Por: Mauricio Herrera Kahn. Fuente:Agencia Pressenza
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“China no conquista territorios, conquista mercados. No invade países, los conecta. No impone ideologías, impone infraestructura.”
EL RETORNO DEL IMPERIO DEL CENTRO
Durante siglos, China fue el corazón del mundo conocido. Su seda, su porcelana y su pólvora recorrieron las rutas que unían el Mediterráneo con el Pacífico mucho antes de que Europa soñara con dominar el planeta. La historia la llamó el Imperio del Centro porque todo giraba a su alrededor. Luego vino el siglo de la humillación, las invasiones, las guerras del opio y la fragmentación de su soberanía. Lo que parecía un imperio dormido se convirtió en símbolo del atraso, hasta que decidió despertar.
En apenas cuarenta años China pasó del 2 al 18% del PIB global. Ningún país en la historia humana multiplicó así su peso económico, tecnológico y financiero. Mientras Occidente acumulaba deudas y discursos, Pekín acumulaba reservas, infraestructura y conocimiento. No impuso modelos ajenos, construyó el propio. Transformó la pobreza rural en poder industrial, la dependencia en autonomía, la mano de obra en cerebro científico.
Hoy el dragón no ruge y sí calcula. Su doctrina no es expansionista, es estructural. No busca ocupar territorios, sino dominar los flujos por donde pasa el dinero, la energía y la información. Los mares, los cables y las rutas son su nueva muralla. La geopolítica china no avanza con tanques, sino con trenes, satélites y acuerdos. Desde el Mar de la China Meridional hasta los Andes, desde Shanghái hasta Nairobi, la antigua periferia se ha convertido en el nuevo centro.
“El Imperio del Centro ha regresado.”
La historia china no comienza con la pólvora ni con la muralla, sino con los caminos. En el siglo II antes de nuestra era, la Ruta de la Seda unió Xi’an con Roma, estableciendo el primer sistema global de comercio, diplomacia y conocimiento. Desde ese eje, China dominó durante casi 1.000 años el arte de gobernar sin invadir, comerciar sin depender y crecer sin destruir.
El siglo XIX cambió el rumbo. Las Guerras del Opio impusieron la subordinación colonial, los tratados desiguales fragmentaron el imperio y los puertos se abrieron a las potencias extranjeras. Entre 1839 y 1949, China perdió más de la mitad de su soberanía económica. Millones murieron bajo la hambruna y el saqueo. Pero el mapa no se rompió y esperó.
En 1949 Mao Zedong proclamó la República Popular y reconstruyó un país rural devastado por la guerra. Apostó por la autarquía y la unidad territorial. Tres décadas después, Deng Xiaoping abrió el sistema con una frase que cambió el siglo y es “Enriquecerse es glorioso”. La economía planificada se mezcló con el mercado y la política con la disciplina del tiempo.
En 2024 China es la segunda economía mundial, con un PIB de USD 17,5 billones, reservas por USD 3,2 billones y con más de 800 millones de personas que salieron de la pobreza. Lo que comenzó como una reforma económica terminó siendo una revolución civilizatoria.
“El dragón despertó y esta vez no volverá a dormirse.”
En 2013, Xi Jinping lanzó la Iniciativa de la Franja y la Ruta (BRI), el proyecto más ambicioso de infraestructura global desde el Plan Marshall. Abarca 150 países y ha movilizado más de USD 1 billón en inversiones directas. Su mapa conecta el 65% de la población mundial y el 40% del PIB global. La Ruta de la Seda dejó de ser leyenda para convertirse en la arquitectura económica del siglo XXI.
Seis corredores terrestres atraviesan Asia Central, Oriente Medio y Europa, enlazando Pekín con Estambul y Rotterdam. Un séptimo corredor marítimo une los puertos del Pacífico con África Oriental y el Mediterráneo. Cada tramo es una arteria de acero, energía y datos. El tren Chongqing–Duisburgo cubre 11 000 kilómetros en solo 14 días, la mitad del tiempo de un barco, y transporta anualmente mercancías por más de USD 80.000 millones.
China no construye sólo carreteras, diseña redes de poder, cables submarinos de fibra óptica, satélites y corredores digitales consolidan su influencia sobre la información global. Más de 50 gigavatios de energía eléctrica se han instalado en los países BRI y más de 4.000 proyectos están en ejecución. Los préstamos chinos superan los USD 330 000 millones y financian el 70% de las nuevas vías férreas de África y Asia Central.
“La geopolítica china ya no se mide en divisiones militares, sino en kilómetros de vía férrea y gigawatts de energía. Pekín construye, mientras el resto del mundo observa.”
China es hoy un laboratorio urbano a escala planetaria. Ningún país ha levantado tantas ciudades ni tanta infraestructura en tan poco tiempo. Cuenta con 113 urbes de más de un millón de habitantes y 40 megaciudades que superan los diez millones, entre ellas Shanghái, Pekín, Shenzhen, Guangzhou, Chengdu, Wuhan y Chongqing. Solo el delta del río Yangtsé concentra más de 160 millones de personas y produce un PIB superior al de Alemania.
El país ha construido más de 35.000 kilómetros de trenes de alta velocidad, equivalentes al 70% de toda la red mundial. Los produce casi en su totalidad dentro del país, ya que el 90% de los trenes rápidos del planeta salen de fábricas chinas como CRRC y CRH. Circulan a 350 km/h y transportan 2.500 millones de pasajeros al año, reduciendo tiempos de viaje y emisiones.
Las cifras son colosales. La inversión anual en infraestructura supera los USD 1,2 billones y 8 millones de ingenieros trabajan en obras civiles, transporte y energía. El aeropuerto Beijing Daxing, con 700.000 metros cuadrados, puede recibir 100 millones de pasajeros anuales. El puente Hong Kong–Zhuhai–Macao, de 55 kilómetros, es el más largo del mundo sobre el mar. La presa de las Tres Gargantas genera 22.500 megavatios, suficiente para abastecer a toda España.
China no construye ciudades, diseña ecosistemas. Cada torre, cada túnel, cada línea de metro es una declaración política porque el tiempo y el espacio se subordinan a la planificación.
“Ninguna civilización ha materializado tan literalmente su visión del futuro.”
China pasó de ensamblar tecnología a diseñarla. En apenas dos décadas creó un ecosistema científico que rivaliza con Silicon Valley y el Pentágono al mismo tiempo. Invierte más de USD 550.000 millones anuales en I+D, el 3,2% de su PIB, y concentra el 40% de las patentes mundiales en inteligencia artificial, robótica y telecomunicaciones. No copia, compite.
Empresas como Huawei, BYD, CATL, Tencent, Alibaba y DJI simbolizan esta mutación. Huawei domina el 30% del mercado global 5G, BYD es hoy el mayor fabricante de vehículos eléctricos del planeta, con 3 millones de unidades anuales y CATL produce el 35% de las baterías de litio del mundo. En el espacio, China es la única nación que ha alunizado en la cara oculta de la Luna. En 2024 la misión Chang’e-6 trajo 2 kilogramos de muestras lunares, adelantando a Estados Unidos en la carrera por los recursos extraterrestres.
Su ejército refleja esa misma transformación. El presupuesto de defensa superó USD 225.000 millones en 2024, segundo después de Estados Unidos, pero con una estrategia opuesta y es controlar los mares, no ocuparlos. Desplegó una flota de 350 buques, portaaviones con propulsión nuclear y misiles hipersónicos DF-27 capaces de alcanzar 13.000 kilómetros. China ya no teme al cerco militar, lo rodea con algoritmos. Su defensa es tecnológica, su ofensiva es científica.
“En el tablero global, combina ingenieros con estrategas y convierte cada innovación en un arma de influencia.”
El siglo XXI ya no se decide en los campos de batalla sino en las cadenas de suministro. Entre China y Occidente se libra una guerra sin disparos, pero con consecuencias globales. Desde 2018, la Casa Blanca convirtió la tecnología en frontera estratégica y la economía en arma de contención. La llamada “guerra comercial” de Trump no detuvo a China, solo la empujó a acelerar su independencia tecnológica.
La disputa por Taiwán es el núcleo de esa tensión. La isla produce el 60% de los chips avanzados del mundo y alberga a TSMC, pieza central del ecosistema global. Washington invierte USD 52.000 millones en reindustrializar su cadena de semiconductores, mientras Pekín destina USD 143.000 millones a desarrollar una industria local que ya cubre el 70% del consumo interno. La competencia no es por el territorio, sino por los nanómetros.
Europa vive dividida entre el pragmatismo económico y la obediencia política. En 2023 el comercio bilateral UE-China alcanzó USD 856.000 millones, con Alemania y Francia como principales socios. Sin embargo, Bruselas aplica sanciones, revisa inversiones y restringe el acceso de Huawei y ZTE a las redes 5G por presión de Washington.
Pekín responde con una estrategia de “equilibrio flexible”: no desafía abiertamente, reconfigura silenciosamente. Ofrece inversiones a cambio de neutralidad, tecnología a cambio de silencio. Mientras Estados Unidos impone barreras, China construye puentes.
“El tablero global ya no es bipolar, es asimétrico y Pekín entiende mejor que nadie el arte de no precipitar los tiempos.”
La contención de China es hoy el eje invisible de la política exterior estadounidense. Washington no solo teme perder el dominio económico, sino la narrativa del poder. Por eso restringe las exportaciones de chips, inteligencia artificial y semiconductores de última generación, tratando de frenar la autonomía tecnológica china. Desde 2020, el Departamento de Comercio ha vetado a más de 600 empresas chinas y bloqueado transacciones por más de USD 200.000 millones. Sin embargo, el flujo comercial entre ambas potencias sigue superando el billón anual. La dependencia mutua es más fuerte que las sanciones.
Europa juega su propia partida. Alemania y Francia buscan preservar su comercio (la UE intercambió USD 856.000 millones con China en 2023), mientras la OTAN exige alineamiento político y militar. Las tensiones se multiplican. Bruselas acusa a Pekín de “competencia desleal” y Pekín responde con inversiones directas en energía, puertos y telecomunicaciones europeas.
Los puntos rojos del mapa siguen siendo los mismo y son Taiwán, Hong Kong y el Mar de la China Meridional. Estados Unidos los usa como ejes de presión geopolítica y China, como prueba de paciencia estratégica. Ninguna superpotencia puede retroceder sin perder legitimidad.
Ante este cerco, Pekín multiplica su poder mediante diversificación geopolítica. Expande el bloque BRICS+, promueve el yuan digital como moneda de intercambio energético y fortalece alianzas con Rusia, Irán y Arabia Saudita, un triángulo que controla el 40% del petróleo mundial. China no confronta: redibuja.
“Y en ese rediseño, el siglo XXI empieza a hablar mandarín.”
El futuro energético del planeta ya se fabrica en China. Ningún país domina con tanta fuerza la transición verde. Controla el 45% de la producción mundial de paneles solares, el 60% de las baterías de litio y el 80% del procesamiento global de tierras raras, minerales esenciales para turbinas, autos eléctricos y tecnología militar. Tres cuartas partes de las celdas fotovoltaicas instaladas en el planeta se originan en fábricas chinas, y la mitad de todos los parques eólicos del mundo se construyen con componentes producidos en sus provincias costeras.
El Plan Energético 2035 busca alcanzar la neutralidad de carbono con un 80 % de energía limpia doméstica y emisiones netas cero hacia 2060. China ya opera 1.500 gigavatios de capacidad renovable instalada, más que Europa y Estados Unidos juntos. Su inversión en energía verde en 2024 alcanzó USD 540.000 millones, el doble de la suma de la UE y EE. UU. combinados. Solo en el sector solar se destinaron USD 290.000 millones, mientras el mercado eólico recibió USD 160.000 millones y el almacenamiento de baterías USD 90.000 millones.
El poder de Pekín radica en dominar el cuello de botella verde y este es el litio, el cobre, el cobalto, el silicio y el grafito. Controla más del 70% de la refinación de litio y el 65% del cobalto africano mediante alianzas en Congo y Zambia. Con ello, ningún país puede desarrollar autos eléctricos o redes limpias sin su tecnología o sus insumos.
“China no persigue el petróleo, diseña su reemplazo. Su revolución energética ya no depende del subsuelo, sino del sol.”
Para 2035 el mapa del poder global tendrá otro centro. China e India concentrarán el 40% del PIB mundial, con economías que superarán los USD 60 billones combinados. El eje euroatlántico cederá espacio a la franja indopacífica, donde el crecimiento industrial, demográfico y tecnológico será irreversible. Pekín no busca una hegemonía militar, sino un sistema multipolar estable que funcione bajo su gramática económica.
El bloque BRICS, reforzado con Arabia Saudita, Egipto, Irán, Etiopía y Argentina, ya supera al G7 en paridad de poder adquisitivo. Juntos concentran el 46% de la población mundial, el 44 % del PIB global y reservas internacionales por más de 5,5 billones USD. En menos de una década el 70% del comercio mundial podría realizarse fuera del dólar, impulsado por el yuan digital, las monedas regionales del Sur Global y los acuerdos energéticos bilaterales.
La “Trinidad del poder” del nuevo siglo estará compuesta por:
China ya invierte más de USD 250.000 millones anuales en estas áreas y lidera la secuenciación genética, la robótica industrial y la gestión algorítmica del Estado.
El liderazgo chino no se medirá por velocidad, sino por duración. Su poder se basa en la estabilidad, la continuidad y el control del tiempo histórico. Mientras Occidente alterna ciclos electorales, Pekín diseña planes quinquenales que abarcan medio siglo.
“El siglo XXI será asiático no por conquista, sino por consistencia.”
El futuro no se imagina en China, se planifica. Con 1.400 millones de habitantes y 900 millones conectados digitalmente, el país es al mismo tiempo una nación, un laboratorio y una civilización en reinvención permanente. Su economía, de USD 17,5 billones, crece un 5% anual, pero su desarrollo no se mide en porcentajes, sino en transformación social. En solo cuatro décadas 800 millones de personas salieron de la pobreza, un récord sin precedentes en la historia humana. La pobreza extrema cayó del 80% en 1980 al 0,3% en 2023, y la esperanza de vida subió a 78 años, superando por primera vez a la de Estados Unidos.
China construyó una clase media de 400 millones de personas que consume, viaja, ahorra e invierte, mientras mantiene una base industrial de 300 millones de trabajadores.
En educación, el país cuenta con 5.000 universidades, 40 millones de estudiantes y 3 millones de científicos activos que producen más artículos científicos anuales que toda la Unión Europea.
Cada año gradúa 1,3 millones de ingenieros, y las universidades de Tsinghua y Pekín compiten con el MIT y Stanford en investigación aplicada.
En conectividad, China será el primer país con 100% de cobertura 5G en 2025, lo que significa una red de 10 millones de antenas enlazando hogares, fábricas y sistemas públicos. Más de 220 ciudades inteligentes gestionan su tráfico, energía y seguridad mediante inteligencia artificial y reconocimiento facial. Su economía digital ya genera USD 8 billones anuales, un tercio de su PIB.
El país ha alcanzado una autonomía casi total en alimentos, energía y tecnología. Produce el 95% de su consumo de arroz y trigo, genera más del 80% de su electricidad y domina las cadenas de valor del litio, el cobre y los semiconductores. En un mundo fragmentado, China es la excepción: un proyecto continuo, autárquico y evolutivo.
“No copia el futuro, lo fabrica a escala continental.”
EL TIEMPO COMO ARMA SUAVE
China no corre, mide. Cada decisión es una ecuación entre siglos, cada silencio una forma de diplomacia y su poder no se impuso, se construyó. Mientras Occidente debatía su decadencia y sus élites discutían presupuestos de defensa, Pekín levantaba puertos, trenes, satélites y universidades. La estrategia no fue dominar territorios, sino dominar el tiempo y en el reloj chino, la prisa es una forma de debilidad.
No impone, seduce. Su influencia no avanza por imposición militar, sino por infraestructura, crédito y conectividad. Cada ferrocarril africano, cada represa latinoamericana y cada red digital asiática amplían el perímetro de su presencia. Los tratados reemplazaron a los cañones, los préstamos sustituyeron a los desembarcos. La globalización del siglo XXI ya no lleva uniformes y lleva logotipos en mandarín.
China construyó su poder en silencio, sin proclamarse modelo universal. Su expansión no es imperial, es sistémica, busca estabilidad, interdependencia y control de los flujos materiales y digitales. Domina las arterias del mundo sin necesidad de ocupar sus órganos. En lugar de banderas, instala fibra óptica y en lugar de bases militares, levanta zonas económicas especiales.
El siglo XXI no se ganará con ejércitos, sino con algoritmos, puertos y trenes. El nuevo centro del mundo no es un punto geográfico, es un modelo de continuidad. China no destruye para avanzar y sí acumula, conecta y calcula.
El futuro no le pertenece por destino, sino por método.
Y en ese método, el tiempo se ha convertido en su arma más suave y definitiva…
Bibliografía y Fuentes