

Por: Mauricio Herrera Kahn. Fuente:Agencia Pressenza
(Imagen de María Eugenia Zúñiga)
“Memoria de la abundancia perdida y dignidad que resiste.”
No vinieron sabios ni filósofos, vinieron navegantes hambrientos de tierra, soldados sin moral, esclavistas con bula papal. No cruzaron el Atlántico para fundar un país, vinieron a desarmar otro.
Desembarcaron en Porto Seguro en 1500 sin permiso ni respeto, no traían ciencia ni progreso, traían hierro, viruela y ambición. No sabían el idioma de la selva pero aprendieron rápido las palabras “madera”, “oro”, “azúcar” y lo poco que no entendieron, lo exterminaron.
No fue un descubrimiento, fue una colonización brutal. La cruz llegó antes que el diálogo, el hacha, antes que el respeto. El imperio portugués no sembró cultura, sembró cementerios.
Antes de su llegada, Brasil era un país vivo. Un mosaico inmenso de selvas, ríos y culturas, más de mil pueblos originarios, más de 1.300 lenguas habladas, al menos seis millones de personas organizadas en clanes, aldeas y territorios que respetaban la naturaleza porque eran parte de ella.
Hoy, más de 300 etnias han desaparecido sin nombre ni tumba. Lo que queda está en riesgo. De los pueblos que sobreviven, muchos ya no tienen territorio. Otros apenas conservan su idioma y todos, sin excepción, siguen amenazados por el agronegocio, la minería y el olvido.
Brasil no fue creado, fue saqueado. Portugal no lo fundó, lo usó. Y cuando los portugueses se fueron, vinieron los ingleses, los estadounidenses, los belgas, los franceses. El extractivismo no cambió de método, solo de idioma. El crimen no terminó en 1822 con la independencia, siguió disfrazado de república y aún sigue.
La llegada de Europa no solo significó explotación, fue un choque cultural de proporciones devastadoras. Una civilización organizada en torno a la reciprocidad y el respeto a la naturaleza fue arrasada por otra basada en la propiedad privada, el lucro y la expansión territorial.
Antes de 1500, el Brasil indígena
Brasil era tierra de pueblos organizados. Los Tupi-Guaraní dominaban el litoral, sembraban mandioca y maíz, pescaban en canoas, practicaban una agricultura que no agotaba el suelo. Los Yanomami vivían en malocas colectivas en la Amazonía, con sistemas de chamanismo y medicina ancestral. Los Tikuna, Munduruku, Kayapó, Ashaninka y Tukano defendían ríos y bosques con arcos, flechas y palabras sagradas.
Más al sur, los Guaraní Mbya, Kaingang y Charrúa compartían un territorio inmenso que iba de Paraná a Uruguay. En el noreste habitaban los Tupinambá y Pataxó, que resistieron durante un siglo a las invasiones. En el centro, los Xavante y Bororo desarrollaban sistemas comunitarios donde la tierra no era propiedad, era vida compartida.
La diversidad era abrumadora ya que eran más de 6.000.000 de personas, mil etnias y mil trescientas lenguas. Era un continente de culturas y no un desierto vacío como lo pintaron los cronistas portugueses, vivían en equilibrio con la selva y el agua, no necesitaban oro ni azúcar para sentirse ricos.
Cada pueblo tenía un conocimiento profundo de plantas medicinales y de los ciclos de siembra y técnicas de pesca, la organización social se basaba en el equilibrio y no en la acumulación, la selva era la biblioteca, la farmacia y el templo. Nada sobraba y nada faltaba.
La fuerza de estas sociedades estaba en su diversidad. Donde los europeos veían fragmentación, había una red viva de culturas. Ese Brasil originario era rico no solo en recursos, sino en espiritualidad, lenguas y cosmovisiones.
1500-1600. El pau-brasil y el primer saqueo
Cuando Pedro Álvares Cabral llegó en 1500, la primera materia prima codiciada fue el pau-brasil, la madera rojiza usada en tintes europeos. Se calcula que entre 1500 y 1600 se talaron más de 2 millones de árboles, exportados hacia Lisboa.
El comercio generaba en torno a 100.000 ducados anuales (decenas de millones de dólares actuales). Para los pueblos Tupi, esa tala no solo destruyó árboles, destruyó su cosmovisión, porque cada árbol era espíritu, sombra, alimento y medicina.
Los invasores no llegaron solos, llegaron con la cruz de los jesuitas y con las armas de los soldados, impusieron el bautismo y la esclavitud. En pocas décadas, miles de indígenas fueron esclavizados, otros murieron por viruela, sarampión y gripe. La selva perdió su madera y los pueblos su vida.
La tala del pau-brasil fue el primer acto de un patrón que se repetiría por siglos y la deforestación para enriquecer a Europa y empobrecimiento para los pueblos locales. No hubo intercambio, hubo despojo.
La madera no solo teñía telas en Europa, también tiñó de sangre las aldeas costeras. El primer comercio fue un acto de violencia encubierta bajo contratos y permisos reales.
1600-1700. El azúcar y la sangre
En el siglo XVII, el nordeste brasileño se cubrió de cañaverales. El azúcar fue el gran negocio colonial. Pernambuco y Bahía concentraron ingenios que producían hasta 80% del azúcar mundial.
Ese auge equivalía a más de USD 2.000 millones anuales actuales pero cada tonelada de azúcar llevaba el peso de cuerpos africanos encadenados. A mediados del siglo XVII, ya habían llegado decenas de miles de esclavos desde Angola, Mozambique y Guinea.
El monocultivo agotaba la tierra y destruía los bosques, las aldeas indígenas eran invadidas y sus pobladores usados como mano de obra forzada. El azúcar endulzó Europa, pero amargó Brasil con hambre y violencia.
La lógica del azúcar era simple y era riqueza para pocos, sufrimiento para muchos. Los ingenios funcionaban como máquinas de explotación, donde el tiempo de vida de un esclavizado se reducía a pocos años.
El precio humano del azúcar nunca se contabilizó en las cuentas coloniales, las plantaciones no solo transformaron el paisaje, transformaron la sociedad brasileña en una pirámide de desigualdades que sigue en pie hasta hoy.
1700-1800. Oro, diamantes y la riqueza que no quedó
El descubrimiento de vetas auríferas en Minas Gerais, Goiás y Mato Grosso convirtió a Brasil en el mayor productor de oro del siglo XVIII. Se estima que más de 800 toneladas de oro fueron enviadas a Lisboa.
En valores actuales, eso equivale a USD 52.000 millones. Los diamantes de Diamantina sumaron más de 1 millón de quilates. Europa se vistió de lujo mientras Brasil se llenaba de minas y socavones.
Portugal se enriqueció, Inglaterra financió y controló el comercio, pero en Brasil la pobreza siguió intacta. Las ciudades mineras crecieron con esplendor barroco, pero debajo de las iglesias doradas había manos esclavas que nunca recibieron salario.
En paralelo, florecieron las resistencias. El quilombo de Palmares, fundado por esclavos fugados, resistió durante casi un siglo, fue el símbolo de que la libertad siempre encontró caminos, incluso en medio del hierro y el látigo.
Las minas fueron una escuela de sufrimiento, los esclavos africanos bajaban a socavones inseguros, sin luz ni aire. El oro salía en lingotes, pero la vida quedaba atrapada en túneles húmedos y mortales.
El lujo de Europa era la pobreza de Brasil. El oro adornaba coronas y cálices, pero no iluminaba chozas ni llenaba ollas en las aldeas locales.
1800-1822. De colonia a imperio independiente
La llegada de la corte portuguesa en 1808 convirtió a Río de Janeiro en capital del imperio. Brasil dejó de ser colonia en 1822, pero la independencia fue continuidad, no ruptura.
Los indígenas seguían sin tierra, los afrodescendientes seguían esclavizados, el modelo extractivo seguía intacto: café, azúcar, algodón, maderas. El país cambió de bandera, pero no de modelo.
El imperio fue proclamado, pero no hubo justicia, hubo continuidad de desigualdades y la riqueza de Brasil siguió saliendo por los puertos.
La independencia fue un pacto entre élites, no fue un acto de liberación popular. Los que gobernaron después de 1822 fueron los mismos que se habían beneficiado del sistema colonial. El pueblo fue espectador, no protagonista.
Foto de Mónica Mena
Materias primas históricas de Brasil (1500-1822)
La historia de Brasil es también la historia de sus materias primas. Cada siglo tuvo su ciclo extractivo dominante, cada producto dejó riqueza afuera y pobreza adentro.
Pau-Brasil (siglo XVI) 2 millones de árboles talados – Decenas de millones USD actuales – Deforestación y esclavitud indígena
Azúcar (siglos XVI-XVII) 80% de la producción mundial – 2.000 millones USD/años actuales – Esclavitud africana masiva
Oro (siglo XVIII) 800 toneladas extraídas – 52.000 millones USD actuales – Desplazamiento de pueblos y muertes en minas
Diamantes (siglo XVIII) Más de 1 millón de quilates – Miles de millones USD actuales – Lujo europeo, miseria local
Café y algodón (siglo XIX temprano) En expansión (1800-1822) Cientos de millones USD actuales – Tierras concentradas, exclusión indígena y afrodescendiente
Este recorrido muestra que la riqueza natural de Brasil nunca se tradujo en bienestar para su pueblo. Cada materia prima enriqueció a reyes, banqueros y comerciantes en Europa, mientras en Brasil quedaban deforestación, esclavitud y desigualdad. El desafío del presente es transformar esa memoria en justicia social.
El contraste es claro y es cifras colosales de exportación contra comunidades sin derechos básicos. Esta brecha entre riqueza y pobreza fue la marca de origen de Brasil como nación dependiente. Brasil no fue descubierto, fue invadido. No fue fundado, fue explotado. Sus pueblos originarios fueron diezmados, sus bosques talados, sus montañas perforadas, sus ríos contaminados.
Pero la memoria no murió, sobrevive en los Yanomami, los Kayapó, los Guaraní, los Xavante, sobrevive en los quilombos que hoy son comunidades afrodescendientes, sobrevive en cada lucha por tierra, en cada marcha indígena y en cada familia campesina que reclama dignidad.
El Brasil que heredamos no es un país vacío, es un país lleno de ausencias, de esas ausencias debemos hacer memoria, de la memoria, justicia y de la justicia futuro.
La esperanza está en los que aún resisten, en los jóvenes indígenas que recuperan su lengua, en las comunidades afrodescendientes que siembran dignidad, en los campesinos que cultivan sin destruir. La historia no terminó en 1822, sigue escribiéndose hoy, en clave de justicia social.
De la independencia a la deuda social del siglo XXI
Brasil proclamó su independencia en 1822, pero la libertad no fue para todos, los pueblos indígenas siguieron sin tierra, los afrodescendientes siguieron esclavizados hasta 1888. El modelo extractivo colonial no cambió, cambió de bandera, pero no de esencia.
El siglo XIX fue el tiempo del café y el caucho. El siglo XX fue el tiempo del hierro, el petróleo y la Amazonía devastada. El siglo XXI es el tiempo de la soja, la carne y la minería a cielo abierto. Cada ciclo dejó cifras gigantescas de exportación y beneficios para pocos y cada ciclo dejó pobreza, desplazamiento y exclusión para muchos.
La independencia fue, en realidad, un cambio administrativo. La lógica de extracción y exportación continuó intacta y los pueblos que habían soportado el peso de la colonia siguieron siendo los mismos que cargaban con la república y que son los indígenas, los afrodescendientes y los campesinos pobres.
1822-1888. La independencia sin inclusión
La independencia no significó justicia social, Brasil mantuvo el sistema esclavista hasta 1888, cuando la Ley Áurea abolió formalmente la esclavitud. Para entonces, más de 3,5 millones de africanos habían sido traídos al país, el mayor número en toda América.
La materia prima estrella del siglo XIX fue el café. En 1850, Brasil ya era el principal productor mundial. A comienzos del siglo XX, Brasil abastecía el 75% del café del planeta. Las exportaciones equivalían a miles de millones de USD actuales. Pero la riqueza del café se concentró en los barones de São Paulo, los esclavos liberados quedaron sin tierra, los indígenas sin derechos y las élites mantuvieron el poder político y económico.
El café construyó ferrocarriles, bancos y mansiones en las ciudades pero no construyó escuelas ni hospitales para la población trabajadora. La riqueza generada fue suficiente para proyectar a Brasil al mundo pero insuficiente para cambiar la vida de la mayoría.
La abolición llegó tarde y sin reparación, millones de afrodescendientes pasaron de ser esclavos a ser pobres libres. No hubo tierras, no hubo compensación, no hubo justicia. Esa deuda social sigue vigente hasta hoy y está inscrita en la desigualdad racial y territorial de Brasil.
1880-1912. El auge y la caída del caucho
La Amazonía vivió el auge del caucho natural, extraído de los árboles Hevea brasiliensis. Manaos y Belém se convirtieron en ciudades opulentas, el Teatro Amazonas, construido en 1896, fue símbolo de ese esplendor.
En su punto más alto, las exportaciones de caucho alcanzaban el equivalente a USD 1.000 millones anuales, pero la bonanza duró poco. A inicios del siglo XX, los ingleses llevaron semillas a Malasia y rompieron el monopolio brasileño, la Amazonía quedó empobrecida, los pueblos indígenas fueron usados como mano de obra forzada y muchos murieron en condiciones de esclavitud encubierta.
El boom del caucho dejó un paisaje humano devastado, miles de indígenas fueron obligados a recolectar látex bajo violencia física y psicológica. Las promesas de riqueza se convirtieron en ruinas y lo que quedó fue un legado de desigualdad, endeudamiento y selvas heridas. Manaos brilló como una París tropical pero fuera del teatro iluminado había miseria y silencio.
Siglo XX: Hierro, petróleo y la Amazonía bajo presión
En 1953 se creó Petrobras, símbolo de soberanía energética. Hoy Brasil produce 3,1 millones de barriles diarios, con ingresos de más de USD 60.000 millones anuales. El petróleo del pre-sal, descubierto en 2007, convirtió a Brasil en uno de los diez mayores productores del mundo.
El hierro se transformó en otro pilar. Con la empresa Vale do Rio Doce (hoy Vale), Brasil pasó a ser el 2º exportador mundial, con 410 millones de toneladas en 2023, por un valor de USD 48.000 millones.
La bauxita de Pará y Minas Gerais convirtió a Brasil en el 4º productor mundial, con 32 millones de toneladas anuales. El manganeso y el niobio consolidaron al país como potencia mineral. Brasil concentra el 98% de las reservas mundiales de niobio, un metal estratégico para la industria aeroespacial y tecnológica.
Pero estos éxitos tuvieron un costo social y ambiental ya que las represas que desplazaron miles de familias, accidentes mineros como Mariana (2015) y Brumadinho (2019), mataron a cientos y contaminaron ríos enteros.
Cada cifra de hierro o petróleo esconde historias de territorios sacrificados. En Minas Gerais, pueblos enteros quedaron atrapados en el barro tóxico de las represas. En el litoral las comunidades pesqueras vieron alterados sus ecosistemas por los derrames de petróleo. La riqueza mineral de Brasil brilla en las bolsas de valores pero ensombrece la vida de quienes habitan los territorios de extracción.
La Amazonía fue tratada como un espacio vacío a ocupar. Carreteras como la Transamazónica y represas como Tucuruí y proyectos mineros alteraron no solo el paisaje, sino la vida de pueblos enteros. El costo real del progreso nunca fue contabilizado en dólares, sino en vidas humanas y destrucción de la naturaleza.
María Eugenia Zúñiga
El agronegocio: soja, carne y desigualdad
El siglo XXI consolidó a Brasil como potencia agroexportadora.
Soja: 154 millones de toneladas en 2023 → USD 54.000 millones.
Carne vacuna: 3 millones de toneladas en 2023 → USD 17.000 millones.
Azúcar y etanol: más de USD 15.000 millones combinados.
Brasil alimenta al mundo pero 33 millones de brasileños pasan hambre según datos de 2022. El agronegocio avanza sobre la Amazonía, los cerrados y las tierras indígenas. Se concentra en manos de grandes grupos económicos, mientras campesinos, quilombo las y pueblos originarios luchan por tierra y soberanía alimentaria.
Brasil es el primer exportador de soja y carne pero millones de brasileños dependen de la ayuda alimentaria. Cada tonelada que sale hacia China o Europa significa hectáreas de bosque talado y litros de agua consumidos. La riqueza se mide en divisas pero no en platos llenos en las mesas populares.
La expansión agrícola no es solo una cuestión económica, es una cuestión de justicia ambiental. La Amazonía pierde millones de hectáreas de bosque cada año. Los cerrados, ecosistema vital para el ciclo del agua, están en riesgo de desertificación. Los pueblos indígenas ven invadidos sus territorios por haciendas de soja y ganadería. La comida se produce para exportar, no para alimentar a los propios brasileños.
Resistencias sociales y justicia en construcción
En el siglo XX y XXI, los movimientos sociales han sido la voz de justicia.
El MST (Movimiento de los Trabajadores Rurales Sin Tierra) ha ocupado millones de hectáreas improductivas, instalando más de 1.500 asentamientos campesinos. Los pueblos indígenas, desde los Yanomami hasta los Guaraní, han resistido invasiones, deforestación y violencia de hacendados.
En la Amazonía, líderes como Chico Mendes dieron la vida por defender el bosque. En las ciudades, comunidades quilombolas reclaman derechos territoriales. Estas luchas no son violencia: son justicia social. Son memoria en acción.
El MST no solo ocupa tierras, construye escuelas, cooperativas agrícolas y comunidades solidarias. Sus asentamientos son laboratorios de soberanía alimentaria, ejemplos de que es posible producir sin destruir.
Los pueblos indígenas han logrado conquistas legales, como la demarcación de tierras en la Constitución de 1988. Pero esas conquistas siguen bajo amenaza. El “marco temporal” impuesto por sectores conservadores busca restringir los derechos territoriales. Aun así, las comunidades resisten con marchas, campamentos y alianzas.
Materias primas de Brasil en el siglo XXI (2023)
Las cifras muestran que Brasil es una potencia exportadora pero también muestran la contradicción y es riqueza enorme hacia afuera y desigualdad persistente hacia adentro.
Hierro – 410 millones de toneladas – USD 48.000 millones – 2º exportador mundial
Soja – 154 millones de toneladas – USD 54.000 millones – 1º exportador mundial
Petróleo – 3,1 millones de barriles/día – USD 60.000 millones – 9º productor mundial
Carne vacuna – 3 millones de toneladas – USD 17.000 millones – 1º exportador mundial
Oro – 80 toneladas – USD 5.000 millones – gran parte de origen ilegal
Bauxita – 32 millones de toneladas – USD 3.000 millones – 4º productor mundial
Niobio – 75.000 toneladas – USD 2.000 millones aprox. – 98% de reservas mundiales
Brasil exporta más de USD 187.000 millones anuales en materias primas pero sigue siendo uno de los países más desiguales del planeta.
Estas cifras no son neutras, cada dólar que entra por exportación de hierro o soja convive con millones de brasileños sin agua potable ni acceso a salud. El contraste entre macroeconomía y vida cotidiana es el verdadero rostro del extractivismo.
Las Cifras de “exterminio humano” de pueblos originarios en Brasil (mortalidad combinada por epidemias, guerras, esclavización y desplazamientos)
1500–1600: pérdidas estimadas 1,5–4,0 millones de personas indígenas. Población pre-contacto estimada 2,5–6,0 millones → hacia 1600 cae a ~1,0–2,0 millones.
1600–1700: pérdidas 0,5–1,2 millones adicionales. Avanzan banderas, misiones, epidemias (viruela/sarampión) y guerras de frontera.
1700–1800: pérdidas 0,2–0,6 millones. Continúan expediciones esclavistas en Amazonia/centro-oeste y choques mineros.
1800–1822: pérdidas 50.000–150.000. Persisten focos de violencia/epidemias; reducción del ritmo por agotamiento de frentes.
Nota metodológica breve, estas son rangos derivados de comparaciones entre estimaciones de población “antes/después” por siglo. No son conteos administrativos (no existen) sino reconstrucciones demográficas usadas por especialistas.
Tabla (cada línea = un periodo; incluye población indígena aproximada al inicio, pérdidas del periodo, indígenas esclavizados del periodo y africanos esclavizados introducidos en Brasil en ese tramo; “—” cuando no aplica)
500 a.C.–0 — Población indígena aprox. inicio: 3–5 millones — Pérdidas del periodo: n/d (pre-colonial) — Indígenas esclavizados: — — africanos esclavizados: — — Notas: sociedades pre-coloniales diversas
0–500 d.C. — Población indígena aprox. inicio: 3–5 millones — Pérdidas del periodo: n/d — Indígenas esclavizados: — — africanos esclavizados: — — Notas: continuidad pre-colonial
500–1000 d.C. — Población indígena aprox. inicio: 3–5 millones — Pérdidas del periodo: n/d — Indígenas esclavizados: — — africanos esclavizados: — — Notas: pre-colonial
1000–1500 d.C. — Población indígena aprox. inicio: 3–5 millones — Pérdidas del periodo: n/d — Indígenas esclavizados: — — africanos esclavizados: — — Notas: pre-colonial
1500–1600 — Población indígena aprox. inicio: 2,5–6,0 M — Pérdidas del periodo: 1,5–4,0 M — Indígenas esclavizados: 250–500 mil — africanos esclavizados: ~300–500 mil — Notas: choque epidemiológico inicial; guerras litorales
1600–1700 — Población indígena aprox. inicio: 1,0–2,0 M — Pérdidas del periodo: 0,5–1,2 M — Indígenas esclavizados: 150–300 mil — africanos esclavizados: ~1,5–1,8 M — Notas: bandeirantes; interiorización del régimen
1700–1800 — Población indígena aprox. inicio: 0,8–1,5 M — Pérdidas del periodo: 0,2–0,6 M — Indígenas esclavizados: 100–300 mil — africanos esclavizados: ~2,2–2,7 M — Notas: ciclo minero (MG/GO/MT); expansión amazónica
1800–1822 — Población indígena aprox. inicio: 0,6–1,0 M — Pérdidas del periodo: 50–150 mil — Indígenas esclavizados: 30–80 mil — africanos esclavizados (1801–1822): ~300–500 mil — Notas: independencia en 1822
1822–1900 — Población indígena aprox. inicio: 0,5–0,9 M — Pérdidas del periodo: 0,2–0,4 M — Indígenas esclavizados: residual/ilegal — africanos esclavizados (hasta 1850/1888): ~300–600 mil — Notas: Ley Eusébio de Queirós (1850) y Abolición (1888)
1900–1950 — Población indígena aprox. inicio: 0,3–0,8 M — Pérdidas del periodo: 0,1–0,2 M — Indígenas esclavizados: — — africanos esclavizados: — — Notas: frentes caucheros/ferrocarril; SPI (1910)
1988–2000 — Población indígena aprox. inicio: 0,35–0,9 M — Pérdidas del periodo: 30–60 mil — Indígenas esclavizados: — — africanos esclavizados: — — Notas: Constitución de 1988 (derechos originarios); demarcaciones parciales
2000–2020 — Población indígena aprox. inicio: ~900 mil–1,1 M — Pérdidas del periodo: decenas de miles (violencia/epidemias locales) — Indígenas esclavizados: — — africanos esclavizados: — — Notas: censo IBGE reporta ~896 mil (2010) y >1,6 M autoidentificados (2022); presión por minería/deforestación
Para leer las magnitudes
Pérdidas acumuladas 1500–1822: del orden de 2,2–5,9 millones de personas indígenas.
Indígenas esclavizados (siglos XVI–XVIII): ~0,5–1,1 millones en total (muchos mueren en captura/traslado).
Africanos esclavizados introducidos en Brasil (1500–1850/88): alrededor de 4,5–5,0 millones (pico global histórico).
Brasil es un gigante de recursos naturales pero también un gigante de desigualdades.
Cada ciclo extractivo llenó las arcas de las élites y vació la mesa del pueblo, cada cifra de exportación tiene su contraparte en hambre, desplazamiento y destrucción ambiental.
El desafío no es producir más, es producir con justicia. Un Brasil que cuide su selva y sus ríos, que devuelva a sus pueblos la tierra arrebatada, que transforme hierro, soja y petróleo en salud, educación y dignidad.
La abundancia está, lo que falta es justicia y esa justicia no vendrá del mercado, vendrá de la memoria, de la organización y de la resistencia pacífica de quienes nunca se resignaron.
Ese futuro ya se escribe en las luchas presentes, en cada marcha indígena, en cada campamento campesino, en cada comunidad quilombola que siembra vida en territorios olvidados. El Brasil del siglo XXI todavía puede elegir y es seguir siendo exportador de materias primas o convertirse en un país que transforme su riqueza en dignidad.
Esa es la verdadera independencia pendiente.
Bibliografía
Celso Furtado – Formação Econômica do Brasil (1959)
Bresser Pereira – Desenvolvimento e Crise no Brasil (1968).
Banco Mundial – The Changing Wealth of Nations (2021).
BP – Statistical Review of World Energy (2023).
USGS – Mineral Commodity Summaries (2023).
FAO – The State of Food and Agriculture (2023).