Por: Pedro Pozas Terrados. Fuente: Agencia Pressenza.
![]()
(Imagen de Pedro Pozas Terrados - IA)
La COP30 en Belém, Brasil, pasará a la historia no por sus acuerdos —que una vez más brillan por su ausencia— sino por la violencia simbólica y física ejercida contra quienes deberían haber sido los verdaderos protagonistas: los pueblos originarios del Amazonas.
Mientras gobiernos, delegaciones diplomáticas y miles de funcionarios disfrutaban del enorme escenario montado a base de millones de euros públicos, las voces que llevan siglos protegiendo los bosques que ahora el mundo dice querer “salvar”, fueron silenciadas, reprimidas y expulsadas de los espacios donde se decide su propio destino.
En la llamada zona azul, el corazón negociador del evento, donde se movían ministros, embajadores y técnicos internacionales, se prohibió la entrada de los pueblos originarios. El lugar donde deberían haber estado —porque se hablaba de sus tierras, de su agua, de su selva, de su futuro— se convirtió en un fortín blindado, inaccesible para ellos.
Cuando decenas de representantes indígenas, entre ellos miembros de los pueblos Munduruku, Yanomami, Kayapó, Xavante, Tikuna, Karipuna, Tembé y Tupinambá, intentaron cruzar los límites de ese recinto político, los guardias de seguridad de Naciones Unidas les bloquearon el paso. Hubo empujones, forcejeos, gritos y accesos clausurados. Al menos un guardia resultó herido. ¿Y los heridos históricos? ¿Y los pueblos que llevan siglos sangrando por el extractivismo, por el despojo, por la destrucción de sus territorios?
“Quisimos invadir el lugar para demostrar cuáles son los pueblos que deben estar aquí”, declaró Helen Cristine, del movimiento juvenil Juntos (PSOL). Sus palabras no fueron recogidas en ningún panel, no resonaron en ningún micrófono, no alcanzaron ninguna oreja diplomática. Pero quedaron grabadas en los ojos de quienes vieron la escena: una juventud amazónica empujada hacia afuera por los mismos que dicen protegerla.
Un líder del pueblo Kayapó Mekrãgnoti, antes de ser apartado, gritó:
«Nos hablan de clima, pero nos quitan la palabra. Sin nosotros, la Amazonía muere. Y sin la Amazonía, muere el mundo».
La contradicción ya es insoportable. La COP, creada teóricamente para salvar el planeta y combatir la crisis climática, se ha convertido en una maquinaria burocrática de lujo, un gigantesco escaparate donde países contaminantes apuntan con el dedo al cambio climático mientras firman acuerdos vacíos, sin reales obligaciones, sin metas vinculantes y sin el menor interés en transformar nada. Un circuito anual de verano político: vuelos pagados, hoteles de lujo, recepciones, cenas diplomáticas… todo mientras el planeta grita socorro.
En esta COP30, realizada en el país que alberga el mayor bosque tropical del planeta, la ironía rozó lo obsceno. Mientras en paneles climatizados se debatía sobre “los pulmones del mundo”, las comunidades que habitan esos pulmones eran mantenidas fuera, reprimidas, vigiladas, censuradas. Mientras se firmaban declaraciones de compromiso, los guardianes del bosque eran tratados como intrusos.
Los pueblos indígenas denunciaron una y otra vez que están siendo expulsados de sus territorios, perseguidos por mineros ilegales, asesinados por mafias madereras y atacados por invasores agrícolas, sin que la ONU, los gobiernos o las grandes delegaciones hagan algo más que pronunciar discursos vacíos. Denunciaron que la COP sigue sirviendo a los mismos intereses económicos que impulsan la destrucción ambiental. Y, aún así, nadie les permitió tomar la palabra en el escenario donde se decide el destino del planeta.
La conclusión es clara y dolorosa: Las COP ya no representan a la humanidad. Representan a los intereses que nos han traído hasta esta catástrofe.
La crisis climática avanza. Los pueblos originarios mueren. Las selvas caen. Los ríos se contaminan. El mundo arde. Y mientras tanto, la maquinaria diplomática celebra su siguiente sede, su siguiente país de “veraneo climático”, su siguiente viaje pagado.
En Belém quedó al descubierto la verdad: Sin los pueblos originarios no hay Amazonía. Y sin Amazonía, no hay futuro.

Imagen Pedro Pozas Terrados -IA
Llamamiento internacional:
Hoy, más que nunca, el mundo debe tomar partido. No hacerlo es ser cómplice.
Hoy Belém nos deja un mensaje que no puede ignorarse: No habrá solución climática sin justicia para los pueblos originarios. No habrá futuro sin justicia ecológica.
No habrá paz sin verdad. Y la verdad la gritaron ellos, aunque intentaran silenciarlos.