

Por: Pepe Cano. Fuente: Agencia Pressenza
(Imagen de Pixabay)
Todas las estrategias en busca de redistribución, justicia social, inclusión e igualdad son necesarias.
Llamadme naif, poeta o cantautor, decía al final de la anterior columna. Quienes nos politizamos leyendo a Martí, a Benedetti, a Galeano, a Alberti, escuchando a Víctor Jara, a Paco Ibáñez, a Carlos Cano, viendo películas de Bardem, del neorrealismo italiano, quienes nos esperanzamos con las palabras luminosas de Allende, con la visión comunitarista de los sacerdotes de la liberación, con las consignas ingenuistas del mayo del 68 y quienes creímos, seguimos creyendo, en la feminización de las relaciones, en lo colectivo y en la alegría como herramientas de lucha popular, conocemos el demérito que cierta izquierda, henchida de certezas, practica contra el potencial de lo simbólico-cultural para activar un compromiso social que no renuncia a pelear por la escala material de las condiciones de vida. Política no seas saboría / y arrímate un poco al querer, / que no se te escape la vía / por esa hería que abre el poder. / Escucha la guitarra loca / y llena tus ojos de sol / al ritmo de los cantantes / fertilizantes / marcando el son, / el son del entendimiento / con su mijita de corazón (Carlos Cano).
El son del entendimiento con su mijita de corazón. La poesía, la canción, la alegría y hasta el humor, el buen humor –dispositivos de transformación y de producción de una vida mejor–, siguen siendo menospreciados por compañeros y compañeras, digamos, más materialistas. Al suelo, que vienen los míos. Ya sé que esto de la izquierda criticando a la izquierda es consustancial e histórico, pero en algún momento se podrá detener, digo yo. Pablo, relájate por una vez. Que se entiendan estos párrafos iniciales como afianzamiento de un sistema de creencias; orgullo buenista que se muestra solidario tanto con políticos que, ante el bullying financiero de los sistemas del imperialismo recurren a lo emocional y a lo poético para contrarrestar su limitada capacidad de acción geopolítica ante el poder económico, como con los parlamentarios europeos que se indignan por la falta de humanidad de ministros que se ríen cuando se habla del genocidio en Gaza: Ustedes duros / con nuestra gente / ¿por qué con otros / son tan serviles? / cómo traicionan / el patrimonio, / mientras el gringo / nos cobra el triple / cómo traicionan / usté y los otros / los adulones / y los seniles / por eso digo, / señor ministro, / ¿de qué se ríe? (M. Benedetti). Cómo traicionan el patrimonio, mientras el gringo nos cobra el triple. Benedetti, tan actual. Abascal, tan traidor.
Antes de darle la razón a quienes pregonan la desaparición o transformación de la izquierda, preguntémonos: ¿Qué izquierda se necesita ahora mismo? Pues puede ser que una izquierda no saboría. Y esto depende de en qué medida seamos capaces de construir una unidad con voces diversas, donde todas las iniciativas, con su variedad de relatos y acciones, tengan validez siempre que sitúen el epicentro de sus gestos en los principios humanistas que sustentan cualquier posición socialista. Todas las estrategias en busca de redistribución, justicia social, inclusión e igualdad son necesarias. Todas las rebeldías contra las formas cotidianas de odio, de ataque a los derechos humanos, de imposición y de desprecio al diferente son válidas. Todo pensamiento, palabra u obra alentadores son bienvenidos. Bienvenidas sean las acciones políticas, legislativas, judiciales, economicistas, culturales, performativas, simbólicas, campañas de difusión, campañas de concienciación, acciones educativas, manifestaciones, ordenanzas, normativas, insumisiones, denuncias, ataques, contraataques, cadascú con su dispositivo y con su capacidad de riesgo y conocimiento. No hay eslóganes ni soluciones mágicas, no hay una sola táctica, no hay una razón o verdad absoluta que descarte otros enfoques, otras miradas. Ni las políticas públicas ni las leyes correctoras, ni las medidas económicas ni las campañas comunicativas ni las batallas poéticas son suficientes por sí solas, pero todas son necesarias. La única posición criticable, hoy, es la queja destructiva y despreciativa, tanto como lo es el estatismo, la inacción o la hauntología, que diría Mark Fischer, esa parálisis causada por la experiencia pasada o por la propia pereza y que cierra caminos de futuro. Esa es la política saboría, la que plena de soberbias y falta de dudas intenta imponer qué es válido y qué no. Busquemos, mejor, el pluralismo antagonista del que habla Mouffe, un espacio de encuentro, unitario, de suma de formas de acción centradas y excéntricas.
Nos dice Jaron Rowan, con su habitual puntería: “Nos enfrentamos al desafío de suturar, de tejer, de articular; de enlazar lo simbólico con lo material, las ideas con las prácticas, los contenidos con las formas, los imaginarios con las acciones, los anhelos con las posibilidades, los discursos con las capacidades, la cultura con la vida política. Es el momento de afirmar las vidas que queremos vivir y salir de la crítica constante y del descontento nihilista; de proponer proyectos emancipadores y salir de la lógica de organizaciones políticas que han resultado ser una trituradora de personas; de imaginar haciendo y de vivir creando otras formas de convivir”.
También Amador Fernández-Savater, con la lucidez que acostumbra, propone esa suma de lo cultural y lo material: “¿Podría pensarse una batalla cultural diferente? La imagino en primer lugar como la apertura de espacios de conversación. Espacios de palabra recíproca, ni monólogo ni guerra entre posiciones cerradas, sino una trama a la vez común y diversa, singular y colectiva. Espacios de encuentro, de pensamiento, de deliberación, de participación auténtica. La confianza en la igualdad de las inteligencias, en la inteligencia de cualquiera, es un presupuesto materialista. ¿Es posible dirigirse al otro, hablar con el otro, no para convencerle o seducirle, sino para pensar juntos? La batalla cultural en clave materialista es una batalla del pensamiento. Contra la pulsión suicida, contra la pulsión idiota, contra la vida-mercado y su falsa comunidad de individuos atomizados, la batalla cultural en clave materialista, la construcción de un cuerpo colectivo, un espacio de conversación, un tejido de diferencias”.
La batalla cultural en clave materialista, enlazar lo simbólico con lo material, he ahí una utopía concreta y factible. Un nuevo marco. Las políticas neoliberales, que habían sido esencialmente antiutópicas, ahora intentan apropiarse del concepto de utopía para imponer un futuro ultraconservador en color sepia, usando Las armas ideológicas de la muerte, que diría Hinkelammert. Es el momento, por lo tanto, de conciliar aquellos valores compartidos que sirven como articulación sensible para las comunidades. Si renunciamos a lo utópico, nos vemos obligados a tragarnos las reglas de mercado que impone el neoliberalismo; de ahí la necesidad de una izquierda ecuménica y de un activismo situado, expandido y transversal ¿Acaso no somos plurales y solidarios? Unidad en la diversidad, diversidad en la unidad.
El mundo es eso. / Un montón de gente, / un mar de fueguitos. / Cada persona brilla / con luz propia entre todos los demás. / No hay dos fuegos iguales. / Hay fuegos grandes / y fuegos chicos / y fuegos de todos colores. / Hay gente de fuego sereno / que ni se entera del viento, / y gente de fuego loco / que llena el aire de chispas. / Algunos fuegos /, fuegos bobos / no alumbran ni queman; / pero otros arden / la vida con tantas ganas / que no se puede mirarlos / sin parpadear, / y quien se acerca, / se enciende. (E. Galeano)