

Por: Mauricio Herrera Kahn. Fuente:Agencia Pressenza
(Imagen de WikiCommons / Mayimbú)
Cuando el poder muta en provisionalidad permanente, la resistencia cobra derecho.
La chispa del descontento
Miles de peruanos, con jóvenes al frente, tomaron hoy las calles de Lima y otras ciudades para protestar contra el presidente interino José Jerí y el Congreso. Marchas que comenzaron en distritos periféricos convergieron hacia el centro histórico, especialmente hacia la plaza San Martín y el Congreso, protegido por un cerco policial rígido. Las consignas con carteles y banderas, coreaban “¡Que se vaya ya!”, “No más impunidad” y “Queremos democracia sin corruptos”…
Este levantamiento no es espontáneo y nace del hartazgo. La inseguridad reina en ciudades y zonas rurales, la criminalidad crece y la sensación de olvido institucional se agrava día tras día. Todo parece indicativo de una fractura profunda entre gobernantes que cambian como máscaras y ciudadanos que ya no creen en las promesas. Los jóvenes (herederos de las redes sociales, conocedores del mundo global) están cansados de ver viejas fórmulas recicladas que terminan en más impunidad, más muertos y más desencanto.
Un presidente sin base ni credibilidad
José Jerí fue designado presidente interino apenas hace días, sucediendo a Dina Boluarte tras su destitución y produciendo una controversia política sin consenso claro. Desde su nombramiento ha enfrentado denuncias de presunto abuso sexual que él rechaza, pero que debilitaban su imagen antes de asumir. Su proclamación aparece bajo la sombra de un Congreso que lo apoyó a pesar de las acusaciones contra Boluarte y que fueron causantes de muertes en protestas, señalamientos de corrupción y desconfianza social.
Jerí no asumió con un mandato popular claro. Su base democrática es débil y sus legitimadores, cuestionados. Gobierna sobre un Estado en crisis, con instituciones agotadas, ya que cada decisión política que tome estará vigilada por una ciudadanía que no le dio su confianza. Esa fragilidad es el mayor enemigo de un presidente sin credibilidad que no puede contener movilizaciones y solo puede alimentarlas.
El Congreso bajo fuego ciudadano
Más allá de la figura presidencial, el blanco de la furia es el Congreso. Los manifestantes rechazan no solo a Jerí, sino al Parlamento que lo respaldó y mantuvo a Boluarte. Es común escuchar la frase “toda la casa está podrida”. Para muchos los congresistas representan el pacto funcional entre partidos (impunidad) y elites que se reparten el poder.
Que un congreso destituya presidentas por incapacidad moral, pero mantenga presidentes con denuncias graves, es una incongruencia que la gente no tolera. El pulmón político del país se siente pervertido. Las manifestaciones no piden reformas menores y piden refundar la institucionalidad, desmantelar redes clientelares y poner freno al uso arbitrario del poder legislativo.
El riesgo de la represión
Ya hubo choques entre manifestantes y policías. En varios puntos de Lima hubo enfrentamientos, cortes de avenidas, suspensión de transporte. La autoridad de transporte de Lima y Callao (ATU) anunció interrupciones en rutas. La Policía actúa con casco, escudos y balas de goma. Las líneas de tensión se dibujan rápido pero manifestantes lanzan piedras y los policías responden con gases lacrimógenos. En medio los transeúntes y comercios quedan atrapados.
El riesgo de que el conflicto escale está latente. Una acción desmedida, una orden mal calibrada puede convertir una protesta legítima en tragedia. Los agentes del Estado deben recordar que su mandato es proteger y no aplastar la voz de su pueblo. La represión inicial puede quebrarse en crisis mayor si no se maneja con contención.
El protagonismo del pueblo
Lo que sucede hoy en Perú no es solo un reclamo de jóvenes. Son gremios de trabajadores, profesores, transportistas y comunidades rurales que ven que no los representa nadie. En muchas marchas se escuchan demandas básicas y son seguridad, justicia, empleo y distribución más equitativa de los recursos y lucha contra corrupción generalizada. Frente a ello el Estado aparece vacío, ausente y desconectado.
La protesta es un acto de ciudadanía. No todos los que marchan abrazan causas radicales, ya que muchos solo quieren un gobierno que funcione, que no mate impunemente y que no autorice injusticias. Su reclamo es sencillo y es que quienes ocupan cargos dejen de ser servidores del poder invisible y empiecen a servir al país visible: el Perú de cada día. Mostrar esa dignidad callejera es parte de la potencia moral de este movimiento.
Escenarios abiertos
¿Qué puede venir ahora? Hay varias posibilidades:
Sea cual sea el camino, el factor decisivo será el pueblo que marcha. Si mantiene disciplina, unidad y claridad de demanda, adquiere legitimidad moral. Si se fragmenta o cede a provocaciones, pierde fuerza. La conducción del movimiento (jóvenes) por parte de líderes locales y gremios tendrá un rol clave para sostenerlo.
El país que exige refundación
Perú no pide ajustes menores. Pide reestructuración institucional. Pide una refundación ética del Estado peruano que no asuma que el poder es botín ni que el cambio es maquillaje. Pide un Congreso que no legisle para intereses particulares, un Ejecutivo que no designe gobernantes según alianzas oscuras y una justicia judicial que no sea aparato de protección a los poderosos.
Ese país se construye con transparencia, con control ciudadano, con fin de los fueros impunes, con poder local fortalecido. No es utopía, sino exigencia mínima de dignidad. El Estado que sobreviva deberá pasar una prueba de fe y demostrar que no es un aparato reemplazable por protestas, sino una institución que responde al pueblo.
Datos de la protesta
Hoy Perú está en la encrucijada de la dignidad.
Las calles rugen con un grito contra la indiferencia y la venganza institucional. No es solo un reclamo contra Jerí o contra el Congreso
Este momento no es solo prueba política, es prueba del alma peruana. Que la historia juzgue pero que el país decida…