martes 11 de noviembre de 2025 - Edición Nº2533

Internacionales | 11 nov 2025

Viejo Conflicto entre Potencias Emergentes.

Estados Unidos y China: competencia, conflagración o coexistencia

12:29 |La humanidad se encuentra nuevamente atrapada en el viejo conflicto entre potencias emergentes y potencias en declive Es una tensión que, en otras épocas, como antes de las dos guerras mundiales y sus imperios en declive, desembocó en catástrofes globales.


Por: Joseph Gerson. Fuente: Agencia Pressenza

(Imagen de depositphotos)

La humanidad se encuentra nuevamente atrapada en el viejo conflicto entre potencias emergentes y potencias en declive Es una tensión que, en otras épocas, como antes de las dos guerras mundiales y sus imperios en declive, desembocó en catástrofes globales. La guerra comercial entre Estados Unidos y China mina las economías y futuro de ambos países y pone en riesgo la seguridad de sus pueblos y del mundo. Un accidente o un error de cálculo podría desatar una guerra devastadora.

Hoy convivimos no solo con la posibilidad de una Destrucción Económica Mutuamente Asegurada, sino también con la Destrucción Nuclear Mutuamente Asegurada. Antes de la tregua comercial temporal acordada entre Trump y Xi en octubre, cada parte demostró su capacidad para estrangular la economía del otro. China extrae el 70% de las llamadas tierras raras del planeta y refina el 90%. Estos minerales son esenciales para fabricar teléfonos móviles, ordenadores, aviones de combate, submarinos nucleares, drones y misiles Tomahawk [i] .

Por su parte, el acceso al mercado estadounidense sigue siendo vital para la economía exportadora de Pekín, y por ende para su estabilidad política. A comienzos de octubre, las torpes restricciones de Washington a la exportación de tecnología hacia China llevaron a Xi Jinping a amenazar con un bloqueo total a las exportaciones de tierras raras y sus derivados. Trump respondió duplicando los aranceles al 100%. Al borde del abismo económico, ambos países pactaron durante la cumbre de APEC una tregua que probablemente será solo temporal.

Este no es un pulso que Estados Unidos vaya a ganar. El premio Nobel de Economía Paul Krugman ha señalado que “China ha superado a Estados Unidos”: tiene una economía de mayor tamaño, gradúa cada año cuatro veces más ingenieros y genera el doble de electricidad. Según Krugman, el país norteamericano “corre el riesgo de ser superado de forma permanente por la capacidad tecnológica y económica china”. Los ataques de Trump contra la ciencia y el sistema educativo estadounidense mismo no hacen más que debilitar el futuro de la Nación.[ii]

Las respuestas de Trump frente a China han sido caóticas y contradictorias. Condena sus “inéditos controles” sobre las tierras raras calificándolos de “siniestros y hostiles”. Poco después rectifica y asegura que “todo saldrá bien”. Anuncia una reunión con Xi Jinping en Seúl, luego la cancela, y finalmente la celebra. The New York Times observa que Trump “ha oscilado una y otra vez entre la represalia y la reconciliación, dejando en el aire si existe o no una estrategia coherente”.

El autoproclamado monarca Trump imita tanto a los antiguos emperadores chinos como a sus dirigentes actuales en su intento por competir con Pekín. Siguiendo el estilo de la dinastía Tang —y además de haber amasado 800.000 millones de dólares en “influencia bitcoin”— ha utilizado las negociaciones comerciales para arrancar casi un billón de dólares en “tributos” a Japón y Corea del Sur, con el argumento de financiar la producción de tierras raras, la infraestructura energética estadounidense y otros beneficios para sus allegados. A esto se añadirían los 800 millones de dólares desviados a la familia Trump mediante operaciones corruptas con criptomonedas.

Emulando el capitalismo de Estado chino, Trump se ha alejado de los reverenciados “mercados libres”, promoviendo por el contrario la participación directa del gobierno estadounidense en empresas clave para la seguridad nacional, como el fabricante de chips Intel, U.S. Steel y MP Materials, dedicada a la minería de tierras raras. Justo lo que recrimina a China.

En otros lugares como Venezuela, Gaza, Panamá, Groenlandia o el Ártico, Trump practica un imperialismo de “coerción, asalto, saqueo”, mientras que China, salvo en el Mar del Sur de China, prefiere estrategias económicas más sutiles para ampliar su influencia regional y global.

También persiste la competencia clásica por la hegemonía en el Asia-Pacífico. A finales del siglo XIX, impulsado por su “destino manifiesto” y el “supremacismo blanco y cristiano”, Estados Unidos inició su imperio de ultramar conquistando los peldaños hacia el mercado chino: Filipinas, Guam y Samoa, además de Cuba y Puerto Rico. Tras la derrota japonesa en la Segunda Guerra Mundial, su dominio se expandió hasta convertir el océano Pacífico en un “lago americano”. Cientos de bases militares, desde Corea y Japón hasta Australia, Guam y Diego García, mantienen aún hoy ese poder imperial[iii].

Antes de las Guerras del Opio, el imperio chino era la sociedad más avanzada del mundo. Desde el siglo VIII su sistema tributario exigía que todo aquel que quisiera comerciar con el Reino del Centro se postrara ante el emperador. Las rebeliones internas del siglo XIX y la guerra civil del XX fueron devastadoras, pero China no libra una guerra desde su conflicto con Vietnam hace ya dos generaciones. Su estrategia habitual ha consistido en rodear, aislar y demostrar superioridad abrumadora para someter a sus rivales, pero sin recurrir a la matanza. Ese patrón se observa en su campaña de reunificación con Taiwán, en sus reclamaciones sobre el Mar del Sur de China y en su formidable rearme militar.

Sobre la competencia militar entre EE.UU. y China flota la amenaza nuclear. Un accidente, un incidente o un mal cálculo entre sus fuerzas navales o aéreas (cuyos incidentes a veces se miden en distancias de menos de seis metros…) alrededor de Taiwán o en el Mar del Sur de China podría escalar hasta una guerra de grandes potencias, incluso nuclear.

Tanto la Administración Biden como Trump han intentado “contener” a China mediante alianzas indo-pacíficas, bases militares y misiles de alcance medio en su periferia. La mayor vulnerabilidad de China siempre ha sido una posible invasión por mar. Por eso, para proteger sus ciudades costeras, Pekín reclama el control del 80% del Mar del Sur de China —reclamaciones que otros cinco países disputan.

China no olvida las amenazas nucleares estadounidenses de 1955, 1958 y 1996, ni las rusas de 1969. En respuesta, ha venido aumentando su arsenal nuclear en unos 100 misiles por año, buscando contrarrestar el creciente peligro percibido. Su pequeña fuerza de disuasión mínima es aún vulnerable a un primer ataque estadounidense, y todo indica que Pekín aspira a alcanzar la paridad nuclear con Washington y Moscú. La supervivencia humana depende así de los tres escorpiones nucleares encerrados en una misma botella: EE.UU., Rusia y China.

El sistema de alianzas indo-pacíficas estadounidense enfrenta ahora el desafío de la Organización de Cooperación de Shanghái, una suerte de nueva alianza encabezada por el eje chino-ruso-coreano del norte. Cuando sus líderes conmemoraron el 80º aniversario de la derrota de Japón y Alemania, Trump reaccionó con desprecio: “Envíen mis más cálidos saludos a Putin y Kim Jong Un, escribió, mientras conspiran contra los Estados Unidos de América”.

El principal estratega de la política militar estadounidense en la región es Elbridge Colby, subsecretario de Defensa. Aunque duda de si Washington debería defender directamente a Taiwán, es un ferviente partidario de reforzar por todos los medios la hegemonía estadounidense en el Indo-Pacífico. Para apuntalar el “giro hacia Asia”, ha propuesto reducir el apoyo a Ucrania y ha comenzado a disminuir las tropas en Europa y Oriente Medio [iv].

Al igual que Colby, Trump da prioridad a que Taiwán se defienda por sí misma antes que a una intervención directa. Colby escribió: “Para que Taiwán sea defendible, Estados Unidos debe centrarse en prepararla para su defensa, y Taiwán debe hacer más”. Sin embargo, Trump mantiene una ambigüedad estratégica y afirma seguir comprometido con su defensa.

Biden, por su parte, reconoció en su día que proteger a Taiwán solo sería posible arriesgando la supervivencia humana con una amenaza de primer ataque nuclear contra China. Otra posibilidad es que Taiwán asuma su defensa por completo, limitándose EE.UU. a venderle armamento más avanzado.

Un analista observa que Trump carece de visión estratégica, pero que no se debería “despreciar su oportunismo transaccional como posible vía de apertura diplomática”. Compensa su falta de visión centrando la atención en los aranceles. Al mismo tiempo, exige que la vital industria de semiconductores de Taiwán invierta en suelo estadounidense y cuestiona la dependencia militar de la “isla parásita” (véase respecto de los chips producidos en Taiwán us.noticias.yahoo.).

Las divisiones dentro de su administración reflejan las contradicciones de Trump. Algunos funcionarios del ala “América Primero” abogan por regresar a un sistema de bloques regionales al estilo del Concierto de Europa del siglo XIX, que mantuvo una paz precaria durante un siglo. Este sector muestra menos compromiso con las alianzas indo-pacíficas, y su influencia se vio en los fuertes aranceles impuestos a la India, pese a que sucesivos presidentes habían cortejado a Nueva Delhi como contrapeso a China. También impulsaron la revisión —finalmente fallida— del pacto AUKUS y del suministro de submarinos nucleares a Australia.

Los militares de “la vieja escuela”, sin embargo, conservan más peso. En la cumbre de APEC, Trump reafirmó la “Alianza Dorada” con Japón y la alianza con Corea del Sur. Antes, el secretario de Guerra, Pete Hegseth, y el Secretario de Estado, Marco Rubio (koreajoongangdaily), habían visitado ambos países y enviado un buque estadounidense por el estrecho de Taiwán como muestra de compromiso (véase english.aawsat.com).

La supuestas prioridades de China son, la estabilidad interna y la estabilidad internacional. Pekín no quiere destruir Taiwán, sino tomarla intacta: minimizar víctimas y daños a la infraestructura, y apoderarse de sus avanzadas instalaciones de microchips. Buscaría una victoria rápida para evitar la inestabilidad, y su preferencia es conquistar los corazones y las mentes taiwanesas mediante la dependencia económica de la isla respecto de la mayor economía del mundo. Una invasión abierta supondría la pérdida de mercados internacionales, aislamiento diplomático y una posible resistencia prolongada. Y aunque la mayoría de los taiwaneses ya no se identifican como chinos y prefieren la independencia, pocos están dispuestos a luchar por ella (N.d.T. y sensu contrario actualizado a 2025, véase respecto de la producción propia en China de chips asiatimes.com)[v]

Frente al peligro de una nueva Guerra Fría en espiral, aún disponemos del paradigma que puso fin a la anterior: la diplomacia de seguridad común. Cuando la preparación para la guerra termonuclear se salió de control, el primer ministro sueco Olof Palme reunió en 1982 a altos funcionarios soviéticos, europeos y estadounidenses para encontrar una salida al Armagedón nuclear. De ahí nació el concepto de Seguridad Común: el reconocimiento de que ningún país puede estar seguro si amenaza a su rival.

Tras arduas negociaciones, Washington y Moscú acordaron no desplegar los temibles misiles nucleares de alcance intermedio que alimentaban la carrera armamentística. Al atender los temores de cada parte, la seguridad común dio origen al Tratado INF, que puso fin a la Guerra Fría antes de la caída del Muro de Berlín. Posteriormente, desde el Tratado de París hasta el Acta Fundacional OTAN-Rusia, ese mismo principio garantizó dos décadas de paz euroatlántica.

El informe Seguridad Común en la Región Indo-Pacífica (2024) demuestra que este paradigma sigue siendo aplicable hoy [vi]. Las tensiones en el estrecho de Taiwán, advierte, deben reducirse mediante un reconocimiento compartido de que su futuro no puede resolverse por la vía militar; que deben cesar las acciones provocadoras de todas las partes; y que debe respetarse el principio de “Una sola China”.

El Mar del Sur de China puede ser desmilitarizado y desnuclearizado. Como señaló el exembajador estadounidense Chas Freeman, la resolución de las disputas territoriales “no requiere la intervención de Washington. Dejemos que la gente de la región lo resuelva; no deberíamos entrometernos”.

Deben cesar las maniobras militares provocadoras y la construcción de nuevas bases tanto chinas como estadounidenses. Los países de la región pueden iniciar negociaciones bilaterales y multilaterales para establecer un Código de Conducta del Mar del Sur de China.
Además, deberían adoptarse doctrinas de No Primer Uso de armas nucleares y negociarse una zona libre de armas nucleares en la región.

Existen alternativas a caminar dormidos hacia una guerra catastrófica. Como enseña el proverbio bíblico:

“Un pueblo sin visión perecerá.”
La visión existe.
¿Existirá también la voluntad?

Fuentes (algunas actualizadas en la propia traducción, a 11/11/2025):
[i]The Consequences of China’s New Rare Earths Export Restrictions

[ii] China Has Overtaken America – Paul Krugman

[iii] Timeline of United States military operations – Wikipedia

[iv] Berlin left in the dark as Washington weighs troop cuts in Europe – POLITICO

[v] Reported by a Taiwanese pollster in a conference under Chatham House rules.

[vi] Common Security in the Indo-Pacific Region (October 2024)

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