viernes 21 de noviembre de 2025 - Edición Nº2543

Internacionales | 21 nov 2025

Elecciones en Chile; Jara o fascismo de Kast.

Democracia y gobernanza de Jara o fascismo y represión de Kast. Un país en el borde entre dos caminos

09:16 |Chile está parado frente a dos modelos de futuro que no son solo programas de gobierno. Son dos formas opuestas de entender el poder y el destino de un país que aún no supera sus traumas históricos.


Por: Mauricio Herrera Kahn. Fuente:Agencia Pressenza

Chile está parado frente a dos modelos de futuro que no son solo programas de gobierno. Son dos formas opuestas de entender el poder y el destino de un país que aún no supera sus traumas históricos.

Por un lado, surge la propuesta de gobernanza de Jara, que apuesta por una democracia que escucha, que intenta reparar, que reconoce las desigualdades estructurales y que entiende que la estabilidad no se mantiene con miedo sino con legitimidad social.

Por el otro aparece la narrativa dura de Kast, que ofrece orden a cualquier costo, que se alimenta del discurso de enemistad interna y que promete devolver seguridad usando herramientas que huelen demasiado a un pasado que Chile juró no repetir. Ambos caminos tienen consecuencias profundas. Ninguno es neutral. Y el país se juega en ellos su identidad democrática.

La gobernanza de Jara no es ingenua. No romantiza la violencia ni ignora las crisis de seguridad. Pero entiende algo esencial. Un Estado que no escucha se convierte en un Estado que reprime. Y un Estado que reprime termina siendo un Estado que gobierna desde el miedo. Jara propone reconstruir las instituciones desde la participación, desde la justicia territorial y desde la responsabilidad social. Su propuesta no elimina conflictos. Los enfrenta con herramientas democráticas. Es un proyecto imperfecto pero orientado hacia el diálogo y la cohesión. No hacia la obediencia obligada.

La ultraderecha representada por Kast plantea otra lógica. Una lógica que viste el autoritarismo con el traje del orden. Que convierte la seguridad en justificación para debilitar contrapesos institucionales. Que reemplaza el debate por la imposición. Que transforma a los ciudadanos críticos en sospechosos. En esa visión Chile no es una comunidad diversa. Es un problema que debe ser corregido. Kast no habla de construir un país. Habla de disciplinarlo. El peligro es que la disciplina en política siempre se traduce en control y el control siempre se traduce en pérdida de libertades. La historia lo ha demostrado demasiadas veces.

El sueño democrático frente al sueño del castigo. La democracia no es un regalo que se entrega cada cuatro años. Es un sistema vivo que requiere equilibrio, transparencia, contrapesos y ciudadanía activa. La gobernanza de Jara intenta darle continuidad a esa estructura equilibrada. Intenta gobernar reconociendo que la legitimidad nace del bienestar social y no de la fuerza. Entiende que el diálogo no es debilidad. Es inteligencia política. Una democracia madura no necesita gritar para ser escuchada. Necesita consistencia. Necesita instituciones sólidas. Necesita ciudadanía informada. Ese es el proyecto que Jara intenta sostener en tiempos donde la polarización amenaza con destruir los espacios comunes.

El fascismo moderno no se presenta con uniformes ni discursos gritados desde balcones. Se presenta como solución práctica. Se presenta como orden sin costos. Se presenta como sentido común. Kast no usa la palabra fascismo. No necesita usarla. Su discurso lo evidencia. Orden sin disidencia. Seguridad sin derechos. Estado fuerte sin participación. Mano dura sin matices. En su narrativa la democracia no es un valor esencial. Es un estorbo que retrasa decisiones. Lo peligroso es que esa narrativa seduce a quienes sienten miedo. Seduce porque promete eliminarlos sin tener que pensar, promete un país simple y obediente y un país simple es uno donde nadie cuestiona.

Jara entiende que la violencia social es síntoma de un país fracturado. La gobernanza de Jara plantea que la seguridad se construye desde la justicia social y el fortalecimiento del Estado. Kast plantea que la seguridad se impone desde la fuerza. La diferencia parece técnica, pero es civilizatoria.

Kast entiende que la violencia social es un enemigo interno. Para uno la ciudadanía es sujeto de derechos. Para el otro la ciudadanía es territorio de control. Ahí está la línea que separa democracia de autoritarismo.

 Los peligros reales de la ingobernabilidad fascista

El fascismo nunca promete ingobernabilidad. La crea. Empieza debilitando a los adversarios políticos convirtiéndolos en enemigos. Continúa reduciendo la prensa independiente acusándola de parcial. Luego presiona instituciones hasta convertirlas en instrumentos dóciles. Después criminaliza la protesta social. Finalmente normaliza la represión como herramienta cotidiana.

Cuando un líder de ultraderecha habla de orden lo que realmente ofrece es una forma de poder que necesita el conflicto para justificarse. Kast construye su identidad sobre la idea de un país permanentemente amenazado. Esa amenaza sirve para que la población acepte medidas que en tiempos tranquilos serían impensables.

La gobernanza de Jara apuesta por un país donde los conflictos se resuelven antes de volverse violencia. No es un camino fácil, exige paciencia, exige reformas profundas, exige recursos, exige participación, exige voluntad de diálogo. Pero evita el costo más alto de un Estado que opera sin frenos y sin límites. La ingobernabilidad verdadera no ocurre cuando hay protestas. Ocurre cuando el poder pierde legitimidad y solo puede sostenerse con miedo.

Ese es el peligro del fascismo. Gobiernos que no escuchan terminan gobernando con represión y  destruyendo el tejido social. Gobiernos que destruyen el tejido social terminan en crisis permanentes donde nadie está seguro.

Kast promete estabilidad, pero su camino conduce al conflicto. Porque un país gobernado por miedo necesita enemigos. Y cuando los enemigos se acaban se inventan. La ingobernabilidad fascista no es caos visible. Es silencio obligatorio, es ciudadanía paralizada, instituciones convertidas en armas, es el retorno de prácticas que Chile ya vivió y que dejaron heridas abiertas  aún no cicatrizadas. El fascismo no aparece de un día para otro. Se desliza, se normaliza, se instala, se vuelve costumbre y cuando se vuelve costumbre ya es tarde para detenerlo.

 ¿Por qué la democracia, aun con sus fallas, sigue siendo el único camino seguro?

La democracia de Jara no garantiza milagros; garantiza algo más importante.

  • Garantiza que el país no se quiebre por dentro.
  • Garantiza que el conflicto pueda discutirse sin que nadie termine convertido en enemigo del Estado.
  • Garantiza que las diferencias no se resuelvan con fuerza sino con debate.
  • Garantiza que el poder tenga límites.
  • Garantiza que la ciudadanía pueda fiscalizar.
  • Garantiza que las decisiones sean transparentes.

Eso parece poco en tiempos de ansiedad, pero es todo en tiempos de fragilidad institucional.

El fascismo de Kast no garantiza nada.

  • Promete orden, pero destruye la convivencia.
  • Promete seguridad, pero desarma la democracia.
  • Promete firmeza, pero siembra miedo.

Y donde hay miedo no hay país. Donde hay silencio obligado no hay ciudadanía. Donde la gente teme hablar no hay futuro compartido. Esa es la ingobernabilidad verdadera. Un país donde el poder vive separado del pueblo. Un país sin equilibrio. Un país sin horizontes.

Jara puede fallar. Pero falla dentro de la democracia. Kast puede imponer. Pero impone fuera de ella. Esa diferencia define el destino de un país que conoce demasiado bien los costos del autoritarismo. La historia no es un libro viejo. Es un espejo. Chile debería mirarlo antes de volver a caminar hacia la oscuridad…

KAST Y SU ESPEJO EN PINOCHET

La figura de Kast no surge de la nada. No es un fenómeno espontáneo ni una novedad política. Es la continuidad directa de un país que nunca resolvió su relación con la dictadura. Kast no se esconde. No camufla su identidad histórica. Su proyecto es una réplica ideológica de la visión autoritaria que gobernó Chile a sangre y fuego.

No lo oculta porque sabe que esa memoria aún tiene seguidores. Lo que él ofrece no es un programa nuevo. Es el retorno a un orden antiguo. Un orden donde la autoridad se confunde con impunidad. Un orden donde la fuerza se confunde con gobierno. Un orden donde la obediencia se confunde con estabilidad.

Su espejo es Pinochet porque ambos comparten la misma convicción. El país necesita mano dura más que democracia. Ese es el corazón de la derecha más cruda.

  • Un país con miedo es un país gobernable.
  • Un país silencioso es un país que no molesta.
  • Un país disciplinado es un país que acepta cualquier decisión mientras el castigo esté suficientemente cerca. Kast ofrece exactamente eso.
  • Un país fuerte hacia abajo y dócil hacia arriba. Un Estado que protege al poderoso y reprime al vulnerable. Un Estado que llama paz al silencio y gobernabilidad a la sumisión.

Pero un proyecto de esa magnitud no se sostiene solo. Kast es financiado y apoyado por el corazón más duro de la elite chilena.

  • Los mismos que aplaudieron a la dictadura, que  les garantizó riqueza, privatizaciones, impunidad y privilegios.
  • Los mismos apellidos de siempre.
  • Los mismos grupos económicos que crecieron de manera obscena durante el régimen.
  • Los mismos gremios empresariales que hoy financian su discurso de orden.
  • Los mismos que tiemblan cuando escuchan la palabra justicia social.
  • Los mismos que jamás estuvieron dispuestos a ceder un centímetro de poder.

Ese es su verdadero electorado. No la seguridad. No la clase media. No el país dolido. Su verdadera base de apoyo es la elite que teme perder su dominio histórico.

Luego están los operadores mediáticos. Los que maquillan su discurso. Los que convierten su autoritarismo en sentido común. Los que repiten que el país necesita firmeza y no democracia. Los que instalan miedo cada mañana para vender la idea de que Kast es la única salida. Es un coro organizado. No es casualidad. Es estrategia.

Después aparece la otra parte de su apoyo. La más dolorosa. “Los fachos pobres”. La gente engañada por la narrativa del orden. La gente que cree que Kast castigará solo a los otros. Los que fueron educados para admirar la mano dura incluso cuando la mano dura recae sobre ellos mismos. Los herederos del relato que convirtió a Pinochet en un salvador mientras destruían vidas enteras.

Esa base existe porque Chile nunca discutió seriamente su memoria. Porque la dictadura fue condenada moralmente, pero jamás desarmada culturalmente. Su sombra sigue viva en los hogares donde se repite que antes había orden y ahora hay caos. Esa es la herencia más tóxica del país.

Kast no existiría sin ese soporte. No existiría sin el financiamiento empresarial. No existiría sin los columnistas que lo defienden. No existiría sin la elite que teme la igualdad. No existiría sin los sectores que confunden autoridad con masculinidad política. No existiría sin los discursos que romantizan la dictadura. Y no existiría sin los millones de ciudadanos que crecieron bajo un sistema que les enseñó a obedecer antes que a cuestionar.

Ese es el verdadero espejo. Pinochet no es un fantasma. Está presente en los discursos, en los miedos, en las nostalgias y en la estructura de poder que nunca fue desmantelada. Kast es la versión moderna de ese proyecto. Un Pinochet sin uniforme, pero con el mismo objetivo. Reponer un país jerárquico donde unos pocos mandan y los demás acatan.

La historia se repite porque los países que no enfrentan su pasado están condenados a revivirlo con nuevos nombres…

LOS MEDIOS QUE LIMPIAN LA IMAGEN DEL FASCISMO

La ultraderecha no se instala sola. No llega al poder únicamente por votos ni por discursos incendiarios. Llega porque los medios tradicionales hacen el trabajo fino. La prensa y la televisión chilena llevan años preparando el terreno para el ascenso del autoritarismo con la misma naturalidad con la que se revisa el clima.

Cada mañana los matinales repiten que el país está desbordado. Cada tarde los noticiarios muestran violencia editada como si no existiera otra realidad. Cada noche los paneles de expertos construyen la idea de que el único camino posible es la mano dura. No hablan de justicia. No hablan de igualdad. No hablan de derechos. Hablan de orden como si el orden fuera un dios que exige sacrificios humanos para existir. Ese sacrificio siempre lo paga el pueblo.

Los medios construyen miedo porque el miedo vende. Construyen desesperanza porque la desesperanza paraliza. Construyen un país miserable porque un país miserable acepta sin resistencia proyectos que antes consideraba inaceptables. Kast entiende esto mejor que nadie. Su discurso no necesita ajustarse. Los medios lo ajustan por él. Lo presentan firme donde es autoritario. Lo muestran decidido donde es intolerante. Lo describen como valiente donde es peligroso.

Los medios le regalan micrófono, le regalan tiempo, le regalan paneles llenos de opinólogos dispuestos a repetir su relato sin analizar su costo histórico. El resultado es un país que normaliza la ultraderecha antes de darse cuenta de que la normalizó.

La televisión convierte cada hecho delictual en un espectáculo sensacionalista. Lo repite. Lo exagera. Lo dramatiza. Lo transforma en guion de miedo y lo instala en la psiquis colectiva. La prensa, a su vez, reduce la política a un enfrentamiento entre quienes quieren orden y quienes supuestamente defienden el caos.

Esa caricatura funciona porque simplifica el mundo a dos colores. En ese mundo rebajado la democracia se vuelve lenta y el fascismo se vuelve atractivo. Allí no importan los derechos humanos. No importan las libertades. No importa la historia. Lo único que importa es quién promete actuar más rápido y golpear más fuerte. Esa es la trampa que los medios construyen todos los días en favor de Kast.

La prensa nunca cuestiona quién financia a Kast. Nunca pregunta por qué las grandes fortunas lo adoran, nunca analiza por qué las corporaciones mediáticas le dan pantalla sin freno. No lo hacen porque son parte del mismo entramado de poder que se beneficia de un país sin regulación social.

Los medios protegen al fascismo moderno porque el fascismo moderno protege sus intereses económicos. La prensa chilena no es neutral,  nunca lo ha sido. Su rol histórico ha sido blindar a quienes sostienen el modelo. Y cuando ese modelo se siente amenazado, la prensa actúa como escudo ideológico del autoritarismo.

No es casualidad que los rostros televisivos más influyentes repitan exactamente las mismas frases. No es casualidad que la narrativa del miedo sea idéntica en todos los canales. No es casualidad que la ultraderecha aparezca siempre como solución y la democracia como problema.

Ese guion está escrito, está financiado, está distribuido. La televisión chilena es la fábrica de sentido común del empresariado. Y el empresariado ya eligió su carta. Eligió a Kast porque les garantiza un país donde la protesta no estorba,  donde las regulaciones ambientales no existen, donde los derechos sociales no avanzan, donde el Estado no fiscaliza y donde la elite recupera su poder total.

El problema es que mucha gente no ve la maquinaria completa. Escucha el miedo editado y cree que es realidad. Ve la violencia televisada y cree que es el país entero. Observa los paneles construidos y cree que son debate. Ese engaño es profundo. Es un fenómeno global.

El fascismo siempre entra por la televisión. Nunca por los libros. Entra por el matinal, por la noche, por la pantalla que acompaña mientras la gente cena. Entra disfrazado de preocupación, de buena intención, de falso sentido común y cuando todos lo normalizan ya es tarde para detenerlo.

La prensa chilena es hoy la incubadora del nuevo autoritarismo, le da forma, le da rostro, le da narrativa, le da legitimidad. Le hace el trabajo sucio que Kast no podría hacer solo. Y lo más grave es que no lo hace por ideología. Lo hace por intereses. Porque en un país gobernado por miedo las corporaciones siempre ganan.

Y un país gobernado por miedo siempre está dispuesto a entregar sus libertades a cambio de una promesa que nunca se cumple…

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