Por: Nahuel González. Fuente: https://adelantenoticias.com/
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Un video viralizado días atrás muestra al modelo paraguayo como deseable para el empresariado argentino. La propaganda mileísta avanza, ya no en la promoción de un horizonte como Irlanda u otro país europeo, sino en el de su vecino del norte, emisor de la mayor comunidad de migrantes en su seno. El discurso del “milagro paraguayo” en la Argentina resuena a nivel local en la propaganda cartista, que insiste en que estamos en el mejor de los mundos posibles, aunque la realidad de la calle sea opuesta.
El país latinoamericano con más premios nóbel, una industrialización media, la única universidad pública en el top 100 mundial, pionero en el desarrollo de tecnología nuclear en la región, va corriendo hacia su futura centroamericanización: al sometimiento completo a los EE.UU. y su consolidación como territorio destinado únicamente a la extracción de materias primas y al control militar por su ubicación geopolítica —con unas islas ocupadas por una potencia extranjera—. La clásica historia de las oligarquías latinoamericanas que aspiran a vivir en Miami a cambio de la máxima traición a la patria, solo que en este caso hablamos del octavo país más grande del mundo, bicontinental, con la segunda fuerza militar más poderosa de Latinoamérica y con una sólida capacidad nuclear.
Históricamente, a la ultraderecha argentina, aunque siempre con la mirada fija en Miami, no le fue necesario extender la vista al Caribe, siempre ha tenido un ejemplo cercano, nada menos que el Paraguay. Un país de grosera desigualdad, sin derechos para la clase trabajadora, precaria infraestructura y completamente subordinado al capital internacional, son las características aspiracionales para la burguesía argentina. El proyecto de Milei, un simple bufón alquilado a los grandes capitales internacionales, constituye la síntesis de décadas de intenso trabajo de la ultraderecha argentina, que incluyó, por supuesto, la batalla cultural: la libertad retrocede en Argentina hacia el capitalismo más crudo que Paraguay sufre desde hace más de siete décadas.
El milagro paraguayo es a costa del infierno para las mayorías
La aclamada arquitectura macroeconómica, los excels tan celebrados, los números perfectos sostienen la tan repetida “estabilidad”, comparable a “la paz y el progreso” durante el stronismo. Es la misma estabilidad y la misma paz de los cementerios, y el mismo progreso concentrado en unos pocos beneficiados del régimen.
Hoy somos felices y no lo sabemos porque la prensa oficial y los órganos empresariales insisten en señalarnos que éste es un país de maravillas. Los voceros de los medios locales e internacionales han instalado el lugar común del Paraguay como la joya escondida de Latinoamérica, del futuro deseable para ser replicado en la región.
Quienes vivimos en Paraguay siendo de clase trabajadora sabemos que estas son mentiras. Que en este segundo gobierno de Horacio Cartes, a través de Santiago Peña, hay más hambre que nunca. Que no hay circulante en las calles, y que no hay condiciones mínimas para una vida digna. Esta realidad contrasta con la de los edificios de lujo que no paran de construirse en el cuarto país del planeta con la mayor presencia de crimen organizado.
Los impuestos son bajos para los ultrarricos en Paraguay porque la clase trabajadora mantiene, con su esfuerzo y sus magros ingresos, un Estado diseñado para los grandes empresarios y el capital internacional. Es eso lo que celebra la propaganda mileísta. Un Estado que existe para velar por las patronales, pero que se sostiene sobre las espaldas de los trabajadores. Un Estado configurado para castigar a los trabajadores, negarles derechos, asegurar la subordinación del territorio paraguayo y proteger los intereses de los narcomafiosos.
El proyecto de Milei —o más bien de los capitales internacionales para Argentina— no se compara con Brasil o México, países que sí serían una referencia más pertinente en ciertos aspectos. Al establecer Paraguay como modelo para Argentina, el proyecto mileísta y la ultraderecha renuncian a la soberanía argentina y a la superación de la dependencia. Esto nos concierne desde Paraguay porque, por un lado, Argentina ha sido históricamente el mayor receptor de migrantes de este modelo presentado como “milagro” y, por el otro, la superación de nuestra dependencia en Paraguay puede verse facilitada u obstaculizada por el contexto argentino, debido a nuestra situación geográfica.
Los trabajadores en Paraguay hemos conocido de cerca este modelo durante más de setenta años hasta el día de hoy: expulsión y muerte. “Somos felices y no lo sabemos”, nos quieren imponer los mismos que han naturalizado la catástrofe para quienes no se benefician del régimen o no se doblegan a este. La clase trabajadora argentina está a tiempo de detener la implantación de ese modelo en su país. Es ahora o nunca.