Por: Vera Korovyeva. Fuente: Agencia Pressenza
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(Imagen de IA-Laura Vacas)
La “burbuja ideológica” y la economía del psiquismo
Hoy en día cada persona con un teléfono inteligente vive en su propia burbuja de información. El sesgo cognitivo ya existía antes de la era de las redes sociales, ya que en los círculos sociales como la familia, entre colegas profesionales y amistades, los puntos de vista solían estar próximos. Pero, en tiempos de algoritmos recomendados, nuestra postura sobre temas diversos se ve más reforzada por opiniones similares y requiere más motivación cotejarlas con otras diferentes.
Por mi parte, durante toda mi vida adulta había creído que contaba con el suficiente pensamiento crítico como para estar protegida de la mayor parte de la propaganda. Por supuesto, me equivocaba.
El condicionamiento del paisaje y la ilusión de los bandos
Nací en Moscú poco antes de la muerte de URSS y crecí en los 90, en los tiempos de la llamada democracia joven, con una sincera creencia en la libertad de expresión. Éramos extremadamente pobres y optimistas. Para la joven Rusia, la creencia en la democracia y la libertad venía con la fe en la coca-cola y los vaqueros americanos, lo que no es de extrañar al haber sido mantenidos durante décadas tras un telón de acero sin información alternativa.
Toda mi familia siempre ha sido totalmente antisoviética. Varios miembros de mi familia fueron encarcelados o fusilados por contar un chiste en compañía de gente poco confiable, y mi tatarabuelo por tener un título nobiliario. Además, ya en los 80, otro familiar fue rechazado por la Universidad por llevar apellido judío. Entonces, mi familia no tenía razones para creer en ningún gobierno, especialmente el de la URSS. En el año 2000, cuando Putin llegó al poder, mis padres se quedaron en shock, pues no esperaban nada bueno de un agente de la KGB. Así que la atmósfera en mi familia siempre ha sido un poco disidente y alternativa a la línea del partido, y por eso yo tenía la ilusión de que estaba vacunada contra la propaganda, como todos los contra-culturalistas ideológicos.
Mi “burbuja informativa” estaba formada por publicaciones de la oposición: anti-Putin, claras promotoras de los derechos humanos y la libertad y cuyas tesis se veían confirmadas en mi vida cotidiana, que estaba marcada por los problemas descritos en sus noticias. Esto no dejaba lugar a la desconfianza sobre mis fuentes. Aquí estaba el problema: en mi cabeza todos esas noticias eran “verdaderas”, pues yo sabía con seguridad que parte de la información era cierta y que los periodistas arriesgan su libertad y a veces sus vidas para escribirlas. ¿Cómo podrían entonces no ser personas de sólidos principios? Esto permitía una simplificación lógica: si algo o alguien está contra Putin, es de fiar.
El caso concreto: Gaza
La tragedia del 7 de octubre fue un shock para mí y no tuve dudas, en ese momento, acerca de la actuación de Israel, por al menos tres motivos:
1.- Casi todos las revistas que leía reforzaban mis temores y supuestos.
2.- El gobierno ruso, cuyas alianzas se dan con regímenes que no considero especiales defensores de la libertad, mostraba su apoyo en unas ocasiones a Palestina… Y, en otras a Hamás.
3.- El haber sufrido soslayadas formas de antisemitismo en primera persona, por tener una parte de sangre judía, lo que sin duda podría interferir con una percepción objetiva.
Todo esto significaba, para mí, el estar del lado de los oprimidos y ser una buena persona. Durante más de un año, me sorprendieron los europeos con sus opiniones pro Palestina. No creía en la crueldad de Israel y, en mis fuentes informativas, la hambruna y la matanza de civiles eran calificadas como provocaciones por parte de Hamas.
Las dudas comenzaron a aparecer cuando descubrí la posibilidad de que mis publicaciones favoritas estuvieran patrocinadas por la USAID. En ese momento, empecé a preguntarme por la independencia de los periodistas, al tiempo que conversaba con personas con otros puntos de vista y trataba de entenderlas. El último clavo en la tapa del ataúd de mi bien formada imagen fue la destrucción altamente profesional de Hezbolá y un ataque a Irán. Después de esto, ya no puedo creer que estas agencias militares y de inteligencia altamente profesionales pudieran pasar por alto accidentalmente el ataque terrorista del 7 de octubre (disculpen la conspirología). Me he dado cuenta de que cuando negaba la hambruna y la matanza de civiles en Gaza, mi posición mental no era diferente de la de aquellos pro-Putin que negaban las matanzas en masa en Bucha.
Las burbujas de información nos dividen y debilitan, pero de nosotr@s depende contrarrestar estas tendencias. Esto es lo que he aprendido de mi propia experiencia personal: