

Por: Mauricio Herrera Kahn. Fuente:Agencia Pressenza
“La inteligencia artificial no es solo algoritmos ni datos. Es poder, es control y es soberanía. El siglo XXI se juega en los servidores, en los cables submarinos y en las leyes digitales que definirán quién manda en el nuevo orden global.”
La inteligencia artificial es la nueva pólvora del siglo XXI. No huele a azufre ni deja rastros de humo en los campos de batalla, pero su explosión ya cambió la manera en que pensamos, producimos y gobernamos. Lo que antes parecía ciencia ficción se transformó en el arma silenciosa que disputan Estados, corporaciones y ejércitos.
El salto fue brutal. En 2022 irrumpió ChatGPT y en pocos meses arrasó con la conversación global. Google respondió con Gemini, Anthropic lanzó Claude, Meta liberó Llama y el tablero digital estalló. Los algoritmos dejaron de ser herramientas escondidas en laboratorios para convertirse en actores públicos, opinando, escribiendo, creando imágenes, diseñando códigos y hasta orientando decisiones financieras o militares. El impacto económico se midió en miles de millones. Solo en 2023, las inversiones en IA superaron los 50 mil millones de dólares en Estados Unidos, mientras China destinaba otros 25 mil millones para no quedarse atrás.
La humanidad está frente a un dilema que no admite evasivas. ¿Controlamos nosotros a la inteligencia artificial o la inteligencia artificial nos controla a nosotros? ¿Son los algoritmos un espejo de nuestra civilización o la nueva jaula donde quedaremos atrapados? En esa tensión se juega la soberanía del futuro, porque ya no basta con tener ejércitos ni reservas de petróleo. Hoy la frontera entre la libertad y la dependencia se mide en servidores, chips y códigos.
El nacimiento de la IA
La inteligencia artificial no apareció de la nada. Su semilla se plantó en los años cuarenta, cuando Norbert Wiener fundó la cibernética y advirtió que las máquinas podrían aprender a corregirse solas. En plena posguerra, sus palabras sonaban a herejía y a ciencia imposible, pero el germen ya estaba instalado en las universidades y en los laboratorios militares de Estados Unidos.
En 1956 un grupo de jóvenes investigadores encabezados por John McCarthy organizó en Dartmouth un seminario que se transformó en mito. Allí nació el término inteligencia artificial y se delineó la idea de que una máquina podía imitar procesos del pensamiento humano. La Guerra Fría fue el combustible. El Pentágono financió proyectos de visión computacional y procesamiento de lenguaje porque intuía que la próxima arma no sería la bomba de hidrógeno sino el cálculo algorítmico.
Décadas después, en 1997, el mundo asistió a un golpe simbólico: Deep Blue, la supercomputadora de IBM, derrotó al campeón mundial de ajedrez Garri Kaspárov. No era un truco ni un simulacro, era el anuncio de que la capacidad de cálculo podía vencer a la creatividad humana en su propio terreno. Ese día comenzó la era del miedo tecnológico.
Pero el verdadero despegue llegó en el siglo XXI con la explosión de datos y la potencia de los procesadores. Los algoritmos dejaron de ser teorías para convertirse en motores de búsqueda, sistemas de recomendación, mapas digitales, diagnósticos médicos y armas guiadas. El mercado global de IA, que en 2015 apenas movía USD 10 mil millones, superó los USD 250 mil millones en 2023 y sigue creciendo a tasas superiores al 35% anual.
La irrupción de ChatGPT en 2022 fue el equivalente digital a la invención de la imprenta. En pocas semanas millones de usuarios lo probaron, lo integraron a su trabajo y lo transformaron en un actor económico real. Empresas, gobiernos y ejércitos comprendieron que no se trataba de un juego académico sino de un cambio estructural. La IA ya no era un experimento, era un monstruo que había aprendido a hablar, a escribir y a simular raciocinio con una fluidez inquietante.
Los primeros usos marcaron la diferencia entre utopía y amenaza.
Desde Wiener hasta ChatGPT, la trayectoria de la (IA) demuestra que lo que empezó como una promesa académica se convirtió en un campo de batalla por el poder. No fue un accidente, fue un diseño histórico. Los algoritmos no nacieron neutrales, nacieron bajo la sombra del Pentágono, la competencia tecnológica y la lógica del mercado. El monstruo siempre estuvo destinado a crecer y hoy amenaza con desbordar a sus propios creadores.
Silicon Valley y el monopolio algorítmico
El corazón de la Inteligencia Artificial late en Silicon Valley. Allí, un puñado de corporaciones concentra el poder algorítmico mundial con una fuerza comparable al petróleo en los setenta o al oro en la Edad Moderna. Google, Microsoft, Meta, OpenAI y Amazon no solo son gigantes tecnológicos, son imperios capaces de influir en gobiernos y de redibujar la economía global con una decisión estratégica.
El dominio no se explica solo por el software. El músculo real está en el hardware y los data centers. En 2023 las grandes tecnológicas gastaron más de USD 200 mil millones en infraestructura digital, duplicando la inversión registrada en 2019. Se calcula que el consumo eléctrico de los centros de datos de IA ya representa el 2% de la demanda global de energía y podría alcanzar el 6% en 2030. Cada servidor es un ladrillo del nuevo poder mundial, y casi todos dependen de tecnología estadounidense.
El monopolio tiene un nombre propio: chips.
El resto del mundo observa y depende. Europa regula, China compite, India desarrolla software, pero la columna vertebral de la IA sigue bajo control estadounidense. Los modelos más avanzados están alojados en servidores de California, Oregón o Virginia, y cualquier país que desee competir debe alquilar potencia de cómputo a esas corporaciones. La dependencia es absoluta. No se trata solo de programas, se trata de soberanía digital.
China y la ruta de los algoritmos rojos
China entendió temprano que la inteligencia artificial sería el motor del siglo XXI. En 2015 lanzó la estrategia Made in China 2025 con el objetivo de dominar diez sectores estratégicos, entre ellos la robótica, los semiconductores y la (IA). Dos años después, en 2017, el Consejo de Estado presentó el Plan de Desarrollo de la Inteligencia Artificial de Nueva Generación, conocido como el AI Plan 2030, que fijó un horizonte brutal: convertir a China en líder mundial de la IA antes de que termine la década.
Los gigantes digitales se alinearon con esa meta.
Estas empresas no son compañías privadas en el sentido occidental, son brazos del Estado chino que responden a la estrategia central del Partido Comunista.
Las cifras son contundentes. China invirtió en 2023 más de USD 14 mil millones en proyectos específicos de IA, y el gasto anual en este sector supera ya los USD 30 mil millones, con un crecimiento proyectado de 25% anual hasta 2030. Posee más de 230 supercomputadores de alto rendimiento, varios de ellos entre los más potentes del mundo, dedicados al entrenamiento de modelos de lenguaje y simulaciones científicas. En el terreno de los chips, pese a las sanciones estadounidenses, China logró avances notables ya que en 2023 Huawei presentó un procesador de 7 nanómetros fabricado localmente, un golpe simbólico que demostró la capacidad de resistir el bloqueo tecnológico.
La apuesta no es improvisada. El gobierno chino proyecta que la economía de la IA aporte más de 1,3 billones de dólares a su PIB para 2030, equivalente al 10% de su producción total. Es un plan integral que une inversión pública, corporaciones privadas controladas, universidades y un sistema de vigilancia nacional. Mientras Occidente debate sobre regulaciones éticas, Pekín avanza con pragmatismo y disciplina.
Tabla comparativa: Estados Unidos vs China en Inteligencia Artificial (2023-2024)
País | Inversión anual en IA (USD) | Supercomputadores (TOP500) | Chips estratégicos | Proyección PIB IA 2030 (USD) | Corporaciones líderes | Control político
Europa y la defensa de la soberanía digital
Europa decidió que no podía competir con la fuerza bruta de Silicon Valley ni con la disciplina centralizada de Pekín, así que eligió otro camino: la regulación. En 2023 la Unión Europea aprobó el AI Act, la primera ley integral sobre inteligencia artificial en el mundo, que entrará en vigor entre 2024 y 2025. Este marco legal establece categorías de riesgo para cada aplicación, desde las prohibidas, como el reconocimiento facial masivo, hasta las de bajo riesgo, como los chatbots comerciales. Con esta jugada, Bruselas buscó marcar la diferencia y presentarse como la voz ética del futuro digital.
El problema es que las normas no generan chips ni modelos de lenguaje.
La estrategia europea se apoya en su peso económico.
El AI Act busca limitar el poder de la Big Tech en suelo europeo. Impone transparencia en los algoritmos, obliga a etiquetar contenido generado por IA y establece multas millonarias para empresas que incumplan. Bruselas también mira hacia China con recelo: quiere impedir que sus sistemas de vigilancia entren en el mercado europeo, especialmente las cámaras y softwares de Huawei o Hikvision.
El Sur Global en la batalla invisible
Mientras Estados Unidos y China disputan la supremacía algorítmica y Europa legisla, el Sur Global observa la partida desde la periferia. América Latina, África y buena parte de Asia viven la revolución de la inteligencia artificial con entusiasmo, pero también con una dependencia estructural que amenaza con profundizar la brecha digital.
Brasil concentra casi el 50 por ciento de la inversión regional en IA y lanzó en 2021 su Estrategia Brasileña de Inteligencia Artificial. Sin embargo, la mayor parte de sus sistemas corren sobre servidores de Amazon o Microsoft.
México desarrolla plataformas de IA para la administración pública y la industria, pero depende de chips importados y software extranjero.
Chile, con su impulso en ciencia de datos y minería, habla de IA para optimizar la producción de cobre y litio, aunque las aplicaciones reales siguen siendo limitadas. En conjunto, América Latina invierte menos de USD 2.000 millones al año en IA, cifra que equivale a lo que gasta Google en apenas un trimestre.
La fuerza de India no está en los chips, sino en el capital humano: cada año produce más de 1,5 millones de ingenieros en informática.
La desigualdad digital atraviesa el mapa. Mientras un trabajador en California usa ChatGPT para aumentar su productividad, un estudiante en Lima o Lagos depende de la versión gratuita, limitada y en inglés. Mientras un hospital en Berlín entrena algoritmos propios para detectar cáncer, un hospital en Guatemala apenas puede pagar licencias de software estadounidense.
El resultado es un Sur Global atrapado en una dependencia tecnológica que recuerda la vieja dependencia colonial: exportar materias primas, importar conocimiento.
El rostro oscuro de la IA
La inteligencia artificial no solo promete progreso. También abre una caja de Pandora que amenaza con devorar la democracia, el empleo y hasta la noción misma de libertad. El rostro oscuro de la IA ya está aquí, operando en silencio en las redes sociales, en los ejércitos y en los mercados laborales.
La otra cara de la IA es el empleo. La automatización ya borró millones de puestos en manufactura, pero la IA amenaza ahora a los trabajadores de cuello blanco. Traductores, periodistas, abogados junior, programadores y diseñadores enfrentan la posibilidad de ser reemplazados por sistemas que trabajan las 24 horas sin cobrar salario ni exigir derechos. La Organización Internacional del Trabajo advirtió en 2023 que la IA podría afectar hasta 300 millones de empleos en todo el mundo en la próxima década. No es un escenario hipotético, ya está ocurriendo: consultoras globales como PwC y Ernst & Young utilizan IA para tareas contables y legales, reduciendo la necesidad de personal humano.
La ciberseguridad es otro campo en expansión. Las empresas y gobiernos gastaron más de USD 180.000 millones en 2024 para protegerse de ataques informáticos potenciados por IA. Hackeos masivos, robos de identidad y sabotajes digitales son cada vez más sofisticados, y los defensores deben invertir sumas astronómicas para contener una ofensiva invisible.
El rostro oscuro de la IA demuestra que el futuro no será un escenario neutral. Puede ser una herramienta de liberación o un instrumento de dominación, pero nunca será inocente. Quien controle los algoritmos controlará la información, la seguridad y el trabajo. Y en ese dominio está en juego el destino de la humanidad.
¿Quién controla el futuro?
La inteligencia artificial no tiene bandera fija. Estados, corporaciones y organismos internacionales disputan su control, pero ninguno lo ejerce de manera absoluta. Lo que está en juego no es solo la propiedad de los algoritmos, sino la soberanía digital que definirá el mapa del poder en el siglo XXI.
Las corporaciones son los actores más influyentes.
Las tensiones entre soberanía nacional y soberanía digital son cada vez más visibles. Un país puede tener fronteras firmes y ejércitos bien armados, pero si sus datos circulan en servidores extranjeros y sus empresas dependen de software importado, su soberanía es ilusoria. algorítmicos.
Hoy la inteligencia artificial avanza sin árbitros, sin reglas universales, sin control democrático real. La soberanía digital está en disputa, y aún no hay un pacto que garantice que el futuro pertenezca a las personas y no a las máquinas.
Tabla comparativa: Actores en disputa por el control de la IA (2024)
Actor | Fuerza principal | Debilidad estructural | Ejemplos | Impacto en soberanía digital
Columna vertebral de la nueva economía
La inteligencia artificial no es un invento inocente ni un juguete académico. Es la columna vertebral de la nueva economía y el motor de una geopolítica que ya no se mide en fronteras ni en barriles de petróleo, sino en servidores, chips y algoritmos. El mundo entró en una era donde el poder no se disputa en trincheras sino en centros de datos, donde el arma más letal no es un misil sino una línea de código.
El dilema es brutal. Si los algoritmos quedan en manos de corporaciones privadas, la democracia se reduce a un espejismo gobernado por accionistas. Si quedan bajo control de regímenes autoritarios, la humanidad se convierte en un rebaño vigilado. Si no existe un pacto global, el futuro quedará fragmentado entre imperios digitales que dictarán las reglas del juego.
La historia advierte que toda revolución tecnológica abre puertas al progreso y a la destrucción. La imprenta liberó conocimiento, pero también multiplicó guerras religiosas. La energía nuclear prometió electricidad infinita pero produjo Hiroshima y Nagasaki. La inteligencia artificial ofrece curar enfermedades, optimizar industrias y ampliar el conocimiento humano, pero también puede esclavizar a generaciones enteras bajo la tiranía de los datos.
La soberanía del siglo XXI no se mide en cañones ni en banderas. Se mide en la capacidad de cada pueblo para controlar el código que guiará su destino…
Bibliografía y referencias