

Por: Mauricio Herrera Kahn. Fuente:Agencia Pressenza
(Imagen de Krisztina Dragoman)
El agua ha sido siempre el pulso secreto de la humanidad. Del Nilo que alimentó a Egipto al Amazonas que respira por toda Sudamérica y del río Amarillo que dio origen a la civilización china al Mekong que sostiene a millones en el sudeste asiático, cada corriente es una arteria que late con vida y con historia. Hoy ese pulso se acelera bajo la amenaza del cambio climático, de las represas, de la deforestación y de un negocio global que convierte el recurso vital en mercancía.
El planeta está cubierto por océanos, pero menos del tres por ciento es agua dulce y solo una fracción mínima es accesible. La sequía golpea con más fuerza, los glaciares se derriten y las lluvias se vuelven irregulares bajo el fenómeno del Niño y millones de personas descubren que la abundancia de agua es un espejismo.
Naciones Unidas advierte que ya más de dos mil millones de seres humanos carecen de acceso seguro al agua potable y que en 2050 esa cifra podría multiplicarse.
La guerra por el agua no es una metáfora. Se libra en los tribunales, en los parlamentos, en las cuencas compartidas, en los campos arrasados por la sequía y también en los pasillos de las corporaciones que controlan concesiones. El agua se convierte en frontera, en excusa para el conflicto, en activo financiero y en causa de migraciones masivas.
La humanidad enfrenta la pregunta central de este siglo. ¿Será el agua la chispa de la próxima guerra mundial o la oportunidad de un pacto que asegure la vida para las generaciones que vendrán?
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África, El Nilo y el lago Chad
En África el agua es la línea que separa la vida de la muerte. El Nilo, con más de seis mil ochocientos kilómetros, atraviesa once países y sostiene a más de 250 millones de personas. Egipto depende casi por completo de él, el 97 por ciento de su agua dulce proviene del río. Por eso la construcción de la Gran Presa del Renacimiento en Etiopía se transformó en un conflicto de Estado. Para Adís Abeba es el motor que iluminará fábricas y ciudades, para El Cairo es una amenaza existencial. Cada metro cúbico que retiene Etiopía es visto por Egipto como un ataque directo a su soberanía. Sudán queda atrapado en el medio, dividido entre los beneficios de energía barata y el temor a inundaciones o sequías repentinas.
El agua que debería unir a la cuenca se convierte en detonante de rivalidades históricas. La diplomacia avanza y retrocede sin llegar a un acuerdo vinculante.
Naciones Unidas advierte que si no hay pacto, la región podría escalar hacia un conflicto abierto. El Nilo es más que un río, es el sustento de civilizaciones enteras, y hoy se ha convertido en un campo de tensión geopolítica.
Más al oeste, el lago Chad agoniza. En los últimos cincuenta años perdió el 90 por ciento de su superficie por la sequía, el sobreuso y el cambio climático. De sus aguas dependen 30 millones de personas en Nigeria, Níger, Chad y Camerún. El retroceso del lago empuja a comunidades a la miseria, alimenta la migración y refuerza la violencia de grupos armados que encuentran en la escasez un terreno fértil para reclutar desesperados. En África el agua es vida, pero también es pólvora.
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Asia, Mekong Indo y el Himalaya
En Asia los ríos son arterias que sostienen a cientos de millones de personas, pero también son cicatrices de rivalidades. El Mekong, que nace en el Tíbet y recorre seis países hasta desembocar en Vietnam, alimenta a más de 60 millones de habitantes. China controla su cabecera y ha construido más de diez represas que alteran el caudal aguas abajo. Laos, Camboya, Tailandia y Vietnam denuncian que las sequías se intensifican y que el ritmo del río ya no responde a la naturaleza sino a las turbinas chinas. El Mekong, que alguna vez fue sinónimo de
fertilidad, es hoy símbolo de dependencia hídrica.
Más al oeste, el Indo es el corazón de Pakistán. Nace en el Himalaya y cruza Cachemira, territorio disputado con India desde hace más de setenta años. El Tratado de Aguas de 1960, mediado por el Banco Mundial, permitió un delicado equilibrio al repartir el uso de afluentes entre ambos países. Pero las tensiones militares y los proyectos hidroeléctricos indios en Cachemira han puesto el acuerdo bajo presión. Pakistán denuncia que Nueva Delhi manipula el flujo para debilitar su agricultura, de la que depende el 90 por ciento de su producción alimentaria. El agua se mezcla con la pólvora en una de las fronteras más peligrosas del planeta.
El tercer frente asiático está en el Himalaya, el techo del mundo. Sus glaciares alimentan a ríos que sostienen a más de 1.600 millones de personas en India, China, Nepal y Bangladés. El calentamiento global derrite el hielo a un ritmo acelerado. Estudios del IPCC advierten que para 2050 un tercio de esos glaciares podría desaparecer. El resultado sería una catástrofe hídrica que afectaría a más de una quinta parte de la humanidad.
En Asia, el agua es recurso vital y arma estratégica al mismo tiempo.
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América Latina, Amazonas y acuífero Guaraní
En América Latina el agua define la vida de un continente que parece abundante pero que sufre una presión creciente. El Amazonas, el río más caudaloso del mundo, transporta una quinta parte del agua dulce superficial del planeta. Su cuenca, que abarca nueve países, es la mayor reserva hídrica y de biodiversidad de la Tierra. Sin embargo, la deforestación y la minería ilegal amenazan con romper su equilibrio. El 20 por ciento de la selva amazónica ya ha sido destruida y los científicos advierten que si la pérdida llega al 25 por ciento se activará un punto de no retorno en el ciclo hídrico. Lo que hoy es selva podría convertirse en sabana y millones de personas perderían el regulador climático más grande del planeta.
El segundo frente latinoamericano está bajo tierra. El acuífero Guaraní, compartido por Brasil, Argentina, Paraguay y Uruguay, almacena más de 37 mil kilómetros cúbicos de agua dulce, suficiente para abastecer al mundo entero durante más de un siglo. Pero su valor lo convierte en objetivo de proyectos de privatización y de intereses corporativos. El riesgo es que se repita la historia de otras materias primas: la región provee el recurso y otros lo controlan y lo monetizan.
Los países del Cono Sur han firmado acuerdos de gestión conjunta, pero la vigilancia es débil y la presión de empresas multinacionales es constante. El acuífero es un tesoro invisible, más estratégico que el petróleo, y está en el corazón de una región marcada por desigualdades y tensiones políticas.
En el Amazonas y en el Guaraní se decide si América Latina defenderá su agua como derecho colectivo o si cederá el control a intereses que solo ven cifras y ganancias.
Claudia Aranda
Privatización y negocios del agua
El agua que debería ser un derecho humano se ha convertido en el negocio silencioso del siglo. Corporaciones multinacionales compran concesiones, extraen acuíferos y venden en botellas lo que antes era un bien común. El mercado global del agua embotellada ya supera los 300.000 millones de dólares y se proyecta que para 2030 pasará los 500.000 millones. Lo que para millones de personas es una necesidad básica, para unas pocas empresas es la fuente de ganancias descomunales.
Nestlé es uno de los símbolos de esta privatización. La empresa ha sido acusada en distintos países de extraer agua de manantiales y acuíferos pagando tarifas irrisorias y revendiendo cada litro a precios que multiplican por mil el valor inicial. En Michigan, Estados Unidos, comunidades enteras han denunciado que mientras sufren cortes de agua potable, la compañía sigue bombeando para su negocio de embotellado.
En Europa y América Latina, gigantes como Veolia y Suez controlan concesiones de agua potable en decenas de ciudades. Sus contratos prometían eficiencia, pero en muchos casos terminaron en alzas de tarifas, reducción de calidad y conflictos sociales. La experiencia de Cochabamba, en Bolivia, donde una privatización provocó una rebelión en el año 2000, sigue siendo un recordatorio de que cuando el agua pasa de derecho a mercancía, las sociedades reaccionan con fuerza.
La lógica es clara. Mientras más escasea el agua, más aumenta su valor financiero. Fondos de inversión ya la incluyen en carteras como si fuera petróleo o litio. La paradoja es brutal. En un planeta que se seca, la sed de miles de millones se convierte en el negocio de unos pocos.
Proyecciones 2030–2050
El agua será la medida del futuro. Naciones Unidas advierte que para 2030 más de 700 millones de personas podrían verse obligadas a desplazarse por la falta de agua. El Banco Mundial proyecta que en 2050 más de 5.000 millones de seres humanos vivirán en zonas con estrés hídrico severo. No se trata de predicciones lejanas, sino de un horizonte inmediato que afectará economías, ciudades y fronteras.
En Medio Oriente, donde cada gota es disputa, la escasez podría intensificar conflictos ya existentes. Siria, Irak y Jordania dependen del caudal cada vez más débil del Éufrates y el Tigris, controlados por represas turcas. En el Sahel africano, el avance del desierto empuja a millones hacia el sur, alimentando migraciones que cruzan fronteras y refuerzan tensiones políticas. En América Latina, las megaciudades como Ciudad de México, São Paulo y Lima enfrentan el colapso de sus sistemas de agua potable, con cortes que ya afectan a millones de habitantes.
El agua también entra en la lógica de los mercados financieros. En 2020 se comenzaron a cotizar futuros de agua en la bolsa de Wall Street, un paso simbólico que convierte al recurso vital en un activo más, sujeto a especulación.
Lo que debería ser garantía de vida se transforma en un instrumento financiero al alcance de inversionistas, mientras comunidades enteras carecen de acceso básico.
Si no hay un cambio radical en la gestión global, el agua será la chispa de conflictos interestatales, de guerras locales y de migraciones masivas. Lo que ocurra entre 2030 y 2050 decidirá si el agua sigue siendo un derecho humano o se consolida como la mercancía más cara del planeta.
Andrés Urrutia
El tesoro líquido de la humanidad
El agua dulce es el recurso más estratégico del planeta. No solo sostiene la vida, también define la economía y la seguridad de las naciones. Poseer reservas de agua significa tener poder en un siglo donde el deshielo, la sequía y la privatización avanzan.
Total, agua global | 1.400 millones km³ | Agua dulce 2,5% | 35 millones km³
Agua dulce accesible | 0,8% del total | 10,5 millones km³ | 50+ trillones USD
Acuífero Guaraní | 37.000 km³ | Abastecería al planeta 100 años | 15–20 trillones USD
Grandes Lagos (Norteamérica) | 22.700 km³ | 84% del agua dulce de NA | ~10 trillones USD
Lago Baikal (Rusia) | 23.000 km³ | 20% del agua dulce superficial mundial | ~12 trillones USD
Amazonas | 20% del agua dulce que fluye en el mundo | Incalculable |
Regulador climático global
Estos números muestran el verdadero mapa del poder. En un mundo donde el petróleo pierde protagonismo y los minerales se disputan, el agua dulce aparece como el recurso insustituible. No hay energía, agricultura ni vida sin ella. El dilema es evidente: quien controle estas reservas tendrá ventaja en el siglo XXI pero si se transforma en mercancía global será también la semilla de conflictos. La humanidad debe decidir si el agua será derecho o botín.
El agua no entiende de fronteras
El agua no entiende de fronteras pero la humanidad la ha convertido en la línea que divide pueblos, economías y ejércitos. Lo real es brutal. El Nilo enfrenta a Egipto con Etiopía, el Mekong se seca bajo las represas chinas, el Indo se tensa en la frontera nuclear de India y Pakistán, el Amazonas pierde selva a un ritmo implacable y el lago Chad se evapora como un fantasma. Más de dos mil millones de personas ya carecen de acceso seguro al agua potable y las proyecciones anuncian que en 2050 la mitad de la humanidad vivirá bajo estrés hídrico.
Mientras tanto las corporaciones y fondos de inversión transforman la sed de miles de millones en activos financieros que se cotizan en las bolsas.
Pero lo hermoso que debería ser aún está al alcance, el agua puede unir donde ahora divide. Puede ser reconocida como derecho humano universal, como patrimonio común, como pacto de supervivencia. Los pueblos originarios del Amazonas, del Nilo y del Himalaya nos recuerdan que el agua no se posee, se comparte. Naciones y sociedades tienen en sus manos la posibilidad de escribir otra historia.
Nosotros no veremos ese desenlace pero nuestros hijos y los hijos de sus hijos beberán de las aguas que les dejemos. La elección es simple y trascendental: o el agua se convierte en la chispa de guerras inevitables o en el pacto que asegure la vida.
Que el siglo XXI no sea recordado por la guerra invisible del agua sino por la alianza que la humanidad forjó en su defensa.
Bibliografía y referencias
ONU Agua (2023). Informe Mundial sobre el Desarrollo de los Recursos Hídricos.
UNESCO (2022). The United Nations World Water Development Report.
FAO (2021). AQUASTAT – Global Water Information System.
World Bank (2022). Water Security for All.
IPCC (2023). Climate Change Synthesis Report.
WWF (2021). Living Planet Report: Freshwater Ecosystems.
International Crisis Group (2020). Water and Conflict in the Nile Basin.
Asian Development Bank (2021). Water Security in Asia and the Pacific.
Banco Mundial (2019). Water in the Shadow of Conflict in the Middle East and North Africa.
SIPRI (2022). Water Security and International Peace.
Global Water Intelligence (2023). Water Market Global Forecasts 2030.