avanzadas mientras otras desarrollan Alzheimer u otras demencias. La investigación busca identificar esos factores, descifrar el verdadero “tiempo” del cerebro y abrir nuevas vías de prevención y tratamiento.
Entre las terapias no farmacológicas, la estimulación cognitiva es la que recibe el mayor apoyo empírico. “Actividades como leer, aprender algo nuevo, participar en talleres de memoria o mantener vínculos sociales son estrategias que favorecen la plasticidad cerebral y retrasan el deterioro”, explica Patricia Solís, neuropsicóloga y licenciada en fonoaudiología. Integra el grupo de Envejecimiento Saludable y Demencia que funciona en Florencio Varela. El equipo organiza charlas y talleres de estimulación para adultos mayores. Trabajan tanto con personas sanas como con pacientes con deterioro cognitivo leve o demencias.
Nancy Medel, licenciada en psicología especializada en neuropsicología, remarca que “las intervenciones en personas con deterioro cognitivo leve y demencia producen cambios positivos”. El funcionamiento cognitivo de la persona mejora, se vuelve más atenta, y también el aspecto social se fortalece: aumenta la confianza y la autonomía. Todo esto se asocia a un mejor manejo de los síntomas, lo cual impacta en la calidad de vida del paciente y su familia.
Construir el riesgo genético (IRG) en las poblaciones locales es clave en el Alzheimer. Según un artículo del equipo científico nacional, publicado en la revista Alzheimer’s & Dementia, el promedio de muestras genéticas de la población de Chile y Argentina concentra un 25% de ancestría nativo americana. “El IRG tiende a arrojar valores más altos en personas con mayor ascendencia europea (que son el 67%), lo cual sugiere que existen variantes genéticas propias de nuestra región —especialmente asociadas a la ancestría nativo-americana— que aún no han sido incluidas en los modelos actuales”, señala Dalmasso.
Los datos revelan que casi todos los participantes presentan algún porcentaje de ancestría africana. Para María Bárbara Postillone, licenciada en ciencias biológicas con orientación en genética y molecular, doctora en ciencias naturales e integrante del equipo, “son seguramente variantes que trajeron los europeos y llegaron a nuestra población de manera indirecta”. En cambio, el 24,5 por ciento de ancestría nativo americana no forma parte de los modelos diagnósticos globales.
Incorporar estas variantes permitiría desarrollar modelos adecuados para trabajar con índices de certeza en la detección temprana de la enfermedad, antes de que aparezcan signos de deterioro cognitivo.
La ENyS recluta voluntarios mayores de 60 años con o sin deterioro cognitivo, así como adultos mayores de 18 años que no presenten enfermedades neurológicas, trastornos psiquiátricos, antecedentes de ACV, cáncer ni condiciones que impidan realizar una resonancia. Quien quiera participar del estudio puede comunicarse consultar en la página web del proyecto.