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A 24 años de su fundación, el asentamiento campesino Ñu Pyahu emerge como un ejemplo de resistencia colectiva y de construcción comunitaria en un contexto marcado por conflictos agrarios, ausencia estatal y persistencia organizativa. Lo que comenzó como una ocupación impulsada por familias del MCNOC y la OLT, hoy es una comunidad consolidada que sostiene una producción diversificada y una visión propia de desarrollo territorial.
Los años duros del arraigo
Los primeros siete años de Ñu Pyahu fueron, como recuerda el dirigente Evelio Ramón Giménez, “tiempos muy duros”. La instalación de las familias era inestable y cada avance dependía de la movilización permanente. Sin acompañamiento institucional y sin voluntad política, la comunidad debió conquistar uno a uno sus derechos básicos: apertura de la escuela, habilitación de una unidad de salud, acceso a agua, caminos, y finalmente energía eléctrica.
Eran años de marchas, asambleas y negociaciones donde la comunidad reafirmó que la tierra debía servir al arraigo campesino y no al abandono o la especulación. Ese espíritu marcaría todo el proceso posterior.
La búsqueda de un modelo productivo propio
Superada la etapa inicial, Ñu Pyahu ingresó en un periodo de experimentación organizativa. Surgieron iniciativas agrícolas, pequeños mercados y proyectos como la plantación de cítricos, que buscaba diversificar la economía local. También se inició la elaboración comunitaria de yerba mate, un rubro que con el tiempo se convertiría en sello de identidad.
Pero esta etapa también trajo los primeros conflictos externos: la entrada de brasiguayos y la apropiación irregular de tierras que pertenecen al asentamiento. Cinco familias continúan ocupando parte de esas tierras hasta hoy, en un conflicto que la comunidad sigue denunciando.
A esto se sumó la intervención del SENAVE, incluso con presencia del Ejército, durante controles en los cultivos. Plagas golpearon los cítricos y la yerba mate se pagaba a precios ínfimos por falta de infraestructura. Aun así, la comunidad logró un hito importante: la legalización de su asociación de productores y productoras, dando un marco sólido a su organización.
Consolidación, agroecología y una marca propia
Durante la última década, Ñu Pyahu entró en una fase de consolidación. La yerba mate se transformó en el rubro principal gracias a la organización de comités productivos, mejoras en la comercialización y el lanzamiento de la marca Yerba Mate La Comuna, elaborada íntegramente en el asentamiento.
Otros cultivos como poroto, maíz, miel y maní se sumaron a la economía local, fortalecidos con el apoyo de organizaciones aliadas y programas públicos. La comunidad negoció con el Estado para mejorar documentaciones y logró la construcción de un secadero, mediante el programa PIMA del Ministerio de Agricultura.
Ñu Pyahu apostó además por la agroecología, la certificación de fincas orgánicas y un programa de reforestación diseñado como compromiso ambiental y estrategia de sostenibilidad.
Una visión de futuro para el territorio
Hoy, la comunidad impulsa un nuevo horizonte: que Tava’i sea reconocida como capital de la yerba mate orgánica. Trabajan en propuestas de zonificación productiva y en la construcción de una ruta turística de la yerba mate, que permita visibilizar la identidad campesina, la historia del asentamiento y la fuerza productiva de las familias que lo sostienen desde hace casi un cuarto de siglo.
La historia de Ñu Pyahu no es solo la de un asentamiento; es la de una comunidad que decidió quedarse, resistir y construir. Una historia donde la tierra, la organización y la dignidad siguen siendo el centro de todo.