Por: Alhelí González Cáceres. Fuente: https://henoi.org.py

Previas a la Cumbre de jefes de Estado, la Cumbre Social del Mercosur se celebró de manera virtual debido a la falta de fondos, lo que dejó fuera a gran parte de la sociedad civil, especialmente a organizaciones campesinas, indígenas y sindicales. Este espacio, diseñado para debatir los desafíos de la integración, terminó dominado por un único tema: el Acuerdo de Asociación entre el Mercosur y la Unión Europea, pendiente de ratificación.

Un bloque fracturado y sin rumbo

El Mercosur atraviesa una crisis profunda. Lejos de avanzar hacia la integración, el bloque, construido sobre asimetrías estructurales que no se han resuelto, subordinan los intereses de Paraguay y Uruguay a las dinámicas de Argentina y Brasil. Tres décadas después del Tratado de Asunción, no existe un proyecto político común capaz de equilibrar estas desigualdades.

Las tensiones son constantes: desde visiones económicas opuestas – entre un Brasil más industrializado y economías menores impulsoras de una apertura unilateral- hasta la crisis de gobernanza, donde normas comunes se suspenden por decisiones políticas, vaciando de contenido la unión aduanera. Este escenario se agrava con la presión de Uruguay por firmar Tratados de Libre Comercio fuera del bloque, como el que busca con China, poniendo en jaque el principio de política comercial común.

En un contexto global de recesión y guerras comerciales, la cohesión interna es más urgente que nunca. Sin embargo, el Mercosur parece paralizado por un dilema irreconciliable: ¿es un proyecto político de integración o un simple instrumento comercial? La falta de respuesta lo condenaría al ostracismo.

Acuerdos secretos, pueblos ignorados

La posible ratificación del acuerdo con la UE acaparó la agenda, tanto por el secretismo como por la exclusión de la sociedad civil de los espacios de discusión. Como denunció la Central Unitaria de Trabajadores (CUT) de Brasil, la falta de transparencia resta credibilidad a un pacto presentado como beneficioso. ¿Para quién? Según la CUT, el acuerdo debilitaría la industria y el comercio intrazona, perjudicando a los trabajadores y profundizando la crisis ambiental.

Desde Uruguay se alertó sobre problemas más urgentes: la movilidad intrarregional, los derechos humanos, el fortalecimiento institucional. Pese a ello, la prioridad parece ser cerrar un acuerdo incluso a costa de sacrificar las necesidades sociales y los bienes comunes. Organizaciones como el Movimiento Sin Tierra (MST) exigen detener su ratificación: un pacto negociado a espaldas de los pueblos no puede ser legítimo.

La ironía geopolítica: Europa frena, Mercosur insiste

Curiosamente, fue Europa -presionada por sus propios agricultores- la que pospuso la ratificación hasta enero. El sector agropecuario europeo teme la competencia de productos como la carne, la soja o la miel, que operan bajo regulaciones ambientales y laborales menos estrictas.

Para los gremios empresariales paraguayos, las salvaguardas propuestas por la UE son una “trampa” que modifica las condiciones negociadas durante años. Su competitividad, basada en la explotación ambiental y el acaparamiento de tierras, se vería amenazada si se aplicaran los estándares europeos.

El intercambio que plantea el acuerdo es claro: el Mercosur exportaría materias primas y abriría sus territorios a la explotación extractiva, mientras importaría bienes industriales europeos, lo que podría devastar el tejido productivo de Argentina y Brasil, reprimarizando sus economías. El beneficio sería exclusivo para las élites empresariales y las transnacionales del agronegocio, profundizando un modelo de dependencia, saqueo y explotación.

¿Integrarse o desaparecer?

El Mercosur se encuentra en una encrucijada histórica. Su relevancia como bloque en el tablero geopolítico mundial depende de la capacidad política de sus gobiernos para construir un consenso que priorice la integración socioeconómica sobre los intereses corporativos. De lo contrario, quedaría reducido a un mero foro diplomático, mientras los países que lo integran buscan salidas bilaterales y los pueblos pagan el precio de una integración aparente, pero expoliadora y al servicio del gran capital.