Por: Mauricio Herrera Kahn. Fuente:Agencia Pressenza
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Palacio de La Moneda- Santiago de Chile.
Modelos que chocan en un país fracturado
Chile enfrenta una elección que no solo define quien gobierna. Define también qué modelo sobrevivirá a la tensión permanente entre desigualdad y expectativas democráticas. El país está atrapado entre dos horizontes que se vuelven incompatibles cuando la crisis se profundiza.
Uno propone un Estado que asegure derechos y reparta poder. El otro defiende un mercado que organiza la vida desde la lógica del sálvese quien pueda. Esta disputa se expresa en cada debate, en cada encuesta y en cada barrio. No es solo una diferencia de propuestas. Es una diferencia de mundo.
La fractura entre ambos proyectos se hace visible cada vez que el país intenta avanzar hacia una reforma social. El modelo neoliberal se levanta como muro y la democracia como insistencia. Esta tensión define la política chilena desde hace décadas y ahora llega a un punto crítico. La elección aparece como una bifurcación donde el país debe decidir si continúa administrando la desigualdad o si se atreve a redistribuir poder económico y dignidad. Ese dilema no es técnico, es civilizatorio y sus consecuencias marcarán a toda una generación.
La elite defendiendo su poder mediante candidatos obedientes
La elite económica chilena actúa como bloque cuando siente que su poder puede verse amenazado. No necesita un partido propio para influir en el país. Le basta con seleccionar candidatos que garanticen continuidad del modelo y estabilidad para sus intereses. Esa selección opera de manera silenciosa. Se construye en directorios, gremios y fundaciones que moldean el perfil del líder aceptable.
Este mecanismo se refuerza con financiamiento político, presencia mediática y presión empresarial sobre el debate público. La elite no teme a la democracia. Teme a una democracia que funcione. Por eso promueve candidatos que prometen orden sin alterar las bases del modelo. Es una estrategia que ha funcionado durante décadas porque se apoya en la idea de que cualquier transformación profunda generará caos. Esa narrativa se fortalece mediante campañas que presentan a los líderes reformistas como amenazas para la estabilidad. El resultado es una ciudadanía atrapada entre su deseo de cambio y el chantaje permanente del miedo económico.
Un Estado desmantelado incapaz de contener la rabia social
El Estado chileno fue debilitado por décadas de políticas que redujeron su capacidad de regular, fiscalizar y proteger. Ese desmantelamiento creó un país donde los servicios públicos operan al límite y donde las demandas sociales se acumulan sin respuestas sólidas. La rabia que se expresa en las calles no surge de un día para otro. Es consecuencia de años en que la ciudadanía sintió que debía resolver sola problemas que deberían ser responsabilidad estatal. Educación, salud, trabajo, transporte y vivienda se transformaron en espacios donde la precariedad se volvió costumbre.
Un Estado debilitado no puede controlar la desigualdad ni sostener un pacto social. Esa fragilidad permite que cualquier crisis se transforme en estallido y que cualquier conflicto se convierta en amenaza política. La ultraderecha aprovecha ese vacío para ofrecer soluciones basadas en fuerza y control. El progresismo intenta responder con políticas públicas, pero enfrenta un aparato institucional que ya no tiene capacidad para ejecutar transformaciones profundas. Chile se encuentra así en una zona gris donde el Estado no alcanza y el mercado no quiere. Ese vacío alimenta el malestar social y condiciona cada elección.
Ciudadanos empujados a elegir entre miedo y esperanza
La polarización chilena no ocurre por ideología. Ocurre por necesidad emocional. La ciudadanía es empujada a elegir entre proyectos presentados como extremos. De un lado aparece el miedo que ofrece protección inmediata. Del otro lado aparece la esperanza que promete cambios que requieren tiempo. La elección se vuelve un juego emocional donde cada campaña intenta capturar un sentimiento dominante. El miedo se presenta como realista. La esperanza como ingenua. Esa manipulación emocional define la política chilena y reduce el debate a una disputa entre ansiedad y anhelo.
Los ciudadanos enfrentan una presión constante. Si votan por transformaciones se les dice que arriesgan estabilidad. Si votan por continuidad se les dice que renuncian a la justicia social. Esa contradicción desgasta al país. La discusión pública se llena de caricaturas y se empobrece el análisis. El país no discute proyectos.
La política termina atrapada en una dinámica donde la ciudadanía elige desde la emoción y no desde la planificación colectiva. Ese ciclo limita la capacidad del país para imaginar un futuro común.
La elección como plebiscito sobre el país que seremos
La próxima elección chilena es algo más que un cambio de gobierno. Es un plebiscito simbólico sobre la identidad del país. Un modelo de democracia social permitiría avanzar hacia un pacto que reduzca desigualdades, fortalezca al Estado y dé estabilidad desde lo colectivo. Un modelo de capitalismo de supervivencia mantendría la estructura actual donde cada ciudadano enfrenta la vida como desafío individual. El país está obligado a elegir qué visión prevalecerá. La decisión tendrá efectos profundos y duraderos.
Lo que está en juego no es una discusión económica. Es una discusión ética. Cómo se trata al que tiene menos. Cómo se distribuye el poder. Cómo se garantizan derechos. Cómo se define la relación entre Estado, mercado y ciudadanía. La elección será la fotografía de un país que decide si quiere seguir administrando la desigualdad o si quiere enfrentarla. No es un debate abstracto, es un choque entre dos futuros posibles. Y la historia recordará el camino que Chile elija ahora.
UN PAÍS QUE AÚN PUEDE CAMBIAR SU DESTINO
Chile sigue teniendo la capacidad de elegir un camino que no dependa del miedo ni de la resignación. La democracia social puede ser una alternativa real si la ciudadanía decide recuperar la confianza en el país y en su capacidad de transformarse. Las crisis pueden ser oportunidades cuando la gente se organiza y exige cambios concretos. El país no está condenado a repetir la historia ni a quedar atrapado en un modelo que agota a las mayorías. La dignidad puede ser punto de partida si se convierte en eje de un proyecto político capaz de unir y no de dividir.
El futuro no está escrito:
Chile puede construir un Estado más fuerte sin caer en autoritarismos y puede mejorar su economía sin sacrificar derechos.
La esperanza no es ingenuidad.
Es la convicción de que la historia puede avanzar hacia un lugar más justo.
La ciudadanía tiene en sus manos la posibilidad de elegir un rumbo que combine estabilidad con humanidad.
El país ya ha demostrado que sabe levantarse en momentos difíciles y puede volver a hacerlo.
La encrucijada es profunda, pero también es una invitación.
Chile aún puede elegir el camino que lo haga un país más digno para todos….
Fuentes bibliográficas:
Informe Anual de Seguridad Pública 2024.
ENUSC 2023–2024.
Informe de Opinión Pública 2024.
Estadísticas Electorales 2017–2025.
Democracia, Miedo y Autoritarismo en América Latina, 2024.
Comunicación del Miedo y Construcción del Orden, 2023.